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Estados Unidos prohibirá a sus ciudadanos viajar a Corea del Norte

Pyongyang

 En Pyongyang, un grupo de turistas occidentales espera la señal de su guía oficial para inclinarse respetuosamente frente a las estatuas gigantes de los líderes Kim Il-Sung y Kim Jong-Il, un ritual al que los estadounidenses tendrán que renunciar tras el veto impuesto esta semana por la administración Trump.

El gobierno estadounidense prohibirá esta semana a sus ciudadanos viajar a la República Popular y Democrática de Corea (RPDC), como se denomina Corea del Norte.

La decisión se produjo después de que Pyongyang disparara un misil intercontinental y de la muerte de Otto Warmbier, un estudiante estadounidense que había estado detenido durante más de un año en Corea del Norte y que falleció el pasado mes de junio en Estados Unidos, a los pocos días de haber sido repatriado en estado de coma.

La mayoría de los turistas que viajan a Corea del Norte lo hacen por curiosidad, con la idea de vivir una experiencia distinta.

Las estatuas de bronce de 20 metros de alto de la colina Mansu dominan el centro de Pyongyang, un lugar que suelen visitar los norcoreanos para rendir homenaje a los dos primeros dirigentes del régimen.

«Echamos de menos a nuestro general», se oye por los altavoces, en alusión a Kim Jong-Il, padre del actual dirigente, Kim Jong-Un.

«El presidente Kim Il-Sung liberó a nuestro país e hizo de esta tierra el paraíso del pueblo», se escucha.

A seguir reglas. Responsable de un centro de llamadas en Irlanda, Kyle Myers, de 28 años, quería «ver algo que poca gente de donde yo soy haya visto».

Y, aunque el aumento de las tensiones en la península lo preocupó, asegura que no ve «ninguna amenaza para los turistas, siempre y cuando se comporten bien y sigan las normas del país».

Durante años, Washington se había limitado a desaconsejar a sus ciudadanos que viajaran a Corea del Norte, por los riesgos de arresto . (AFP)

Algunos turistas no esconden su entusiasmo. La informática australiana Pallavi Phadke, de 43 años, incluso ha dejado una ofrenda floral ante las estatuas, como una «muestra de respeto». «La gente parece feliz, no parecen oprimidos», afirma. «Están muy orgullosos de su país y de su historia y es divertido ver su patriotismo», afirma.

Una impresión que no comparten ni la ONU ni numerosas oenegés, ni muchos países, que acusan a Pyongyang de graves violaciones de los derechos humanos.

Otros turistas no disimulan su malestar. Las estatuas de los dos Kim le parecen a Mark Hill, un escritor de Calgary (Canadá), una versión «siniestra» del Monte Rushmore, de Estados Unidos, «impresionante e inquietante a la vez».

Durante años, Washington se había limitado a desaconsejar a sus ciudadanos que viajaran a Corea del Norte, por los riesgos de arresto y la posibilidad de que el dinero del turismo acabe financiando los programas militares de Pyongyang, prohibidos.

Pero ahora, con una prohibición que entrará en vigor a los 30 días de ser decretada, ha dado un paso más allá.

Los estadounidenses representan el 20% de los entre 4.000 y 5.000 turistas occidentales que visitan cada año Corea del Norte, según Simon Cockerell, de Koryo Tours, la agencia encargada del grupo de turistas entrevistado.

El deceso de Otto Warmbier ya había provocado que las reservas cayeran un 50%.

Cockerell opina que la prohibición de Estados Unidos es contraproducente pues, en última instancia, elimina «las relaciones que podía haber entre los turistas estadounidenses y los norcoreanos», que contribuyen a desmentir «la idea de que los extranjeros pertenecen todos a las mismas fuerzas del mal».

Además, según el responsable turístico, los beneficios del turismo son tan bajos que la idea de que este pueda «contribuir a apoyar el gobierno es absurda».

En el grupo entrevistado el domingo, se encontraba el escritor de Los Ángeles Evan Symon, que podría ser uno de los últimos turistas estadounidenses en visitar Corea del Norte en mucho tiempo.

«Por un lado, es bastante ‘cool'», dice sonriendo.