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Una nueva mirada a las rocas de la misión Apolo

Los astronautas del Apolo 17 trajeron muestras que los científicos esperan abrir durante el próximo año. [NASA]

En algún momento del próximo año, los conservadores del Centro Espacial Johnson de la NASA, en Houston, se pondrán trajes y guantes de protección, entrarán en el laboratorio que alberga la colección de rocas lunares de EE.UU. y abrirán un largo tubo de metal que ha permanecido sellado desde 1972, año en que los astronautas del Apolo 17 lo introdujeron en el suelo del valle lunar de Taurus-Littrow para recoger muestras.

Será la primera vez en décadas que se abra un testigo aún intacto de las misiones Apolo. «Podríamos considerarlo como una nueva misión a la Luna», apunta Chip Shearer, geólogo de la Universidad de Nuevo México que planea estudiar el testigo con las últimas técnicas de laboratorio. «Es realmente una continuación de la misión Apolo y un puente hacia nuestro futuro», anunció el 20 de marzo en la Conferencia de Ciencias Planetarias y Lunares celebrada en The Woodlands, en Texas. 

El estudio de las muestras traídas por las misiones Apolo podría ayudar a perfilar la próxima generación de descubrimientos geológicos lunares. Los científicos están aplicando técnicas modernas para analizar los 382 kilogramos de roca obtenidos por los astronautas entre 1969 y 1972 y, con ello, decidir qué zonas de la superficie del satélite deberían explorarse en el futuro.

El momento es propicio, ya que la NASA planea enviar instrumentos a la Luna el próximo año, en lo que será su primera aventura al satélite desde 1972. Los investigadores intentarán aprender tanto como puedan de esas misiones; por ejemplo, estudiando zonas hasta ahora casi inexploradas, como el lado oculto de la Luna, dijo durante la conferencia David Kring, del Instituto Lunar y Planetario de Houston. Otros países también se han sumado a esta nueva carrera para estudiar el satélite. En enero de este año, una misión china efectuó un histórico aterrizaje en el lado oculto de la Luna. Y en febrero, una compañía israelí lanzó el primer módulo lunar privado.

Vestigios de un pasado remoto

Las rocas lunares han ayudado a datar algunos de los episodios clave de los 4500 millones de años de historia del sistema solar, como el bombardeo de asteroides que se cree que ocurrió unos 500 millones de años después de que se formase la Tierra. «La corteza lunar es realmente un museo de planetología», sostiene Juliane Gross, científica planetaria de la Universidad Rutgers, en Nueva Jersey.

Estudiar con nuevas técnicas las rocas de las misiones Apolo ya ha cristalizado en nuevas ideas. Beck Strauss, geofísico planetario del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología de EE.UU., describió la búsqueda de campos magnéticos débiles en rocas de 3100 millones de años de antigüedad recogidas en su día por el Apolo 12. Su estudio confirma indicios previos de que la intensidad del campo magnético lunar alcanzó su máximo hace entre 3900 y 3600 millones de años, momento a partir del cual comenzó a decrecer. Ello sugiere que algo debió haber cambiado en el interior del satélite, donde el antiguo campo magnético evolucionó de manera desconocida. «Las nuevas técnicas nos permiten hacer cosas que eran imposibles en la era Apolo», aseguran los investigadores.

Las pequeñas cuentas de vidrio obtenidas por algunas de las misiones Apolo, las cuales se habrían formado en erupciones volcánicas, han dado también lugar a nuevos hallazgos. Megan Guenther, estudiante del Instituto de Tecnología de Massachusetts, ha intentado replicar las condiciones químicas bajo las cuales se habrían formado las cuentas de vidrio negro de las rocas del Apolo 14. Según sus resultados, estas podrían haberse gestado a una profundidad de hasta 900 kilómetros, mucho más de lo que sospechaban los expertos.

Por su parte, las cuentas de vidrio verde del Apolo 15 revelan también una historia sobre la Luna primordial, avanzó Evelyn Füri, geoquímica del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS) francés. Su equipo analizó el neón y otros gases presentes en 22 de esas pequeñas cuentas y halló que dos de ellas eran especialmente ricas en gas. Tales gases podrían ser reliquias de los primeros días del sistema solar, lo que apoyaría la idea de que la Luna habría logrado conservar algunos de los materiales volátiles que muchos investigadores pensaban que se habían perdido por completo.

Secretos a la espera

Shearer y sus colaboradores buscarán indicios de esos compuestos volátiles cuando abran el testigo del Apolo 17. Los astronautas lo extrajeron de las rocas amontonadas por un deslizamiento de tierra en la base de una pequeña montaña en el valle de Taurus-Littrow. Lo introdujeron hasta una profundidad suficiente para penetrar en el suelo congelado, y la muestra aún podría contener agua y otras sustancias volátiles. De ser el caso, los investigadores podrán analizar dichas sustancias con una precisión mucho mayor que la disponible hace cincuenta años, lo que les permitirá abordar preguntas sobre la formación del valle de Taurus-Littrow, tan profundo como el Gran Cañón del Colorado.

Abrir una muestra lunar siempre es emocionante, asegura Andrea Mosie, conservadora en las instalaciones de Houston. La experta todavía recuerda su primer contacto con una muestra de la misión Apolo, hace décadas, con tres juegos de guantes y en una caja llena de nitrógeno. «Solo agarrarla ya fue emocionante, porque estaba agarrando un pedazo de Luna», rememora.

Alexandra Witze/Nature News

Artículo original traducido y adaptado por Investigación y Ciencia con permiso de Nature Research Group.