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La ONU declara la guerra a la civilización judeocristiana

En noviembre, el presidente de la Asamblea General de Naciones Unidas, Peter Thomson, lució el famoso pañuelo a cuadros, la kefia, símbolo de la

En noviembre, el presidente de la Asamblea General de Naciones Unidas, Peter Thomson, lució el famoso pañuelo a cuadros, la kefia, símbolo de la “resistencia palestina” (léase terrorismo). Esto no es más que la continuación de la obliteración cultural de Israel, que se supone justifica su próxima obliteración física. (Imagen: ONU-UN/Manuel Elias).

Giulio Meotti.- 2016 fue un año maravilloso para los antisemitas en Naciones Unidas. El Consejo de Seguridad (CS) acaba de apuntar contra la única democracia de Oriente Medio: el Estado de Israel. Se ha sabido que la saliente Administración Obama orquestó lo que incluso Haaretz denominó una campaña de “atropello y fuga” para denigrar al Estado judío y abandonarlo a un destino sobre el que sólo se cierne el conflicto y el odio. Esto es un genocidio cultural, y no es menos peligroso que los ataques terroristas. Se basa en mentiras antisemitas y no crea una atmósfera para alcanzar la “paz”, como se ha dicho taimadamente, sino para perpetuar la guerra.

La Resolución 2334 del CS es la culminación de un vertiginoso y fructífero año para los antisemitas. El pasado noviembre, los comités de la Asamblea General de la ONU adoptaron en un solo día diez resoluciones contra Israel, la única sociedad abierta de Oriente Medio. ¿Cuántas resoluciones se han aprobado contra Siria? Una. ¿Cuántas contra el Estado canalla de Corea del Norte? Una. ¿Cuántas se aprobaron contra Rusia cuando se anexionó Crimea? Una.

Hillel Neuer, de UN Watch, observó:

“Ahora que el presidente sirio, Bashar Asad, se está preparando para la masacre final de su propio pueblo en Alepo, la ONU ha adoptado una resolución –bosquejada y copatrocinada por Siria– que condena falsamente a Israel por tomar “medidas represivas” contra los ciudadanos sirios en los Altos del Golán. Es obsceno”.

No se aprobó una sola resolución contra aquellos Estados que realmente vulneran los derechos humanos, como Arabia Saudí, Turquía, Venezuela, China o Cuba, por no hablar de las numerosas tiranías africanas. Se aprobó una resolución sobre las “propiedades de los refugiados palestinos”, pero ni se hizo una sola mención a las propiedades de los cristianos iraquíes de Mosul.

Otra resolución en este festín racista de Naciones Unidas concernía a la “aplicación de la Convención de Ginebra en los territorios ocupados”. Hay cientos de disputas territoriales en el mundo, desde el Tíbet a Chipre, ¿pero sólo se interpela a Israel?

Según los embusteros de Naciones Unidas, el país más malvado del mundo es Israel. El alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid Raad, y el príncipe jordano Zeid al Husein están patrocinando incluso una lista negra de compañías internacionales que tienen vínculos con empresas israelíes en Judea, Samaria, Jerusalén Este y los Altos del Golán, para facilitar el boicot contra Israel, con la evidente esperanza de exterminar económicamente al único país democrático y pluralista de la región: el Estado judío.

La enviada de la ONU para la Infancia y el Conflicto Armado, Leila Zerrugui, de Argelia, sugirió también incluir al Ejército israelí en la lista negra de países y organizaciones que causan regularmente daños a los niños, junto con Al Qaeda, Boko Haram, el Estado Islámico, los talibanes y países como el Congo y la República Centroafricana, tristemente conocida por sus niños soldados; pero no por supuesto a los palestinos, que siguen promoviendo el empleo de niños como combatientes y mártires. ¿Cómo es que esa jurisprudencia occidental creada tras la Segunda Guerra Mundial para la prevención de nuevos crímenes contra la humanidad está siendo ahora utilizada para perpetuar más crímenes y contra las democracias?

La comisión de la ONU sobre los derechos de las mujeres condenó a Israel como el único violador de los derechos de las mujeres. No a Siria, donde las fuerzas de Asad utilizan la violación como arma de guerra, o al Estado Islámico, que esclaviza a las mujeres de las minorías religiosas. No a Arabia Saudí, donde se castiga a las mujeres si no llevan el velo integral islámico bajo temperaturas abrasadoras, o por conducir un coche o siquiera salir de casa. No a Irán, donde el adulterio (que puede incluir el ser violada) es castigable con la muerte por lapidación. Y si los palestinos pegan a sus mujeres es culpa de Israel, adujo una experta de la ONU, Dubravka Simonovic, sin pestañear.

La Organización Mundial de la Salud de la ONU también señaló a Israel como el único agresor en el mundo contra la “salud mental, física y ambiental”, a pesar de que es el único Estado del mundo que da asistencia médica a sus enemigos (que pregunten a los hijos de los líderes de Hamás).

El profesor de Derecho canadiense Michael Lynk fue designado investigador imparcial de la ONU de las presuntas violaciones contra derechos humanos de Israel, a pesar de su largo historial de campañas antisemitas y de su militancia en numerosas organizaciones propalestinas, como Amigos de Sabil y el Consejo Nacional para las Relaciones Canadiense-Árabes.

El pasado octubre, la agencia cultural de la ONU, la Unesco, al declarar por arte de magia “islámicos” ancestrales lugares judíos bíblicos –a pesar de que el islam no existió históricamente hasta el siglo VII, cientos de años después–, pretendió, con la villana complicidad de Occidente, borrar las raíces judeocristianas de Jerusalén.

Es una atroz manipulación para tratar de borrar toda la historia judía y cristiana, para hacer creer que todo el mundo fue original y eternamente islámico, solamente. Es una yihad. Así es una yihad. No son sólo monos naranjas, decapitaciones y esclavitud. Si uno puede borrar y reescribir la historia, puede redirigir el futuro. Si no sabes de dónde vienes, ¿qué valores defenderás, por cuáles lucharás?

Los nombres importan. Si es judío, entonces se le denomina “Judea y Samaria”; si es “Palestina”, entonces puedes decir que “los judíos lo robaron” y que Israel es un “constructo colonialista” basado en la “injusticia”. ¿Por qué, entonces, nadie está señalando a todo el continente de América del Sur, conquistado a los indígenas por Cortés, Pizarro y los europeos por la fuerza de las armas?

La última resolución del Consejo de Seguridad de la ONU contra Israel no tiene que ver únicamente con los “asentamientos”, sino con la Ciudad Vieja de Jerusalén. Sus miembros quieren reiniciar la historia no en 1967, sino en 1948, cuando nació Israel.

Cuando Marcel Breuer y Bernard Zerfuss diseñaron el edificio de la Unesco, de cemento y cristal, de la Plaza Fontenoy de París, y Pablo Picasso donó frescos para él, lo más seguro es que concibieran el renacimiento de la cultura occidental tras las tragedias de la guerra, el Holocausto y la pesadilla nazi. Nunca en ningún otro lugar del mundo palabras como educación, ciencia, cultura, libertad, paz y fraternidad se repitieron tantas veces. Había esperanza y empeño en que el futuro fuera mejor, no peor. Pero el sueño no duró más que los pocos minutos del anuncio.

La Unión Soviética ya había manchado los programas culturales de la Unesco con el rojo del comunismo; por ejemplo, cuando se promovió un “nuevo orden mundial de la información” al objeto de poner fin al predominio de la prensa occidental, presentada como una “amenaza” a la “identidad cultural” de los países del “Tercer Mundo”. Bajo la Torre Eiffel, el autoritario y antioccidental Tercer Mundo se hizo con el control del centro cultural de la ONU, que se volvió, según el Washington Post, “excesivamente burocrático, costoso, despilfarrador e imbuido de prejuicios antioccidentales y anticapitalistas”.

Desde entonces, Israel sigue siendo tratado como un paria por estos criminales en lo ideológico y en lo material. El organismo de la ONU incluso dejó ver sus cartas propagando el libelo de sangre antisemita de que el “sionismo es racismo”.

En noviembre, el presidente de la Asamblea General de la ONU, Peter Thomson, lució el pañuelo de cuadros, la kefia, símbolo de la “resistencia palestina” (léase terrorismo). Esto es simplemente la continuación de la obliteración cultural de Israel, que supuestamente justificará después su obliteración física.

El destino de la civilización judeocristiana –del cristianismo y del judaísmo–, en la que se basan todos nuestros valores, está unido al del Estado de Israel. Si Israel deja de existir, también lo hará la Cristiandad. El mundo está presenciando cómo los pocos cristianos y otros no musulmanes que permanecen en el resto de Oriente Medio –en el en tiempos glorioso Bizancio cristiano– están siendo masacrados, ahora que han desaparecido los judíos y los griegos.

La guerra de Naciones Unidas contra los judíos de Israel es, en el fondo, una guerra contra Occidente. La ONU y quienes la defienden están allanando enérgicamente el camino al Califato europeo.