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Dos mensajes

solidaridad

Con motivo del sismo del pasado 19 de septiembre la sociedad mexicana ha enviado diversos mensajes. Señalo dos: el espíritu de solidaridad y su complemento en la acción: la energía para enfrentar la crisis.

La solidaridad se evidenció en el hermanamiento entre millones de personas con un objetivo común: ayudar al otro, quienquiera que fuera. Se hizo presente un profundo sentido de pertenencia.

¿Qué decir de la energía desplegada? Fue descomunal, rápida, general, incansable, eficaz y, dadas las circunstancias, ordenada. Surge espontáneamente, las autoridades no convocan, lo hace la sociedad misma, básicamente a través de las redes sociales. La respuesta no fue contenida ni refrenada, acaso organizada en los días posteriores y, en buena medida, ha sabido encauzarse a sí misma.
¿Dónde está esa energía en la cotidianidad? Está, literalmente, dentro de los mexicanos, pasiva. Es necesario estimularla, liberarla y encauzarla para el bien común.

Existe una enorme capacidad latente de cambio. Una energía indiscutiblemente juvenil, cuyo desperdicio continuo es criminal como país, no solo para una generación sino como definición de una época.
¿Por qué se comportan de manera diferente los mexicanos en Estados Unidos?, ¿Por qué ni siquiera Trump se atrevió a perder 600 mil “dreamers” de origen mexicano? En buena medida, porque allá existen los espacios para que la energía de la sociedad agregue valor al cambio.

La sociedad mexicana no se manda sola, no es una anarquía; ha decidido crear y darse un liderazgo para diversos fines a través de un gobierno compuesto por tres órdenes (federal, estatal y local). De ahí que la principal causa de que exista esta ausencia de espacios para liberar la enorme capacidad de cambio de los mexicanos debamos buscarla en nuestras autoridades.

La energía existe pero no liberada ni encauzada, está sin movimiento. No sé si ahogada o reprimida, pero está perdida en infinidad de temas, asuntos y esfuerzos baladíes. La mala estructura de nuestras leyes, reglamentos y regulaciones, pero también el peso de la burocracia -su impunidad, prepotencia y corrupción- ahogan a la sociedad.

En el fondo, creo que la burocracia mexicana (en una sentido lato) ha creado (o se ha creado) una superestructura cuya existencia está justificada por y para sí misma; no en la medida en que sirve a la sociedad sino en la medida en que persiste y crece, tanto en su número de integrantes como en su capacidad de intervenir en cualquier quehacer social.

Es claro que se trata de un tema que da para mucho y que ha sido estudiado. Pero el sofocamiento y esta suerte de dictadura burocrática que vivimos en México pocas veces han quedado tan patentes como hoy, exhibidos por la solidaridad y la energía mostrada por su sociedad.

Como en este columna tratamos temas de telecomunicaciones, por razones de espacio, únicamente quisiera mencionar algunos casos concretos de este ahogamiento en el sector: el cobro de cuotas fiscales enormes y desproporcionadas por el uso del espectro que han llevado a la quiebra o a punto muerto a muchas empresas; el trámite de años para el otorgamiento de nuevas concesiones únicas (que por ley debieran tomar meses); la resolución de cualquier (insisto: cualquier) petición en meses o años; la prepotencia de la autoridad investigadora que devasta la operación de cualquier empresa ante requerimientos absurdos e infinitos; las sanciones injustas que no pueden ser suspendidas; la definición de las telecomunicaciones y la radio y televisión como servicios públicos (un auténtico hurto social, copiado de los regímenes izquierdistas trasnochados de Sudamérica y que en el futuro puede tener graves consecuencias); la permisividad y aliento de casi cualquier práctica del agente preponderante en telecomunicaciones; la creación de una red compartida mayorista, que usa un recurso natural de los mexicanos y que absurdamente no puede darle servicios a los usuarios finales; un sistema de “derechos” de las audiencia que finiquita la libertad de expresión.

Nuestras autoridades debieran estar orgullosas del pueblo que gobiernan, y lo realizado por los mexicanos debiera llevarlas a cuestionarse por qué colaboran tan poco, con sus habituales formas de hacer las cosas, al mejoramiento de un gran país.

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