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¿Es demasiado pronto para el narcoturismo en Colombia?

Aram Balakjian, un londinense de 33 años, disfrutó mucho su viaje de siete meses por Colombia el año pasado. Recorrió el campo en motocicleta, conoció lugares como el Cañón del Chicamocha y mejoró su español en una escuela en Medellín. También jugó gotcha en una decrépita casona que alguna vez perteneció a Pablo Escobar. Allí, él y una docena de otros turistas corrían por los alrededores disparándose bolas de pintura. Balakjian hizo el papel del capo de la droga. Encerrado en el segundo piso y sin munición, fue derribado en un ataque sorpresa por un supuesto agente de la DEA, la Agencia Antidrogas de Estados Unidos.

Todo es diversión y juegos para los viajeros que visitan Colombia en busca de una conexión real con la exitosa serie de Netflix Narcos, que narra la transformación de Escobar de traficante de poca monta a líder de un cártel con un patrimonio neto de más de dos mil millones de dólares en 1987, según Forbes. En México, la serie se ha colocado recurrentemente entre las predilectas de los usuarios de la plataforma, al igual que otras basadas en las historias, reales o ficticias, de capos de la droga.

Los turistas en Colombia pueden ver la tumba de Escobar y el abandonado edificio de apartamentos donde vivía su familia. También pueden pagar cientos de dólares para visitar a familiares y allegados que prometen una mirada al interior de la vida del capo.

Según la agencia de investigación belga especializada en turismo TCI Research, uno de cada diez visitantes internacionales que van a Colombia lo hacen atraídos por programas o películas que hablan del país.

A muchos colombianos que padecieron dos brutales décadas de atentados, asesinatos, secuestros y corrupción fomentada por las drogas les ofende ver cómo un asesino es encumbrado a la categoría de celebridad. “Para nosotros, como sociedad, todavía era muy pronto. No estábamos listos”, dice Adriana Valderrama, quien dirige el Museo Casa de la Memoria. “Es un pasado doloroso y es relativamente reciente”, dice.

El año pasado, el alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, regañó al reguetonero puertorriqueño J. Álvarez por presentarse en un evento público luciendo una camiseta con las letras “El Cártel” en la parte delantera y el nombre de Escobar en la espalda. También reprendió a Wiz Khalifa en marzo después de que el rapero publicara una foto suya en Instagram junto a la tumba del narcotraficante. En una entrevista con medios locales, Gutiérrez lo llamó “sinvergüenza” y exigió una disculpa a la ciudad.

Medellín, desde luego, no sería la primera ciudad en sacar provecho y capitalizar la notoriedad de sus criminales locales. Pero en Colombia, donde más de 200 mil personas han muerto a manos de la violencia en el último medio siglo, las heridas aún están bastante abiertas.

Además, el auge del narcoturismo se produce en un momento en que el país intenta rehacer por completo su imagen. Según los últimos datos del Banco Mundial, la tasa de homicidios de Colombia en 2015 fue menos de la mitad que en 1995. La firma de un acuerdo de paz el año pasado que requirió el desarme de las FARC, el mayor grupo guerrillero de izquierda, también mejoró la situación de seguridad en un país que ha combatido por décadas.

Las zonas del interior de Colombia ahora son accesibles a los amantes de la naturaleza, incluidos los observadores de aves que con gusto desembolsan hasta 4 mil 600 dólares por recorridos de una semana por la jungla para ver tucanes, guacamayas y otras aves exóticas. “Colombia es un paraíso que el mundo quiere conocer”, tuiteó el presidente Juan Manuel Santos en respuesta a un reciente artículo favorable publicado por una revista estadounidense de viajes. Parece que el mensaje se está difundiendo: el país recibió dos millones 900 mil visitantes extranjeros el año pasado, un aumento del 57 por ciento con respecto a 2012.

Narcoturismo

Pero en las montañas de Medellín, Roberto Escobar, el hermano de Pablo, atiende a turistas que buscan una clase de emoción diferente. Organiza visitas guiadas a objetos de interés, como coches llenos de agujeros de balas, una moto acuática propiedad del capo, y la mesa donde éste tuvo su última cena, narrada al mínimo detalle hasta un vaso de vino derramado. Los fanáticos de la serie Narcos advertirán referencias a eventos representados en la serie, como una foto de Escobar con una corbata que tomó prestada en el último minuto para poder entrar al Congreso en su primer día como legislador. Los organizadores del recorrido dicen que entre 80 y 100 personas por día pagan 30 dólares por la experiencia. “La gente quiere conocer las historias reales, nosotros tenemos las historias”, dice Roberto durante un tour por la tarde.

El alcalde Gutiérrez ha criticado a aquellos que se ganan la vida vendiendo el escabroso pasado de la ciudad y ha propuesto demoler uno de los sitios restantes de Escobar para convertir el área en un parque conmemorativo para las víctimas de la violencia. “Es un negocio boyante para muchos”, dijo en una entrevista a la radio local. “A cualquiera que quiera venir a Medellín y quiera conocer la verdadera historia del narcotráfico, lo que pasó con Pablo Escobar, lo que hicimos, está bien, vengan. Pero nosotros mismos vamos a contar la historia, como ciudad”.

Valderrama dice que el museo que dirige quiere dedicar más espacio a las historias de las víctimas durante los peores años de la violencia del narcotráfico, desde la década de 1970 hasta la década de 1990. “Lo que sucedió aquí es una tragedia, y la idea es que las personas no se vayan pensando que Pablo Escobar es este personaje mítico que ven en las series de televisión, que entiendan que lo que pasó aquí fue casi un genocidio”, dice.

Balakjian, el turista de Londres, dice que a medida que pasaba más tiempo en Colombia comenzó a sentirse algo incómodo por haber participado en una actividad que presentaba bajo otra luz un momento oscuro en la historia del país. “Ellos no quieren que se vea como una cosa emocionante, porque no lo fue, y debes respetar eso”.