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El arte de dirigir cambios

Fuente: Cortesía

Es un arte dirigir cambios estructurales y salir triunfantes, porque esta transformación no depende de unas pocas personas, se necesita que una mayoría sólida esté abierta a un cambio que, por anticipado se sabe, tendrá muchas variaciones con respecto al plan. Sí, se necesita que quienes toman decisiones sigan el mismo rumbo, que escuchen, que tengan el poder (valor) de modificar planes y criterios para que las cosas funcionen no sólo en el papel. Se necesita persistencia y paciencia, tolerancia, solidaridad, confianza, creatividad, tener muy claro lo que sí tenemos y cuidarlo, identificar lo que ya funciona y replicarlo, fortalecer lo que le da cimientos a este país.

Cambiar el sistema es un reclamo persistente en México; la irrupción de las candidaturas independientes, que han surgido desde 2015, dejaron claro que la voluntad popular se inclina por el rechazo del quehacer histórico de los partidos políticos. La diferencia en este 2018 es un partido político que recuperó la legitimidad partidista, esa novedad parece llevar a un discurso propositivo dejando de lado la negación, la crítica y las confrontaciones del pasado.

Sólo a través de la participación podremos transitar de la protesta a la propuesta, una participación que significa diálogo; pero… ¿cómo hablar entre tantos? Los canales formales, las herramientas de participación ciudadana son caminos tortuosos, lentos y cargados de requisitos que aún si se superaran, no conllevan a la certeza de concretar los resultados. Una consulta popular en México se podría hacer hasta 2021. En Nuevo León, una consulta popular necesita el sí del 40 por ciento de los ciudadanos inscritos en el padrón electoral. Si este requisito aplicara a las elecciones de autoridades, los resultados del pasado 23 de diciembre no serían válidos porque sólo participó el 32.84 por ciento de la lista nominal de electores. De ese tamaño es el desequilibrio.

Las consultas ciudadanas, aunque no reguladas en todos los estados, son un medio que se vuelve factible para abrir el diálogo, siempre que se honre la palabra. La semana pasada, en San Pedro, se convocó a mesas de participación con buenos resultados: llegó más gente de la esperada y los representantes del municipio mostraron una actitud abierta. Además, el presupuesto participativo se triplicó, eso obliga al municipio a activar a las juntas de vecinos para darle buen fin a esos recursos.

Falta ver cómo se concretan los resultados, porque sigue faltando mucha difusión que invite a participar. Repetiré la pregunta ya trillada que hago en reuniones públicas y privadas: ¿Por qué me entero –aunque no quiera– del desfile de Pascua o el de Navidad y nunca me entero –aunque quiera– de las reuniones de mi junta de vecinos?

A ver qué pasa, porque todavía falta utilizar de manera eficiente las tecnologías de comunicación, la voluntad municipal de escuchar a la ciudadanía sampetrina y, repito la pregunta ya trillada: ¿Por qué puedo elegir cosas a través de una aplicación móvil, identificarme cabalmente y hacer válida mi solicitud de compra, mientras que en cualquier asunto público me veo obligada a asistir en horario limitado y llevar una docena de papeles para demostrar que yo soy yo?

Veremos qué resulta, porque la participación ciudadana desde las leyes es una buena idea que está mal aterrizada. La buena nueva es que las ganas de entablar un diálogo y el valor de la palabra no necesita leyes, sólo requiere de la voluntad política de cada autoridad en el municipio, en el estado y en el país.

Así que el arte de dirigir cambios estructurales tendría como requisito el diálogo, y para que este exista, es necesaria la voluntad política de la autoridad.

La autora es Consejera Electoral en el estado de Nuevo León y promotora del cambio cultural a través de la Educación Cívica y la Participación Ciudadana.

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