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Fragilizado por problemas internos, el presidente de Estados Unidos inicia un viaje ‘peligroso’

Washington

Riad, Jerusalén, Belén, Roma, Bruselas y Sicilia: el presidente Donald Trump, en dificultades en Washington, inició una gira que será analizada con lupa en las capitales de todo el mundo.

El mandatario estadounidense despegó el viernes de Washington, a bordo del Air Force One, en su primer viaje al exterior, acompañado por su esposa Melania y su hija Ivanka, quien es también su consejera, constató un fotógrafo de la AFP.

Este primer viaje extraordinariamente prolongado -cinco países en ocho días, una variedad de entrevistas bilaterales, desde el rey saudita Salmán al papa Francisco, pasando por el nuevo mandatario francés Emmanuel Macron- promete ser un ejercicio difícil para el presidente de Estados Unidos.

La avalancha de revelaciones que precedió a su partida lo puso en una posición delicada en su país y revivió también las dudas sobre su capacidad para desempeñar la función presidencial en presencia de sus homólogos.

Este viernes, el periódico Washington Post publicó que, según fuentes anónimas cercanas a la investigación, la indagatoria del FBI sobre los posibles vínculos de la campaña de Trump con Rusia se extendieron a un alto funcionario que trabaja actualmente en la Casa Blanca, como una «persona con un significativo interés».

El New York Times reveló a su vez este viernes que Trump había calificado el 10 de mayo de «loco» al exdirector del FBI James Comey, un día después de haberlo despedido, durante un encuentro con el canciller ruso Serguei Lavrov en el Salón Oval.

«Acabo de echar al jefe del FBI, estaba loco, completamente chiflado», habría dicho Trump al diplomático, según un informe oficial sobre la reunión redactado por la Casa Blanca y que fue leído al New York Times.

En la noche del viernes se informó que Comey aceptó dar testimonio público ante la comisión de Inteligencia del Senado y así dar respuesta a las interrogantes de los legisladores.

El despido de Comey, cuando sus servicios investigaban los eventuales lazos entre integrantes del equipo de campaña de  Trump y Rusia, sacudió a Washington, y las réplicas de esta decisión, poco habitual en un presidente de Estados Unidos, continúan agitando a la Casa Blanca.Desde entonces el exjefe del FBI ha permanecido en silencio.Potencialmente explosiva, su audiencia pública tendrá lugar después del último fin de semana de mayo, precisaron los jefes republicano y demócrata de la comisión de Inteligencia del Senado, en un comunicado común, publicado unas horas antes del inicio del primer viaje al extranjero de Trump.

«Espero que el testimonio del exdirector Comey permita responder a algunas de las preguntas planteadas desde que fue repentinamente despedido por el presidente», señaló en el comunicado el senador demócrata Mark Warner, quien firmó la nota junto su par republicano Richard Burr.

El entorno del impredecible presidente, de 70 años, afirma que su estilo «agradable pero franco» es garantía de eficiencia en las relaciones internacionales.

Estados Unidos primero… o multilateralismo

El magnate inmobiliario, que intenta un dramático ajuste de sus incendiarias declaraciones de campaña, va a tener que explicar cómo su lema favorito, «Estados Unidos primero», es compatible con el multilateralismo.

«El presidente sabe que ‘Estados Unidos primero’ no significa ‘Estados Unidos solamente’, sino todo lo contrario», dijo el general H.R. McMaster, su asesor de seguridad nacional. Pero más allá de la frase, muchas preguntas siguen.

En Riad, adonde llegará el sábado, Trump deberá esforzarse para marcar el contraste con su predecesor, quien despertó la desconfianza de las monarquías sunitas del Golfo.

Un discurso enérgico frente al Irán chiita, silencio en temas de derechos humanos, probable anuncio de contratos de armas; son los ingredientes para que la recepción sea buena.

Pero el presidente está haciendo una apuesta arriesgada al pronunciar en la capital saudita, ante más de 50 líderes de los países musulmanes, un discurso sobre el islam.

«Voy a llamarlos a combatir el odio y el extremismo», prometió antes de su partida, citando una «visión pacífica del islam».

En Israel, en donde espera impulsar la idea -todavía muy incipiente- de un acuerdo de paz, Trump se encontrará con su «amigo» Benjamín Netanyahu (en Jerusalén) y con el presidente palestino Mahmud Abas (en Belén, en los territorios palestinos ocupados).

El encuentro con el papa Francisco en el Vaticano tiene un aspecto singular, ya que las posiciones de los dos hombres están en polos opuestos, en inmigración, refugiados o el cambio climático.

Europa, donde Trump ha sembrado la confusión con declaraciones contradictorias sobre el brexit, el futuro de la Unión Europea y el papel de la OTAN, será la última etapa de su gira con una cumbre de la alianza atlántica en Bruselas y otra del G-7 en Taormina, perla turística de Sicilia.

«¿Invertirá en la relación con los aliados del otro lado del Atlántico como todos sus predecesores han hecho desde Pearl Harbor?», se pregunta Charles Kupchan, exasesor de Barack Obama. «Llegó al poder sugiriendo que no y después ha sugerido que tal vez. Todo el mundo va a estar aguardando».

La percepción del viaje en Estados Unidos también será crucial. Consciente de que la amenaza terrorista es un tema de preocupación central, el presidente republicano espera regresar con compromisos tangibles con sus aliados en la lucha contra el grupo Estado Islámico.

Pero, cualquiera sean las imágenes que queden de su gira, serán difíciles de olvidar los casos que sacuden su presidencia en Washington.

Para Bruce Riedel, un exfuncionario de la CIA y ahora analista en la Brookings Institution, una comparación que naturalmente viene a la mente es la del viaje a Oriente Medio en 1974 de Richard Nixon, quien esperaba un éxito diplomático «para desviar la atención del escándalo de Watergate».

«Eso no funcionó, los medios estadounidenses se centraron implacablemente en Watergate, trataron el viaje como algo accesorio y las revelaciones continuaron acumulándose», recuerda.

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