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El arquero del sueño

Aquella tarde en Guadalajara Gordon Banks dio un quiebre de cintura al Mundial del 70. Plagado de delanteros, de artistas de la media cancha, el certamen prometía goles, muchos goles. Brasil encabezaba la lista de los grandes. Pelé acompañado de diez apóstoles, entre ellos Rivelino, Gerson, Tostao y Jairzinho. Alemania comandada por el inolvidable Müller, futuro campeón de goleo de la reunión; Italia con su Riva y su Rivera; Uruguay con sus astros del Peñarol, y el Perú con un jovencito el Cholo Hugo Sotil, próxima figura del Barcelona. El 70, aldea de grandes del balompié.

Banks compartía reparto bajo el arco con el italiano Albertosi y el alemán Maier, dignos del mote de mejores jugadores del mundo. El oficio de portero ha sido celebrado como una sucursal del cielo desde los años de Zamora, de La Araña Negra y de Platko, el Oso Rubio de Hungría, al que cantó Rafael Alberti. También fascinan Karol Wojtyla, Vladimir Nabokov y Eduardo Chillida, guardametas en vuelo sobre el estadio.

Banks, en aquella tarde del 7 junio, debió recibir los cantos de cualquier vate de la pelota. Fue un imperio bajo los tres postes. Goles para enredar en sí, derrotas/ ¿no la mundial moscarda?/
que zumba por la punta de las botas/ante su red aguarda / la portería aún, araña parda, dictan los versos de Miguel Hernández a Lolo. Aquella Inglaterra llegó a México cargada de historia, último eco del desplome aéreo del United y con el diploma de campeona del mundo en el 66. Bobby Charlton, superviviente del siglo y con la roja del Manchester, comandaba el campo de aquel cuadro. Tenía 32 largos años; los mismos que Banks, ambos del 37.

Los ojos del niño Banks vieron cómo Sheffield caía a pedazos durante la Guerra. Debutó con la selección (vistiendo la camiseta del Leicester City) en un duelo ante Escocia. Cuando piso el estadio Jalisco era una leyenda; un prodigio. Tenía enfrente al mejor equipo del mundo después del Brasil de 1958 (que alineaba a Santos, Vavá, Didí, Garrincha, Zagallo y Pelé, no más). En su juego de debut la verdeamarela enseñó su poder al golear a Checoslovaquia 4-1 (dos de Jairzinho, uno de Pelé y otro de Rivelino). Banks, ya militante del Stoke City, tenía la misión más exigida de su carrera: mantener el cero en puerta el mayor tiempo posible. Contaba con la colaboración del viejo camarada de Wembley en la final del 66 ante Alemania, Bobby Moore, el capitán del West Ham.

Banks asumió el papel que el destino le jugó como una gallardía indeleble. Fue un partidazo aquel de Guadalajara. Al medio tiempo, el arco inglés estaba resguardado por los lances de meta y de una incansable zaga. Casi duró una hora el invicto. En el minuto 59, Jairzinho anotó el único gol del partido; tanto menos memorable que aquel lance de Banks para detener un remate de cabeza de Pelé. Fue el único gol que recibió Banks en la primera ronda del Mundial. Brasil anotaría tres días después tres goles a Rumania.

El caprichoso devenir propició que en la segunda ronda se enfrentaran los finalistas del 66. Esta vez fue mucha Alemania para Inglaterra: Beckenbauer, el jovencito del Munich; Seeler, el veterano del Hamburgo y Müller, el Torpedo, en tiempo extra, dieron la victoria a los alemanes. Un portero no es sus manos; es sus ojos. Un accidente provocó que perdiera uno en 1972. Ave sin ala, adelantó el retiro. En el mundo de lo múltiple, Banks fue uno, único y universal. El mejor arquero de Inglaterra. Un listón negro cuelga de la, ya dolida, portería.