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‘Oumuamua, el visitante interestelar, no parece ni cometa ni asteroide

La trayectoria hiperbólica de ‘Oumuamua a través del sistema solar interior [nagualdesign, Tomruen; basado en datos de JPL Horizons].

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La historia del sistema solar está escrita en los asteroides y los cometas: fragmentos de roca y hielo que escaparon a los complejos procesos de formación planetaria, por lo que aún hoy conservan casi intacta su composición original. Descubre en este monográfico digital (en PDF) qué hemos aprendido en los últimos años sobre estos cuerpos primigenios, qué nos han revelado las recientes misiones Rosetta y New Horizons y cómo todo ello ha obligado a los astrónomos a repensar los orígenes de nuestro pequeño entorno cósmico.

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Como un conductor que huye del lugar donde ha causado un accidente, el visitante interestelar conocido como ‘Oumuamua corre para huir del sistema solar y deja tras de sí una estela de confusión. Las primeras mediciones parecían indicar que era un asteroide, una seca roca muy parecida a las que se orbitan entre Marte y Júpiter. Pero el pasado verano los astrónomos llegaron más bien a la conclusión de que era un cometa, un cuerpo helado expulsado de los confines remotos de un lejano sistema planetario.

Ahora, un nuevo análisis ha encontrado incongruencias en esa conclusión y señala que ‘Oumuamua podría no ser un cometa, pese a todo. Sea un cometa o sea un asteroide, algo está claro: ‘Oumuamua no se parece a nada que se haya visto antes.

El objeto fue divisado por primera vez por los científicos del telescopio Pan-STARRS, en Hawai. Al principio, parecía que ‘Oumuamua (palabra hawaiana que significa «explorador») era un asteroide rocoso y alargado, una especie de grueso puro cósmico.

Más astrónomos se incorporaron enseguida a la busca. Midieron todo lo que podían (un equipo hasta apuntó radiotelescopios hacia el objeto por si era la fuente de emisiones extrarrestres, y no lo era). En diciembre, un grupo de astrónomos publicó los espectros electromagnéticos de ‘Oumuamua, con los que se podía investigar de qué está hecho. Vieron que justo debajo de la superficie tenía hielos con material orgánico semejante al de los cometas del sistema solar y que podrían haber sobrevivido a un largo viaje interestelar.

Observaron también la rotación de ‘Oumuamua. Muchos asteroides tienden a girar regularmente alrededor de su eje más largo, como un balón de rugby expertamente lanzado. ‘Oumuamua, por el contrario, iba dando tumbos.

Unos meses después, otro grupo halló que ‘Oumuamua no solo estaba atraído por la gravedad del Sol. Lo aceleraba además ligeramente una fuerza desconocida, que, sostenían, solo podía deberse a que una lo propulsase una pérdida de gases, como le ocurre a un cometa. Con esta información adicional, el caso parecía cerrado. «El asteroide interestelar es en realidad un cometa», decía el titular de un comunicado de prensa de la Agencia Espacial Europea.

La explicación parecía encajar con lo que sabemos de nuestro sistema solar. En los lejanos parajes de más allá de Neptuno orbitan incontables cometas alrededor del Sol. Cuando uno de ellos se acerca demasiado a un planeta, es posible que sea expelido hacia la galaxia. Por el contrario, hay muchos menos objetos en el cinturón de asteroides y orbitan más cerca del Sol, desde donde resulta más difícil que salga disparados hacia el espacio interestelar. «Hay más cometas y es más fácil arrojarlos fuera de un sistema planetario», dice Ann-Marie Madigan, astrofísica de la Universidad de Colorado en Boulder. «Que el primer viajero interestelar que hemos visto en nuestro sistema solar sea un asteroide resultaría chocante».

Sin embargo, los cometas tienen cola. Y ‘Oumuamua, si realmente estaba hecho de roca helada y lo impulsaban chorros de gas al acercarse al Sol, debería haber exhibido una cola que habría zanjado la cuestión de su origen. Pero no se encontró cola alguna.

Ahora, en un nuevo estudio, que se está sometiendo en estos momentos a la revisión por pares, Roman Rafikov, astrofísico de la Universidad de Cambridge, defiende que las mismas fuerzas que parecían acelerar a ‘Oumuamua, las mismas fuerzas que deberían haber estado asociadas a una cola, tendrían que haber afectado a su giro alrededor de sí mismo. En particular, la aceleración le habría dado un momento de giro a ‘Oumuamua tal que se habría descompuesto en múltiples pequeños pedazos. Si ‘Oumuamua hubiese sido un cometa, no habría sobrevivido.

«Hay pruebas muy fuertes e inequívocas para ambas conclusiones», dice Rafikov. «Si es un asteroide, la verdad es que es muy inusual, y su formación habría requerido situaciones muy peculiares». Propuso una situación así a principios de este año: una estrella corriente muere, se convierte en una enana blanca, destroza de paso un planeta y lanza los fragmentos por la galaxia. ‘Oumuamua sería uno de esos fragmentos. «En esencia, sería un mensajero de una estrella muerta», dice.

En parte para resolver este callejón sin salida, se ha intentado averiguar cuál es el sistema estelar original de ‘Oumuamua; para ello se ha cribado el tesoro de datos del Telescopio Espacial Gaia. Quizá salió de un sistema estelar binario, o de un sistema con un planeta gigante; lo uno o lo otro lo habrían lanzado hacia el espacio interestelar.

Pero de todos los sistemas estelares que podrían ser candidatos, ninguno casaba con lo que se había visto. La trayectoria de ‘Oumuamua estaba al menos a dos años luz de distancia de todos los candidatos, demasiado lejos para que sean su origen. Y si ‘Oumuamua fue lanzado desde su sistema estelar hace cientos de millones de años, las estrellas se habrán ido moviendo mucho desde entonces. «Es improbable que se pueda reconstruir la órbita hasta un sistema padre concreto, y es una pena, pero así son las cosas», dice Alan Jackson, astrónomo de la Universidad de Toronto.

La naturaleza transitoria de las observaciones, en última instancia, ha socavado la capacidad de los astrónomos de resolver el misterio de nuestro visitante interestelar. «Solo tuvimos unas semanas, sin apenas planificación, para hacer las observaciones», dice Matthew Knight, astrónomo de la Universidad de Maryland. «Todo el mundo está intentando exprimir hasta la última gota de información que pueda de cualesquiera datos que como comunidad podamos juntar». Si se hubiese divisado antes a ‘Oumuamua, o si el huracán María no hubiese desactivado en Puerto Rico el Observatorio de Arecibo, los astrónomos hubiesen tenido más con lo que tirar adelante.

Para algunos, una forma de salir del atolladero consiste en comprender que las rocas espaciales no encajan necesariamente en una de dos categorías completamente separadas. «Hay mucha más gradación entre el ser cometa y el ser asteroide», dice Michele Bannister, astrónoma de la Universidad de la Reina en Belfast. «Mi impresión es que nos estamos peleando por una disyuntiva innecesaria».

Y aunque ‘Oumuamua fue el primer visitante de fuera del sistema solar, los astrónomos tendrán pronto más con que quebrarse la cabeza. Se prevé que el Gran Telescopio del Estudio Sinóptico, en Chile, que, según lo planeado, verá su «primera luz» en 2021, encontrará un objeto así al año durante una década.

«Espero que ‘Oumuamua nos haga conscientes de que los sistemas planetarios maduran y evolucionan. Crean billones de pequeños planetesimales a través de la galaxia y de vez en cuando algunos nos visitarán», dice Bannister. «Nuestros planetesimales, no cabe duda alguna, visitan otras estrellas». 

Ramin Skibba / Quanta Magazine 

Artículo traducido y adaptado por Investigación y Ciencia con permiso de QuantaMagazine.org, una publicación independiente promovida por la Fundación Simons para potenciar la comprensión de la ciencia.

Referencia: «Spin Evolution and Cometary Interpretation of the Interstellar Minor Object 1I/2017 ‘Oumuamua», de Roman R. Rafikov en arXiv:1809.06389 [astro-ph.EP].