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Hasta la vegetación sucumbió al empuje furioso de Irma en la isla de San Martín

Marigot, San Martín

Llegando a las costas de la isla franco-holandesa de San Martín, salta a la vista la magnitud del daño causado por el huracán Irma: las colinas habitualmente cubiertas de frondosa vegetación tropical están ahora completamente peladas.

Ni árboles, ni palmeras… el huracán, que durante tres días permaneció en categoría 5 -la máxima- con viertos de casi 300 km/h, los ha desmochado, o simplemente partido.

En la ciudad de Marigot, capital de la parte francesa de esta isla caribeña, calles y carreteras están cubiertas aún con pedazos de tejados destrozados, con trozos de metal y restos de plantas arrancadas.

Pero en algunos lugares, la población ya empezó a limpiar: retiran los obstáculos, cortan los árboles, apilan las ramas. Los helicópteros surcan el cielo y de vez en cuando se oye alguna sirena.

En el muelle del puerto, un grupo de turistas espera, con aire cansado, un barco que quiera llevarlos lejos de esta isla devastada.

Son estadounidenses, de Nueva York y Nueva Jersey. «Estábamos en el hotel», explica Gary Epstein, un cuadragenario que, junto a su esposa, termina unas vacaciones con gusto amargo.

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A su alrededor, todos quieren contar lo sucedido: «El agua subió hasta la segunda planta, y nos quedamos sin agua, sin electricidad, sin información, solo ruido, ruido, un ruido ensordecedor».

En el barrio comercial de Galice Bay, un grupo de militares patrulla fusil en mano. Entre sus misiones, sobre todo garantizar la seguridad del único supermercado de la ciudad que no ha sido saqueado.

Servicios a medias. La electricidad volvió el viernes a algunas zonas, pero el suministro de agua sigue cortado en toda la isla.

En los tres o cuatro puntos de la ciudad donde se sabe que hay cobertura telefónica, quienes tienen vehículos aún capaces de funcionar mantienen sus motores encendidos para cargar las baterías de sus teléfonos celulares.

Hervé Meunier, director del supermercado de Galice Bay, respira ahora más tranquilo.

«Desde esta mañana, vemos barcos que llegan, socorristas, y eso nos alivia. Porque, saben, es largo, tres días sin nada», afirma.

Y cuenta que ha visto, en torno a su comercio, ratas rebuscando entre las basuras que se amontonan.

En las calles, grupos de personas charlan, piden noticias unos de otros, explican lo que han vivido, hablan de los saqueadores que pasan llevando refrigeradores u otros cosas, de las agresiones a veces.

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Algunos minimizan con ironía: «Hay un disparo de vez en cuando pero eso es todo».

«En la parte holandesa, ayer había un atasco», cuenta Philippe, quien  vive en San Martín desde hace 28 años. «Son saqueadores que vienen con camiones a abastecerse de aparatos de todo tipo», asegura.

Según él, el número de muertos anunciados en la isla -nueve según un balance comunicado el viernes por el ministro del Interior francés, Gérard Colomb, dos en el lado holandés- es «totalmente utópico».

«En mi opinión», dice, «va a subir a un número de tres cifras».

Algunos se pregunta si  van a quedarse en la isla, preocupados sobre todo por la escolarización de los niños, dados los daños que han sufrido muchos centros educativos.

Pero la llegada de José, un nuevo huracán que debería pasar el sábado a 100 km al norte de la isla,  no parece sembrar el pánico. Muchos ignoran que el viernes pasó a categoría 4, con vientos de 240 km/h.

En todas las bocas, una única pregunta: «¿y ahora, qué?»