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Sigamos impulsando una salud integral

Costa Rica es uno de los países con menor incidencia de espina bífida. Esta condición no es producto de magias hospitalarias o curativas, sino de algo más simple, nos contó la periodista Irene Rodríguez en La Nación del domingo: fortificar con ácido fólico, a partir de 1997, varios alimentos que consumimos regularmente, como harina de trigo, arroz y azúcar. Es decir, salud preventiva, con beneficio para miles de personas y ahorros para ellas y el Estado.

Pienso en otros dos casos. Uno es el tamizaje neonatal masivo, iniciado en 1990, para detectar y atender tempranamente una serie de enfermedades metabólicas hereditarias; otro, la incorporación, en el 2019, de la vacunación contra el virus del papiloma humano, principal causante del cáncer de cérvix, en el esquema básico de la Caja. Su efecto será enorme en reducir la décima causa de muerte entre las mujeres.

La historia de Costa Rica en este tipo de políticas es ejemplar. Inciden múltiples factores, pero me atrevo a conectarlos con uno de origen: reconocer que la salud es “una sola”, como postula un reciente estudio de Edgar Robles, economista, y Jorge Cortés, médico, publicado por la Academia de Centroamérica, en colaboración con otras instituciones. En el centro de esta concepción está la persona, pero como parte de un sistema en que interactúan atención y prevención, prioridades y recursos, estilos de vida y políticas de amplio espectro.

Por ejemplo, el enorme salto que dio la esperanza de vida al nacer, de 65,3 años en 1970 a 72,5 en 1980, estuvo influido por la extensión en los servicios de atención en salud, incluida la vacunación, pero también por avances en el acceso a agua potable, nutrición, educación, alcantarillado, electricidad, telefonía y otros servicios sociales generalizados.

El envejecimiento progresivo y la prevalencia de enfermedades crónicas ha limitado la eficacia de estas medidas universales y encarecido la atención. Por esto, los recursos cada vez alcanzan menos. Es una razón más para insistir en intervenciones preventivas específicas, mejoras en los hábitos de vida y sinergias y eficiencias que multipliquen el impacto de todo lo anterior. Esto depende de políticas de largo alcance, innovadoras y basadas en el conocimiento, no de las ocurrencias o, peor, de la ignorancia.

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