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A Wilbur Ross no le importan las guerras comerciales

Wilbur Ross, el secretario de Comercio de Estados Unidos y el más visible combatiente del presidente Trump en esas lides, fue el 2 de octubre al simposio anual de una asociación nacional de empresas exportadoras como orador principal. Cuando habla de las políticas comerciales del “America First”, su voz, actitud y discurso metódico hacen que suene menos resentido y revanchista que cuando el propio presidente las expresa.

Ante unas cien personas, Ross reconoció el nerviosismo por la decisión de Trump de imponer millones de dólares en aranceles a productos extranjeros, principalmente de China. Como resultado, los exportadores de EU ahora tienen que lidiar con aranceles de represalia que otros países les han aplicado. Ross les dice que no hay nada que temer. «Como ya les dije antes, no juzguen al presidente por sus tácticas, sino por sus resultados. Y creo que cada vez está más claro que sus políticas comerciales están funcionando muy bien«, dijo. Y añadió que otros países se han sumado a EU para detener a China.

La perspectiva de un enfrentamiento entre EU y China inquieta a muchos, pero Ross habla de ello como si no fuera un problema. «Nunca hay un momento perfecto para una disputa comercial», mencionó a los exportadores. «Pero ahora, con nuestra economía tan fuerte y otras economías en dificultades, es un buen momento para un poco de confrontación».

«¿Es esta guerra comercial parte de una estrategia más grande contra la agresión política y económica de China? ¿O es solo un método para corregir las malas prácticas de China en las políticas económicas y comerciales?», le preguntaron. Ross se limitó a responder que el gobierno de Trump solo quiere que China juegue de manera más limpia. Sin embargo, dos días después, el vicepresidente Mike Pence emitía una condena más amplia contra China, vinculando sus prácticas comerciales con su expansión militar en el Mar de China Meridional y su represión de la libertad religiosa, debilitando las relaciones. Ross había sido evasivo, seguramente sabía la verdadera respuesta.

El secretario de Comercio no suele estar entre los miembros más destacados del gabinete, ni siquiera en temas de comercio. Aunque preside una gran división de comercio internacional con empleados en embajadas estadounidenses en todo el mundo, es el representante de Comercio, actualmente Robert Lighthizer, quien reporta al presidente y es el negociador en asuntos comerciales. El secretario del Tesoro y el director del Consejo Económico Nacional de la Casa Blanca también se involucran en el tema. Luego, el secretario de Comercio se ocupa del departamento, que incluye la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica y la Oficina del Censo. «No es un puesto clave o importante si quieres tener influencia política», señala Derek Shearer, profesor en el Occidental College.

Pero Ross no es un funcionario común, se ha convertido en el secretario de Comercio de más alto perfil en décadas. Antes de aceptar el cargo, ya era conocido como un multimillonario inversionista buitre. Pero Trump vio algo más en él. Cuando lo eligió para el puesto en 2016, lo llamó «un asesino» y prometió que Ross sería un asesor clave en la cruzada para cambiar de táctica en las relaciones comerciales de EU. «Wilbur está en todas las reuniones, en todas. Ha sido un gran agente en la administración de Trump», dice Larry Kudlow, director del Consejo Económico Nacional de la Casa Blanca.

La oficina de Ross en Washington está llena de gráficas, que lleva al Congreso cuando testifica para mostrar cómo su país ha sufrido económicamente con el ascenso de China. Afirma que eso cambiará ahora que Trump ha demostrado que está dispuesto a blandir los aranceles para lograr lo que quiere. Ross cree que las acciones del gobierno de EU podrían llevar a China a una recesión. «Su crecimiento económico se reducirá de manera significativa«, anticipa. Admite que una recesión china seguramente se sentiría en otros países, incluido EU, pero no está preocupado. Su mantra es que la economía estadounidense es tan fuerte que puede soportar la réplica desde Asia.

Ross creció en Nueva Jersey y estudió en Yale y Harvard. En 1976, se unió a Rothschild, donde se convirtió en un asesor estrella en situaciones de bancarrota, conocido por ayudar a los tenedores de bonos a recuperar sus inversiones en proyectos problemáticos. Uno de ellos fue el casino Trump Taj Mahal en Atlantic City, que quebró a principios de los años noventa. Aunque Ross y Trump intercambiaron insultos en la prensa, se alcanzó un acuerdo y los dos se hicieron amigos.

En 2000, Ross fundó su propia firma de reestructuraciones y adquisiciones, WL Ross & Co. Su operación más memorable fue cuando compró plantas siderúrgicas en quiebra y las vendió a un multimillonario indio por 4 mil 500 millones de dólares, obteniendo una ganancia de 2 mil 500 millones para su firma y 300 millones para sí mismo.

Ross fue uno de los primeros partidarios de Trump en 2015 cuando lanzó su candidatura presidencial, donando 200 mil dólares al PAC o comité de acción política Trump Victory. «Pensé que él era el único que realmente entendía lo que estaba en la mente de la mayoría de los estadounidenses», comenta.

Escribió un libro blanco para la campaña con Peter Navarro, asesor de Trump y feroz crítico de China, que se refirió a Beijing como «el mayor tramposo comercial del mundo».

El inversionista buitre fue recibido con elogios en su audiencia de confirmación en 2017. «En los últimos años, el cargo de secretario de comercio no ha sido uno de los puestos más buscados ni uno de los más valorados en Washington», afirmó el senador demócrata Bill Nelson. Otros senadores aplaudieron su promesa de deshacerse del 90 por ciento de sus activos, a diferencia de Trump.

En los primeros meses de la nueva administración, Ross fue el negociador comercial del presidente, antes de que Lighthizer fuera confirmado. Estuvo presente cuando Trump sostuvo su primera reunión con el presidente chino Xi Jinping en abril de 2017. Dos exfuncionarios del gabinete explican que Ross estaba tan concentrado en dominar la discusión que dejó fuera de la reunión a Kenneth Juster, entonces asistente adjunto de Trump para asuntos económicos internacionales.

Con todo, fue evidente que le faltaban tablas para el cargo.

Un mes después de esa reunión estaba listo para revelar los primeros resultados de sus conversaciones con China. Beijing acordó relajar las restricciones a las importaciones de carne de res de EU, y Trump permitiría la entrada de más carne avícola china. Funcionarios del gabinete le advirtieron a Ross que no le diera mucho bombo a los acuerdos. Desobedeció y calificó los resultados preliminares de «hercúleos». El anuncio, o más bien el autoengrandecimiento de Ross, fue criticado por expertos comerciales.

Cuando la delegación china volvió en julio para una nueva ronda de conversaciones, el secretario estaba ansioso por llegar a un acuerdo que reduciría la sobreproducción de acero chino, que le permitía al país asiático inundar el mundo con material barato. Los chinos aceptaron. Ross organizó una cena para funcionarios chinos y estadounidenses y al día siguiente visitó la Casa Blanca para venderle el pacto a Trump, quien lo consideró una vergüenza y lo relevó de sus obligaciones como principal negociador con China.

Trump seguía disgustado con Ross en un viaje presidencial a Beijing en noviembre de 2017 para una reunión con Xi. Aunque Ross acompañó a la comitiva, Trump no lo dejó entrar en la sala con el presidente chino.

Por las mismas fechas, Ross, cuya fortuna previamente había sido valorada en 3 mil millones de dólares, desapareció de las listas de multimillonarios de Bloomberg y Forbes. Durante su proceso de confirmación, él había declarado solo 700 millones de dólares en activos; según Forbes, intentó explicar la discrepancia diciendo que había colocado 2 mil millones de dólares adicionales en un fideicomiso familiar, sin ofrecer documentación. El 5 de noviembre de 2017, The New York Times y agencias de noticias informaron que los documentos conocidos como Paradise Papers revelaban que Ross seguía siendo inversor en una naviera llamada Navigator Holdings. Uno de los mayores clientes de Navigator era la compañía energética rusa Sibur Holding PAO, entre cuyos dueños figuraba el yerno del presidente ruso Vladimir Putin. Seis senadores demócratas pidieron una investigación del inspector general del Departamento de Comercio. Ross minimizó la noticia, diciendo que no había hecho nada malo y que ya había reducido su participación en la naviera.

Ross quería restaurar su relación con Trump. En enero de 2018, el Departamento de Comercio terminó un estudio sobre las importaciones de acero y aluminio y concluyó que había una justificación de seguridad nacional para los aranceles. Trump podía elegir: arremeter contra malos jugadores como China, o ir contra todo el acero importado, incluso si eso significaba castigar a aliados como la Unión Europea. El desafío para Ross era superar la oposición de las fuerzas antiarancelarias en la Casa Blanca.

Lo logró. En marzo, Trump anunció a un contingente de periodistas que impondría aranceles a la importación y que serían más bien globales. Un 25 por ciento sobre el acero y un 10 por ciento sobre el aluminio. «Había gente que no estaba de acuerdo, pero Wilbur presionó y convenció al presidente», dice Kudlow.

Esa misma semana, un Ross victorioso apareció en CNBC con una lata de sopa Campbell’s. Argumentó que la mayoría de los estadounidenses apenas se darían cuenta de los aranceles. Sosteniendo la lata, dijo que contenía solo 2.6 centavos de acero. «Si eso aumenta un 25 por ciento, son seis décimas de un centavo. ¿Quién resentiría seis décimas de centavo?»

En mayo, Ross formó parte de una delegación que viajó a Beijing para negociaciones comerciales de alto nivel, evidenciando que gozaba otra vez del favor de Trump. Ese mismo mes, anunció una nueva investigación arancelaria, ahora sobre los coches importados. La perspectiva alteró a los aliados de EU. En una intensa discusión esta primavera, Cecilia Malmström, la comisaria europea de Comercio, le pidió a Ross un pacto menos contencioso entre EU y Europa; quería como primer paso que se eliminaran los aranceles al acero y el aluminio, que aún no habían entrado en vigor para los países de la Unión Europea.

«No creo que el presidente le conceda la absolución en eso», aseguró Ross, según una fuente con conocimiento de la discusión. «Él no es el Papa», replicó Malmström. «Se parece más a la mafia rusa que tenemos en Suecia. Dicen ‘Dame dinero o quemaré tu casa’».

El departamento de Ross dedicó meses a la investigación del acero y el aluminio, pero no desarrolló un plan para resolver los problemas de las compañías de EU que dependen de ciertos tipos de acero que no son fabricados en cantidad suficiente por los nacionales. El Departamento de Comercio había anticipado 6 mil solicitudes de exclusión de aranceles de tales compañías, recibió casi 50 mil. «Wilbur Ross dice que una lata de sopa solo cuesta seis décimas de centavo más», objeta Lewis Leibowitz, abogado en Washington. «Esa no es la ecuación. La ecuación es: si fabricas latas, ya te fregaste».

Republicanos y demócratas confrontaron a Ross con quejas similares cuando compareció ante el Comité de Finanzas del Senado. El secretario presentó gráficos que mostraban que el proceso de exclusión arancelaria estaba funcionando lentamente. No convenció a muchos escépticos. «Señor secretario, a pesar de sus gráficos, las pequeñas empresas de EU se sienten rehenes de un limbo burocrático”, dijo el demócrata Ron Wyden.

La Oficina de Ética Gubernamental publicó la declaración patrimonial de Ross, donde afirmaba haber descubierto que hacia fines de 2017 todavía poseía algunas inversiones que había prometido vender. El abogado de Ross, Theodore Kassinger, dice que el secretario de comercio no entendió las regulaciones de divulgación financiera. Pero no todos están satisfechos con esa excusa.

Wilbur Ross también está bajo escrutinio por incluir en el censo de 2020 una pregunta sobre la ciudadanía, un hecho que ha indignado a grupos que defienden los derechos de inmigrantes, que interpusieron una demanda contra el departamento.

En el desahogo del litigio, se supo que Ross había consultado a Kris Kobach, secretario de estado de Kansas, un funcionario de “línea dura” en inmigración que asesoró a Trump sobre el plan del muro con México, quien arguyó que esa pregunta debe hacerse para que el gobierno pueda considerar reducir la representación en el Congreso de áreas con grandes poblaciones de indocumentados. El caso fue a juicio el 5 de noviembre. Una derrota sería vergonzosa para Ross.

Ahora que los demócratas recuperaron la Cámara, es probable que investiguen a fondo estas controversias, lo que podría acortar el tiempo de Ross en Washington. Mientras tanto, él disfruta de los reflectores. Hacia el final del verano viajó a Fargo, en Dakota del Norte, para asegurarles a agricultores y ganaderos que los aranceles de Trump daban resultado. Ross dijo que los países de la Unión Europea se estaban uniendo a EU ante China. «Antes tenían miedo», explicó. «Es como un bravucón en el patio de la escuela (…) Los bravucones son bravucones solo si los otros niños los dejan. Si dos niños pequeños se juntan y enfrentan al bravucón, y le dan una paliza, ¿saben qué?, ese es el final del bravucón». Ross dijo esto con calma, pero su hipotética pelea en el patio de la escuela suena como algo que podría tener graves consecuencias.

Uno de los presentes, un productor de soya preocupado por los aranceles de represalia que enfrentan debido a las acciones de Trump, le replicó: «Oímos a mucha gente decir ‘todo va a estar bien, China tiene que comprar nuestros granos’. Esa es una pésima respuesta. No están obligados a hacerlo».

Pero la mayoría de las personas en Fargo parecían no tener problema con la guerra comercial, Trump les ha prometido una ayuda de 12 mil millones de dólares para capear la situación. Kenny Graner, presidente de la Asociación de Ganaderos de Estados Unidos, respaldó a Ross. «Los productores de ganado apoyan que la administración luche por el comercio”, le dijo al secretario. “Estamos contigo. Estamos en esto para ganar».

Con la colaboración de Andrew Mayeda y Peter Martin