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Dice un sabio refrán que el que con leche se quema, hasta al jocoque le sopla. Eso parece estar ocurriendo con la ‘opinión pública global’, que es ya una mezcla de redes sociales y medios masivos en donde el centro de gravedad se mueve cada vez más hacia las primeras, que es en donde se construye la realidad de los dichos, que no siempre se compadece de los hechos.

En 2016, dos elecciones globalmente importantes resultaron sorpresivas. Por un lado, la absurda apuesta de Cameron en Reino Unido desembocó en un voto a favor de abandonar la Unión Europea. Las encuestas indicaban que la votación era cerrada, y el margen de error era suficiente para temer el triunfo del Brexit, como ocurrió. Pero para la mayor parte de los medios e intelectuales públicos una decisión así era impensable, de forma que les sorprendió que los británicos pensaran diferente.

El otro caso es la elección estadounidense, en donde todos nos convencimos de que Trump no podría ganar (en el caso de este columnista, apenas dos semanas antes del evento). Otra vez, las encuestas tuvieron razón: Clinton obtuvo más de dos puntos de ventaja sobre Trump, pero su votación estuvo demasiado concentrada en las grandes ciudades de las costas, y no logró mantener estados que eran demócratas casi por definición. Tanto, que ni siquiera se encuestaron. Por ello, el extraño caso en que las encuestas tuvieron razón y también se equivocaron.

Con base en esos dos resultados, los quemados empezaron a soplarle al jocoque. Según la dichosa ‘opinión pública global’, lo que 2016 mostraba era un ascenso del populismo como respuesta al crecimiento de la desigualdad y, por lo tanto, en 2017 toda Europa caería presa de lo mismo, desde Holanda (marzo) hasta Alemania (septiembre), pasando por Francia (abril y mayo). Bueno, pues no. En Holanda el partido extremista de Geert Wilders obtuvo una votación importante, pero limitada a su rango, que lo deja fuera de cualquier impacto real. En Francia, ayer, Marine Le Pen, de la derecha extrema, queda en segundo lugar, y es probable que Macron, que la superó en esta primera elección, la derrote dos a uno dentro de dos semanas. En ambos casos, Holanda y Francia, las encuestas han tenido razón.

Lo que vemos hoy no es una reacción populista al incremento de la desigualdad, sino un desajuste de narrativas entre los grupos más influenciados por las redes sociales (jóvenes, urbanos, educados) y los demás (mayores, rurales, con menor educación y más religiosidad). De un lado, más tolerancia y pluralismo, menos compromiso, fe religiosa en la comida saludable y el cambio climático; del otro, una visión más rígida, con mayor compromiso y esfuerzo, y fe en su religión tradicional. Tampoco es que unos sean mejores que otros, son diferentes. Claro que los primeros tienen ventaja: son más jóvenes.

Es decir, si usted se deshace de su marco de referencia construido de izquierda a derecha, en donde la economía determina el comportamiento de las personas, entenderá mucho mejor lo que está ocurriendo. Ya no quisiera repetirlo, pero mientras siga la ‘opinión pública global’ interpretando al mundo con treinta años de rezago, pues no hay remedio.

Así pues, pare de sufrir. No hay una ola populista, no se acaba la civilización occidental. Hay un conflicto entre diferentes formas de ver el mundo, pero sin un mecanismo definido para resolverlo. Eso es lo que habrá que construir en los siguientes años. Mientras, éntrele al jocoque sin miedo.

Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey.

Twitter: @macariomx

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