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El oficio ensangrentado

Lo matan. Lo persiguen. Lo encarcelan. Se burlan de él. Lo controlan. Lo seducen para acallarlo. Lo extorsionan. Lo distorsionan. Lo maniatan. En México, en Turquía, en China, en Chechenia, en Rusia. Muertes dramáticas de periodistas en ejercicio.

El periodismo sale a la calle, como escribía César Vallejo, y ya no almuerza. Investiga en Chechenia y unos sicarios lo esperan a la salida de un supermercado y ya no le deja llegar a casa a depositar sobre la mesa de madera las desmadejadas lechugas. Lo buscan en Turquía casa por casa hasta que llenan las cárceles del peligro de la cadena perpetua, del silencio o de la muerte. Y en México todos los días el oficio cae ante el pelotón de carcajadas de los sicarios. Lo buscaron, buscaron al periodismo, en Colombia, en Euskadi, en los años oscuros del terrorismo, en los años intolerables, en los días aciagos del pasado que no olvida nadie.

Y el periodismo hoy puede ser, en muchos casos, un zapato sin suela, y así no pueden ser los zapatos. El periodismo calza la realidad, la retransmite; por eso se burlan de él o lo matan

Javier Valdez tiene ahora el nombre del oficio, lo lleva en su solapa rota, en la sangre que deja, en ese sombrero que alguien alza del suelo sucio, un símbolo humilde o veraniego de su última vestimenta, el azar de su mortaja.

El oficio es un nombre en singular, porque cualquiera de los periodistas muertos o maniatados o amenazados o burlados o perseguidos es el oficio entero. Del mismo modo que un niño muerto es el mundo entero muerto, una mujer muerta por la violencia es todas las mujeres del mundo muertas, cuando muere alguien de este oficio, cuando cae sin remedio ante la bota sucia del terrorismo, de los terrorismos de Estado, de los terrorismos de los sanguinarios narcos, de los asesinos chechenos, de los sicarios turcos, de las autoridades que desvían el tiro de lo público y dedican su esfuerzo a sellar la boca de los periodistas…, cuando matan a un periodista es al oficio al que matan.

Esta rabia de México es un grito mundial, un fracaso de ese país pero también un fracaso del mundo; en el universo de la ciberseguridad y otras mandangas o pendejadas, ya es cierto aquello que parecía una ufanía: que el periodismo es el oficio más peligroso del mundo…, después del oficio de piloto de carreras. No es verdad; tampoco es verdad que sea el oficio más bello del mundo, eso lo dijeron Gabo y otros solo para llamar la atención sobre el esfuerzo que supone, de veras, hacerlo bien, o tratar de hacerlo mejor para que el periodismo sea, ciertamente, la explicación de lo que le pasa a la gente y no de lo que nos pasa a los periodistas.

Es un oficio importante, trascendental en sí mismo, los que lo hacemos somos importantes o trascendentes solo en función de que lo ejercemos. Pero uno a uno somos como los artesanos del zapato, no los hacemos bien si no acertamos con la suela. Y el periodismo hoy puede ser, en muchos casos, un zapato sin suela, y así no pueden ser los zapatos. El periodismo calza la realidad, la retransmite; por eso se burlan de él o lo matan.

Javier Valdez es un periodista; informaba de lo que pasaba en su comunidad, asustada como del frío por la plaga de la que se duele México. La violencia con la que cayó al suelo y aumentó de manera desde hace tiempo insoportable la estadística de muerte y de rabia es la violencia que sufre el oficio allí y en muchos lugares del mundo.

No basta, no nos basta, con firmar artículos, condolencias. Un día el oficio tendría que callar, hacer como que calla, un día entero, un mes entero, un lustro, para que sepa la humanidad qué sería el mundo sin este oficio burlado, sometido, amenazado…, qué sería sin este oficio bello si también estuviera enteramente muerto, acribillado, en el suelo, su sombrero rojo de sangre como el sombrero de Javier Valdez.