Hay indicios de que la verdad no está dicha. Por un lado, el Gobierno se jacta de unas holgadas cifras financieras. Por otro, recorta presupuestos y propone a la Asamblea Legislativa un paquete de leyes para aumentar impuestos. ¿Cómo entender ese antagónico discurso?
Por ejemplo, el 28 de abril, Manuel Tovar, ministro de Comercio Exterior, advirtió por escrito que el Gobierno atraviesa una “acuciante situación fiscal”. Por ello, según él, rompería el convenio de atracción de inversión extranjera con la Coalición Costarricense de Iniciativas de Desarrollo (Cinde).
21 días después, el ministro de Hacienda, Nogui Acosta, lo desmintió: “Hoy estamos en una buena situación fiscal”, declaró el 19 de mayo, y lo reafirmó el 21: “Los temas de angustia financiera y fiscal del país son cosa del pasado”. ¿Sí?
La creciente deuda con la Caja Costarricense de Seguro Social no refleja la serenidad del ministro. Tampoco son indicio de sosiego los recortes en Cultura (¢4.000 millones) o en fondos para resguardar parques nacionales (¢2.350 millones).
La Contraloría General de la República, órgano no politizado, abona a las dudas al concluir —luego de analizar la liquidación del Presupuesto Nacional del 2022— que los datos financieros no son confiables.
El déficit fiscal del año, dijo, está subestimado en al menos un 1% del PIB (¢425.000 millones). “Las partidas muestran incertidumbre en su registro presupuestario”. Lo grave, agregó, es que se debilita la “rendición de cuentas” y la “transparencia”. Tal manejo de cifras incluso erosiona la confianza, sobre todo, en financistas internacionales.
Resulta incoherente, además, que el paquete de impuestos propuesto por el Gobierno se presente como un plan para hacer “más justo el sistema tributario”, cuando lo real es que aumenta tributos, principalmente, a la clase media. Lo demás, es cuento. Sí, hay un apetito, voraz, de recaudar más dinero y, esta vez, al fin, diputados de oposición con conocimiento legal y económico, descubrieron lo que se trata de encubrir.
Hay indicios de que la verdad no está dicha. Hay señales de que la angustia financiera sigue vive, pero la colorean. Y lo que es peor: hay pistas de que la transparencia pierde la batalla.
El autor es jefe de Redacción de La Nación
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