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Capacidad de asombro

Mi papá me decía que nunca hay que perder la capacidad de asombro de las cosas grandes y pequeñas. Decía que cuando nos acostumbramos a no ver lo extraordinario, lo minimizamos y deja de tener sentido. Él ya murió, pero estoy seguro que hoy me lo recordaría con vehemencia. Es muy grave que estemos perdiendo esa capacidad de sorprendernos y nos estemos “acostumbrando” a resignarnos a lo que no debiera ser rutina, algo fuera de lo común. Estamos “normalizando” lo que debiera suceder sólo por excepción.

Por ejemplo, en seguridad pública, estamos normalizando que asesinen a 260 personas en un fin de semana por grupos de sicarios que atacan simultáneamente en varias ciudades del país. Que maten a periodistas sin ton ni son, el último en Sonora esta semana, que corresponde a la víctima 39 en lo que va del sexenio. México es uno de los dos países en el mundo con más asesinatos de periodistas. Ya no sorprende que los homicidios dolosos sigan a niveles históricos y creciendo, los feminicidios, así como las extorsiones, los secuestros y los robos con violencia. A pesar de que la pérdida de control territorial y la inseguridad van en aumento, los militares siguen en las calles con la orden de no enfrentar al crimen organizado. Eso sí, las aduanas y los puertos están bajo el mando de las Fuerzas Armadas, construyen sucursales bancarias, aeropuertos y ferrocarriles en la opacidad absoluta, con presupuestos cada vez mayores, sin tener que rendir cuentas. El caldo de la corrupción está servido.

También estamos perdiendo la capacidad de asombrarnos cuando el presidente miente flagrantemente todos los días; cuando denosta y difama a personas, empresas y organizaciones sin prueba alguna, cuando alaba al crimen organizado por “portarse bien” en las elecciones. O bien, nos parece “normal” que la Suprema Corte sea impredecible por su comportamiento errático ante los deseos expresos del presidente.

O que se invoque la excepción de “seguridad nacional” para darle la vuelta a cumplir la ley en asuntos tan variados como conocer el monto de los litigios de la CFE, o la construcción de las obras emblemáticas de este gobierno. O que nombre a una persona sin ninguna experiencia como secretaria de Educación Pública. El presidente eliminó las escuelas de tiempo completo sin ninguna razón ni explicación, afectando a cientos de miles de niños y mamás, y los argumentos para eliminar las estancias infantiles nunca fueron validados.

Sí, nos duele, pero cada vez nos llama menos la atención que no se vacunen a millones de niños. Sólo se vacuna al 27% de los niños en un esquema completo. La vacunación a las niñas en contra del cáncer cérvico-uterino (Virus del papiloma humano) se desplomó 96%, pasando de 2.4 millones de vacunas en 2017 a solamente 94 mil en 2021. En 2020, mató a casi 12 mujeres al día en México. Pareciera que no nos queda sino encogernos de hombros cuando nos enteramos que la falta de atención médica alcanza a 31 millones de mexicanos, 16 millones más que en 2018, y que no haya responsables. Que el número de consultas haya diminuido a la mitad y que en 2021 no se surtieron más de 24 millones de recetas en IMSS, ISSSTE y Sedena. Que el desabasto de medicinas sea la regla y no la excepción, y que la gente gaste en salud 43% más que hace dos años. Que los muertos por la pandemia sean más de 630 mil personas, y no pase nada.

Nos irrita y despotricamos cuando vemos que el hermano del presidente recibe sobres amarillos con dinero en efectivo para fines electorales, y no pasa nada.

Que varios familiares del presidente, funcionarios y militares tengan relación con empresas fantasma o tengan propiedades que no pueden justificar por sus ingresos, y no pasa nada. Que el presidente despilfarre nuestro dinero en obras inútiles que sólo responden a su necedad y soberbia en una falta total de honestidad. Que la UIF congele (y descongele) cuentas a discreción para presionar políticamente e incluso exigir renuncias de funcionarios incómodos, como el ministro de la Suprema Corte Eduardo Medina Mora, mientras los demás ministros de la Corte ni se inmutan.

No podemos acostumbrarnos a que el presidente destruya nuestro patrimonio ambiental en Yucatán sin que pueda ser detenido por la ley y los jueces. A que cancele la construcción del aeropuerto de Texcoco, que hubiera resuelto nuestras necesidades aeropuertarias por los siguientes 60 años y llevaba 30% de avance, mediante una encuesta populachera y que el costo de hacerlo sea irrelevante. Tampoco debemos desentendernos de que el gobierno obstruya y cancele proyectos para generar energía limpia.

La cerrada actitud del presidente ante los reclamos de los ambientalistas, de los científicos, de las víctimas ha logrado que una parte de la sociedad perciba que esas luchas no tienen sentido. Pero no es así, no podemos acostumbrarnos a lo que está mal en nuestro país. No nos podemos acostumbrar porque si lo hacemos, ¿qué clase de sociedad es la nuestra? ¿Con qué principios? ¿Es este el país en donde queremos vivir? ¿Queremos que aquí y así crezcan nuestros hijos? ¿O más bien preferimos inculcarles que lo abandonen por no tener remedio? Nosotros decidimos.