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Ya no odio a Lio Messi

Confieso que fue objeto de mis antipatías, de esas futboleras, nada grave, la mezcla de admiración y frustración cuando el fenómeno juega con el archirrival. Confieso que fueron un fastidio sus 26 goles contra el Real Madrid, el equipo internacional de mis simpatías, al menos hasta hace algunas temporadas. Ahora, confieso también, me he vuelto un poco indiferente. Total, si el Real Madrid pierde, ¿qué? Ya no está Cristiano. Ya no está Navas. Ya no está Figo. Ya no está Raúl (sobre todo Raúl). Ya no está Roberto Carlos. Ya no está Hugo Sánchez. Ya no están muchos de los jugadores que admiré. Y aunque estuvieran, ¿qué?

El asunto es que a Messi me costaba digerirlo, por fenómeno, por inoportuno, por sus siete trofeos Balón de Oro, por encima de los cinco de Cristiano a quien, sin fanatismos, consideraba técnicamente más completo. No más determinante, pero sí más completo (con derecha, con izquierda, de cabeza…). Claro, lo sé, no hace falta que me lo recuerde: a Messi con la zurda le basta y sobra para hacer lo que le da la gana. Y, bueno, sí, quizás ha sido más determinante, tan capaz de jugar para el equipo como de bailarse a medio mundo. Cristiano era más yo, yo y yo.

A Messi también le criticaba esa aparente falta de liderazgo, así en el Barcelona como en Argentina, esa aparente falta de caracter en los momentos difíciles, casi siempre callado, sin personalidad para aguijonear a sus compañeros. Pero bueno, quién dice que tiene que ser Messi y el Ché Guevara a la vez. Ni siquiera hay que pedirle ser un Cholo Simeone. Es un fenómeno con la pelota en los pies. Y punto.

Lo cierto es que una vez fuera del Barcelona, empezó a caerme menos mal, hasta que hoy, en pleno Qatar 2022 no me disgusta para nada ese “último tango”, como le ha llamado la afición argentina a la posibilidad de que Messi levante el trofeo que le falta.

Confieso también que en la jornada anterior prefería un triunfo de México, pero ya no tengo reparos en reconocer en el 10 al jugador capaz de marcar la diferencia y romper un 0 a 0 que se hacía enorme. En el fondo, también lo prefiero en el Mundial que en un avión de regreso a París.

Con Argentina nunca se sabe, muchas veces llena de figuras y precozmente despachada. Quizás fue un simple accidente su derrota ante Arabia Saudita (2 a 1), después de 36 partidos seguidos sin perder, aunque a nadie debería sorprender el vaivén del 10 y la albiceleste en Copas del Mundo. Dan fe de ello dos eliminaciones seguidas en cuartos de final (2006 y 2010), una final perdida (2014) y un tropiezo en segunda fase (2018), desde que Messi juega en Mundiales.

Equipo no le falta, aunque de momento no la veo al nivel de Francia y Brasil, los dos que más me han gustado en lo que llevamos de Qatar 2022, muy a pesar de la derrota francesa ante Túnez, con una alineación llena de suplentes (0 a 1).

Brasil tiene magia, regate, fintas, goles, velocidad de juego, desequilibrio, aunque habrá que verlo sin Neymar y ante rivales capaces de contestarle con ofensiva. Francia tiene menos brillo, pero también más solidez, equilibrio, marca, desborde, disciplina táctica, capaz de lanzarse a la ofensiva o replegarse justo antes del letal contraataque con el indomable Mbappé (Argentina la evitó como rival en octavos de final al ganar su grupo). Además está España, con su envolvente, egoísta y avasallante posesión de pelota, aunque no le bastó ante Alemania (1 a 1).

Otros son los favoritos, pero mientras Messi esté en la Copa y Argentina siga creciendo cualquier diablura puede pasar. No me disgustaría. Así, sin rencores.

*Nota del autor: este artículo fue publicado antes de la clasificación argentina a segunda ronda y actualizado una vez que la consiguió.

Lionel Messi quizás merece una Copa del Mundo, pero Argentina no ha sido capaz y sus Mundiales, incluyendo al 10, han estado llenos de altibajos.