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Hamacas yucatecas para los japoneses

Alicia Rodríguez toma la aguja con la mano derecha mientras su mano izquierda jala un par de hilos rosas que urdirá junto a un resto de blancos. Aunque se le dificulta escuchar, sonríe mientras platica que a sus 85 años sigue haciendo lo que su madre le enseñó de niña: urdir hamacas.

Ella, junto con cerca de 75 mujeres y hombres de Tixkokob y pueblos aledaños, producen hamacas y sillas colgantes que terminarán en salas y patios a 12 mil kilómetros de su hogar.

“En la actualidad la producción de la hamaca es una cultura que se está perdiendo poco a poco, cada vez existen menos personas que urden porque ya no quieren aprender, es difícil el proceso de las hamacas y nadie las quiere hacer”, dice Efraín Koh Cupul, dueño de la tienda de hamacas el Mayab en Mérida.

Koh es además el contacto con el mercado japonés, que desde hace algunos años se interesó en Yucatán para llevar uno de sus productos insignia hacia el continente asiático.

Una historia de amistad entre él y el que en ese tiempo era un turista ansioso de aprender el arte de las hamacas, Shun Kuroshi, se transformó en una sociedad que ha colocado a la Península de Yucatán en el mapa comercial de Japón.

Carlos Orta

Yucatán, principalmente su capital Mérida, ya no resultaba rentable para el mercado hamaquero, según el mismo Koh, por lo que la propuesta de su socio japonés de empezar a producir directamente para su país resultó muy atractiva para el joven yucateco de 33 años de edad.

Experimentando inicialmente con un paquete de 200 hamacas, los socios novatos lograron vender sus productos en suelo japonés. “Llegamos a un acuerdo, él distribuye en Japón, mientras yo hago la producción”, dice el empresario hamaquero frente a Pedro Ek Salas, su amigo y quien se encarga fabricar los ‘brazos’ de la hamaca, una de las partes más difíciles del oficio y que pocos dominan en la actualidad.

La ventaja de producir hamacas para el extranjero es que se obtiene una venta constante, mayor entre marzo y septiembre, meses en los cuales se coordinan los urdidores para producir mil 500 hamacas, entre 300 hamacas y 200 sillas colgantes al mes esto según Efraín.

¿Por qué resulta atractivo el uso de la hamaca para los japoneses? La comodidad es gran parte de ello, pero según Koh, su socio quiere que además compatriotas se vuelvan conscientes de que utilizando las hamacas en vez de camas durante los meses de calor en la isla, se evita el uso de aires acondicionados y ventiladores, ahorrando energía y contribuyendo a la lucha contra el cambio climático, además de aprovechar al máximo el espacio en el reducido territorio japonés.

Ahora, gracias al éxito que ha tenido en el lejano oriente, Koh y su equipo ya trabajan algunas hamacas hechas con hilo orgánico, una demanda del mercado asiático con la que pretenden ampliar su alcance.

Los urdidores y urdidoras son quienes deciden cuándo y para quién trabajar, ellos mismos eligen los hilos, la forma y color de la hamaca que realizan, eso las hace únicas. Efraín dice que si una urdidora no quiere trabajar para ti, no lo hará ni por todo el dinero. “Ellas deciden con quién trabajan y aunque les ofrezcas mucho dinero, si no quieren no lo harán”.

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Carlos Orta

“¿Quiere que le dé una vuelta más?”, pregunta emocionada Alicia frente a un bastidor en el que da forma al cuerpo de la hamaca en la sala de su casa, frente a su hijo que también conoce el oficio.

Ella, que lleva más de 50 años urdiendo, a la semana realiza una hamaca con mucha rapidez. Trabajar le mantiene activa y contenta. Con seis tubos de hilo logra hacer una mediana y con ocho le lleva 15 días para una grande. “Una actividad (urdir) que muy probablemente empiece a desaparecer dentro de 30 años”, comenta Efraín.

Los “hamaqueros” no dedican todo el día para confeccionar hamacas, sino que poseen una vida activa y ocupada más allá de este oficio. Ésto hace que la velocidad de producción vuelva lenta.

Algunos son campesinos y en las mañanas acuden a la milpa donde siembran maíz y calabaza, por lo que la época de lluvias es otro factor que influye. Si el tiempo les permite urdirán.

Cerca de la casa de Alicia, trabaja José Balam Chalé que a sus 57 años, mantiene una vida activa, trabajando en el campo en las mañanas y atendiendo a su madre por las tardes. Él aprendió a los nueve años mientras la veía hacer hamacas. “Solito aprendí y con cariño, hay quienes no les gusta”, dice mientras termina uno de los productos que serán enviados en avión en futuras fechas.

En Japón el trabajo manual ha sido reemplazado por el industrial y por tanto los japoneses valoran el trabajo artesanal de los yucatecos y pagan bien por el.

Tixkokob ha sido reconocido por décadas como la cuna de la hamaca en el estado, pero desde hace algunos años otros municipios de la zona sur del Estado y sus habitantes trabajan en el bordado con hilo de algodón pues estas se consideran más frescas y de mejor calidad para enviarse a diferentes países.

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“Hemos vendido hamacas en países como Suiza, Noruega y también en Inglaterra”, dice Koh, quien desde su negocio en el centro de Mérida prepara el último envío del año a tierras niponas.

“Lo difícil es mantener a los urdidores y productores en estos meses”, acepta el joven yucateco, que explica que aunque no se esté produciendo las urdidoras son atendidas para que al llegar la época de producción laboren de nuevo contigo.

El número de tubos de hilo que se utilicen para la elaboración de la hamaca determina lo que los urdidores recibirán como pago.

El hilo es barato, 30 pesos por carrete; en total se invierten unos 600 pesos para hacer una hamaca de algodón de buena calidad, contando el ‘embrazado’ de cada una.

“Los urdidores no invierten en el material, tú debes invertirle”, advierte Koh.

Para tener ganancia, la hamaca debe ser vendida en más de mil pesos, algo que cada vez es más difícil en Yucatán, donde muchas familias prefieren sólo arreglar las que ya tienen o buscar las de nylon que son más económicas.

Koh agrega orgulloso que su socio japonés acude cada año en las fechas decembrinas a convivir con Alicia y todos aquellos que materializan su sueño de llevar la tradición yucateca a la tierra del ‘sol naciente’.

Para Shun Kuroshi, asegura su socio, el respeto al trabajo de los demás está en la filosofía de su cultura.

Un trabajo duro que tiene su recompensa en yenes, para un pueblo que intenta mantener viva una tradición centenaria del estado de Yucatán.

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Carlos Orta