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En la isla franco-holandesa de San Martín la gente padece hambre y sed

Marigot, isla de San Martín

«Tengo hambre y sed». Una embarazada se abalanza llorando sobre la botella y el paquete de almendras que le entregan delante de un camión lleno de víveres, en un lugar de reparto instalado en la isla de San Martín para las víctimas del huracán Irma.

Son muchos y están extenuados. Delante de la fila, la Cruz Roja forma un cordón de seguridad para contener la presión de la gente que avanza.

«Son alimentos que provienen de la reserva de una empresa y luego está previsto que pase un camión de agua», afirma Joachim, encargado de la organización de la distribución.

En el contenedor, los bomberos se van pasando los productos para repartirlos. Otros están pendientes de la muchedumbre en busca de los más débiles, los ancianos, las embarazadas y los niños. Ellos son prioritarios.

También intentan tranquilizar a los que se asustan cuando ven el tamaño de la fila al llegar. «Mientras haya gente en el (camión) contenedor, señora, es que quedan cosas», explica uno de ellos a una mujer.

Reparten productos frescos, como huevos, pollo o leche. La fila comenzó a formarse mucho antes de la llegada del camión contenedor a las 10 a. m. Algunos llevan más de dos horas de espera bajo el sol. Hace mucho calor.

«Nos enteramos de que habría un reparto por radioemergencia», cuenta Pierre-Richard Gaspard. Su vecino lo supo porque alguien le avisó.

Agua y comida. En el lugar, la gente es ajena a los anuncios del presidente francés, Emmanuel Macron, quien llegó el martes a la isla, donde fijó como una prioridad el restablecimiento de la seguridad, tras los saqueos de los últimos días. Para ella lo prioritario es la comida y sobre todo el agua potable.

Sandrine espera desde las 7:45 a. m. Tiene sed y calor. «Ni siquiera hay agua, ¿cómo vamos a hacer? No me queda nada en casa». Mientras habla se le saltan las lágrimas. Una amiga a su lado la abraza: «Todo se arreglará, nos vamos a ayudar los unos a los otros».

En la fila la tensión se dispara. «Nos llevan de una punta a la otra», grita una mujer que dice llamarse MJ, «y cuando llegamos nos tenemos que ir a otro sitio porque no queda nada». «¡Nos hemos quedado sin coche, sin casa, sin agua, sin comida y esto dura demasiado tiempo!».

Algunos dan por imposible conseguir algo y prueban suerte en una tienda cercana que abre de vez en cuando y criba a los clientes a la entrada para evitar un altercado en el interior.

Una hora más tarde, en el lugar del reparto, la fila ha disminuido y el contenedor está casi vacío. Todos los que han esperado han recibido víveres y se van con una sonrisa, dando las gracias por la comida. Pero se marchan sin agua.