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Croacia: la Selección que se forjó entre las balas y la sangre

COPA MUNDIAL


RUSIA 2018

Hace 26 años, las estrellas de la Selección de Croacia no corrían de niños sobre campos de futbol, sino sobre campos de minas.

En 1991, Luka Modric, Ivan Rakitic y Mario Madzukic no entendían que las luces de sus casas debían estar siempre apagadas para evitar un bombardeo ni que debían caminar a la tienda en zigzag para confundir a los francotiradores serbios escondidos en los edificios y las colinas. No es fácil para un niño entender que a la guerra se sobrevive librando pequeñas batallas diarias.

La tercia indomable que hoy tiene al equipo croata en la final de Rusia 2018 se forjó entre balas y sangre.

Mario Mandzukic

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Nació el 21 de mayo de 1986 en Slavonski Brond, una pequeña ciudad enclavada en la frontera entre Bosnia y Croacia: una de las zonas más afectadas por las guerras que sucedieron a la disolución de Yugoslavia, las cuales dejaron más de 140 mil muertos y cuatro millones de desplazados, según la ONU.

El periodista Alfonso Armada revive aquel infierno en su libro Sarajevo (2015):

“Aquí la guerra es especialmente cruel y absurda. Los serbios disparan sus cañones de improviso, cuando los ciudadanos están apenas terminando de barrer los cristales rotos por el último ataque. Es lo peor de esta guerra, que no parece seguir objetivos militares. Hay una saña pura y despiadada. Hasta los pájaros no saben a qué atenerse en este lugar”.

Mario logró huir con su familia a Ditzingen, Alemania, donde vivió como refugiado durante cinco años, según cuenta Mato Mandzukic, el padre de Mario, al portal Spox. Mario decidió que quería ser futbolista. Incluso estuvo a punto de entrar a la división infantil del VfB Stuttgart. Sin embargo, en 1996, el gobierno alemán revocó el permiso de residencia de la familia Mandzukic y Mario tuvo que regresar a casa, donde se unió al NK Marsonia —el equipo de su ciudad natal—, consciente de que ningún visor voltearía a un club sumido en la crisis económica y la guerra.

Pero su desesperanza desapareció en 1998, cuando la Selección croata logró la hazaña de quedarse con el tercer lugar del Mundial de Francia. El mundo volteó a los Balcanes otra vez y se conmovió al ver que el futbol era motivo suficiente para poner de plácemes a un pueblo devastado por la guerra.

Mario —inspirado en su ídolo Davor Suker, la gran figura de aquella justa mundialista— creyó nuevamente en su país y se enlistó a las filas del Dinamo Zagreb. Veinte años después, es pieza clave de la Juventus y el segundo goleador de Croacia en Copas del Mundo. Por sus declaraciones de hace un par de días, sabe que la épica está más cerca que nunca: “llevamos años esperando la ocasión de hacer algo grande”.

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Luka Modric

El 13 de mayo de 1990, Luka Modric prendió su televisión para ver el clásico entre el Dinamo de Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado. No sabía que estaba a punto de presenciar algo más grande: el inicio de la guerra.

Tenía cinco años cuando aquel partido se convirtió en una batalla campal en el estadio Maksimir de Zagreb. Y es que no era un juego común: era el choque interno de Yugoslavia: el Estrella Roja era el club más popular del país que se caería a pedazos entre razas, religiones y territorios. Los independentistas croatas utilizarían al Dínamo como identidad.

El Mariscal Tito —el líder comunista que unió durante 47 años a seis repúblicas, seis nacionalidades, cuatro idiomas, tres religiones y dos alfabetos— había muerto hace una década y Yugoslavia se sentía más frágil que nunca ante los deseos del desmoronamiento.

Modric quería ver en acción a su ídolo: Zvonimir Boban, la figura del Dinamo. Pero ni siquiera el árbitro había dado el silbatazo inicial, cuando aficionados serbios y croatas se liaron en un sangriento enfrentamiento que dejó miles de heridos. La estampa de aquella tarde se la llevó el mismo Boban, quien le propinó una patada a un policía yugoslavo en cadena nacional. Ese fue el comienzo simbólico de la Guerra de los Balcanes, asegura el sociólogo Luis Felipe Silva en El futbol y la guerra (2015).

Una agresión —explica— fue suficiente para derrumbar la falsa idea de una Yugoslavia multiétnica y abrir un sangriento periodo de conflictos armados que provocarían la muerte de miles de balcánicos ante la rivalidad de dos países con enemistad histórica: la Croacia católica y la Serbia ortodoxa.

La guerra estalló, formalmente, un año después, con consecuencias fatales para Modric. En 1991, su abuelo —un humilde pastor de montaña— fue fusilado ante sus propios ojos por paramilitares serbios en Zaton.

Vivió su infancia como refugiado, asediado por el hambre y el frío de los hoteles de paso, según contó a The Telegraph en 2008. Aquella fue la única ocasión que habló sobre el tema. Hoy juega en el Real Madrid y es el capitán de una Croacia que nunca ha jugado una final.

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Ivan Rakitic

Los orígenes de Rakitic se encuentran en los sokci, un grupo étnico de eslavos del sur que usualmente se identifican como croatas. Es el hijo típico de un matrimonio yugoslavo: padre croata y madre bosnia. Miles de estas uniones se celebraron durante el régimen de Tito sin ningún problema. Sin embargo, cuando comenzó la guerra, esta clase de familias —cuenta Alfonso Armada— fueron separadas. Su familia captó a tiempo las señales de la desintegración de Yugoslavia y huyó al pueblo suizo de Möhlin, donde nació el 10 de marzo de 1988.

Jugó para la Selección suiza sub-17, pero se arrepintió. En varias ocasiones ha dicho que no entiende cómo es que prefiere vestir la camiseta de un país que lo obligó al exilio. Pero también descubrió que nada le produce más pasión que portar la playera que utilizaron sus ídolos de la infancia en 1998.

“Fue una decisión que tomé con el corazón. De croata tengo esa ambición, esa hambre. El croata es muy competitivo, siempre se entrega al 100 por ciento”, dijo la semana pasada a El País.