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Miguel Hernández, cárcel y muerte

Miguel Hernández, cárcel y muerteVer galería Los libros más vendidos de la historia

Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, Alicante, 1910) fue uno de los grandes poetas españoles del siglo XX. Encuadrado por edad en la generación del 36, tuvo sin embargo mayor contacto y proximidad con la generación del 27, por lo que Dámaso Alonso lo calificó de «genial epígono» de la misma. Autodidacta y nacido en una humilde familia ganadera –él mismo fue pastor–, en su breve vida dejó obras inmortales como Perito en lunas, El rayo que no cesa o Cancionero y romancero de ausencias, libro escrito en prisión y publicado póstumamente.

Su paso por la cárcel y su temprano fallecimiento se produjeron nada más acabar la Guerra Civil. En abril de 1939, Hernández, militante comunista y comisario político durante la contienda, fue detenido en Portugal por la policía del dictador fascista Salazar y entregado a las autoridades franquistas. Tras pasar por las cárceles de Sevilla y de Madrid –donde, en respuesta a una carta de su mujer, Josefina Manresa, en la que decía que sólo tenía pan y cebolla para alimentar al hijo de ambos, escribió las célebres Nanas de la cebolla–, fue liberado inesperadamente gracias a las gestiones de Pablo Neruda y de su gran amigo José María de Cossío.

Pero la libertad le duró poco. Delatado a su vuelta a Orihuela, fue juzgado y condenado a muerte en marzo de 1940. Cossío y un amigo cura intercedieron por él ante Rafael Sánchez Mazas y lograron que se le conmutara la pena por la de treinta años de cárcel. Sólo cumpliría dos, primero en la prisión de Palencia, luego en el penal de Ocaña (Toledo) y, finalmente, en la cárcel de Alicante. Allí entabló amistad con Antonio Buero Vallejo, que le hizo un magnífico y famoso retrato; y allí contrajo bronquitis y después tifus, que derivaron en la tuberculosis que acabó con su vida el 28 de marzo de 1942.