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Benoît Lachambre y la conexión entre mente y arte

Precursor de la técnica Releasing, que explora el movimiento corporal y su conexión entre lo somático y lo artístico, el coreógrafo canadiense Benoît Lachambre trabaja hace 35 años con las cualidades kinestésicas de la percepción.

Al pasar por el tamiz somático, es decir sensorial, tanto los intérpretes como el espectador están alerta y pueden acceder a ese fenómeno que permite ver el movimiento más allá de los cuerpos. Gracias a la kinestesia, se construyen en la mente imágenes a través de los sentidos, que, explica el artista, “vienen para irrigar la textura misma del movimiento”.

Lachambre busca profundidad sensorial en un ejercicio colectivo donde se confunden los roles de intérprete y espectador. Se presenta por primera vez en México, el tercer país en el que montará Fluid Grounds, segunda parte de una trilogía visual y coreográfica creada junto a la coreógrafa Sophie Corriveau y la artista sonora Nancy Tobin, que inició en 2016 con Lifeguard.

“El tríptico se basa en movimiento y emoción en un espacio vibratorio y sensorial donde el cuerpo y la danza se juntan con todos los aspectos del trabajo: presencia, acción, y lo que nos une y nos sobrevive”, abunda el artista, que estrenó esta pieza en el Festival Transamériques de Montreal en junio de 2018.

La semana previa al estreno en México, Lachambre impartió un taller a doce bailarines mexicanos quienes participarán en la pieza ambulatoria que se presentará durante ocho horas continuas cada día, del 14 a 16 de marzo en el Museo Universitario del Chopo.

El performance comienza desde las sesiones en el taller, donde cada participante crea una especie de laberinto con cintas adhesivas de colores pegadas al piso y las paredes, que recorren todo el espacio y se unen en ciertos puntos. Cada día de taller, se colocaron durante la jornada esos trazos y fueron retirados al final. Lo mismo sucederá con la presentación. El escenario vacío se irá convirtiendo en una obra plástica, en la que además colaborarán los espectadores.

“Me gusta trabajar con la energía en el espacio. Los colores y los círculos expresan sensaciones porque para mí la energía es circular”, dice acerca de las formas que van creando durante la coreografía. Un intérprete pega sus trazos y otro continúa con los propios, mientras el espectador va siguiendo el movimiento; puede colarse dentro de un túnel de plástico cubierto por las cintas de colores o tumbarse en el piso a observar los movimientos de los artistas y si le place, imitarlos. O incluso, descansar. La propuesta es que el público tenga una experiencia vital.

“Trabajo mucho con la empatía, cómo siento mi cuerpo y el cuerpo de las personas y el espacio afuera, el espacio entre nosotros es un cuerpo también. La relación con el público es movimiento porque al estar junto al espectador, me convierto también en alguien que está mirando y establecemos otra forma de relacionarnos”.

Miguel del Muro, uno de los bailarines participantes en el montaje, comparte que gracias a la técnica de movimiento de la danza somática, entran en un estado en el cual desaparece la realidad. “Los colores en el piso y las otras personas empiezan a tener otro sentido. Llevamos al espectador a diferentes lugares, sin las habilidades artísticas comunes de entrenar, sudar, patear. No. Se trata de vivir el arte escénico desde otro lugar, sin ser el centro”.

La dificultad está en que a pesar de que llegan a un estado de interiorización, tienen que permanecer alertas. “Si te adentras mucho, pierdes la noción de lo que hay afuera. Romper la cuarta pared es importante siempre en la danza, intentar que seamos uno mismo y veamos la escena juntos y en este performance más; la gente que visita el museo nos ve en la parte práctica que es pegar la cinta o en la parte somática, de movimiento. Nos hacen caras extrañas, nos toman fotos o videos y tenemos que estar dispuestos a esa contaminación, para que se acerquen al performance como parte suya”.

Gabriel Yépez, coordinador de Artes Vivas del Museo Universitario del Chopo, lo describe como un trabajo muy delicado de los coreógrafos canadienses que formaron la escena contemporánea en los setenta y ochenta, con el Releasing y otras manifestaciones que se salían de la danza clásica y que siguen en activo. “Entendieron el cuerpo de otra manera. Benoît, después de cuatro décadas de trabajo, ha ido envejeciendo de forma lúdica, creativa, no es la noción de la danza desde el cuerpo virtuoso y joven, sino que ha roto con ese paradigma”.

Respecto a la forma como el público interactúa con este boceto coreografiado que termina siendo una pieza plástica, Yépez advierte que cada público tiene su singularidad. “No es lo mismo la relación que pueda establecer alguien que tiene muchas ganas de jugar, a alguien que solamente quiere observar, pero también eso cuenta, con su presencia participan, interactúan de manera intelectual, perceptiva, receptiva”.

Para Benoît Lachambre, la presencia de todas las personas se convierte en el coreógrafo y él es un intérprete en busca de herramientas para hacer que la danza suceda, entre ellas, la energía del público y de sus colegas. “Necesito tiempo para descubrir la expresión artística, tiempo para existir. Si todo transcurre rápido en el escenario no lo ves. Coexistimos con el espectador, entonces la danza se convierte en una relación, una forma de mantenerte en el presente, sobre un piso que fluye”.