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Análisis | ‘Cómo ser un latin lover’: más tex que mex

Decir que Cómo ser un latin lover «se siente una película muy mexicana», tal y como afirmó el actor Eugenio Derbez (Milpa Alta, Ciudad de México, 1961) en la rueda de prensa del estreno, por dos órales (vamos) y un híjole (caramba), unas tortillas –por su color, de trigo– y las canciones José José y Angélica María, en una película de dos horas de duración es, cuanto menos, atrevido. Solo en las escenas en las que los protagonistas, Derbez y Salma Hayek (Coatzacoalcos, Veracruz, 1966), interpretan a dos hermanos la magia mexicana sale a relucir entre bromas, te quieros y zapes (collejas). Por lo demás la cinta transcurre en un mundo de ensueño estadounidense y la forma de actuar de este latin lover bien podría ser la de un italiano, un español o la de cualquier hombre bronceado de este planeta.

Derbez interpreta a un cuarentón entrado en canas y grasa que ya desde pequeñito decidió dedicarse al dolce far niente a costa de la fortuna de ancianas. Después de 25 años casado con una de ellas, esta le abandona y él, Máximo, vuelve por un tiempo a casa de Salma Hayek, su hermana en la ficción, donde urde un plan para conquistar a la siguiente. Su sobrino de 10 años se convierte en la clave para alcanzar su objetivo: el pequeño está enamorado de una niña y Máximo intentará seducir a su abuela. Con esta carta de presentación, How to be a latin lover (Cómo ser un latin lover), dirigida por el neoyorquino Ken Marino y producida por el propio Derbez, ha conseguido colocarse, en su estreno el fin de semana pasado, en el puesto número uno como la comedia más vista en Estados Unidos y en segunda posición en la clasificación general por debajo de Fast and furious 8; supera así a The Circle, protagonizada por Tom Hanks y Emma Watson.

«¿A quién han ido a ver este fin de semana a los cines en Miami? A Salma y Eugenio, no a Tom», bromeaba Derbez ante los medios. Ambos actores se han erigido en defensores de México en un momento en que el nuevo inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, no se cansa de poner en entredicho la bondad y capacidad de esta nación. Pero su influencia en el país vecino aún está en cuestión más en el caso de Derbez –que acaba de dar el salto a la industria cinematográfica estadounidense que en el de Hayek que cuenta ya a sus espaldas con varias décadas de carrera en la meca del cine. «A Estados Unidos solo le importa el color verde [en referencia al dólar], ni el blanco, ni el negro, ni el café», criticó Hayek. «Por eso es importante que vayan a verla: cuando ingresas, es cuando te reconocen», remató Derbez.

Después de su salto a Hollywood con Milagros del cielo, una cinta de corte evangélico, Derbez regresa a la comedia, su registro favorito en el mundo del espectáculo. Y lo hace bien. En el proceso de entrenamiento de su sobrino para convertirlo en un latin lover, Máximo le da algunos consejos clave con su dosis de humor: – «Quítate ese reloj para seguir virgen», le espeta el tío. – «¿Qué es virgen?, pregunta el pequeño». – «La mamá del niño Dios», resuelve el actor. O «hay que caminar apretadito, padroteando». Derbez reconoce que es el género en el que se encuentra cómodo: «Me encanta hacer el ridículo», sonríe.

Sin duda los artilugios de la comedia a los que recurre la película suman en muchos casos demasiados, como el del atropello repetido de un anciano en silla de ruedas. Pero a pesar del envoltorio netamente estadounidense de la cinta y de que el personaje de Máximo se presente como un inmigrante vago y un completo inmaduro, Hayek y Derbez creen que están ayudando a México. «La imagen nos ayuda a la hora de negociar tratados como el TLC», defendió ella. Él, quien asegura que se disfrazó para acudir a diferentes salas de cine y poder así ver las reacciones de los espectadores, apuntó que «la comunidad mexicana [en EE UU] la está tomando por bandera».