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La Barranca: sobrevivir desde los nichos

En 24 años el mundo ha evolucionado tanto como La Barranca. La globalización y la tecnología han cambiado la manera de componer, grabar, producir y escuchar música. Lo sabe José Manuel Aguilera, el fundador de esta banda que se ha mantenido alejada del mainstream para obtener lo que —dice el compositor en entrevista con El Financiero— es el tesoro más preciado del arte: la libertad.

Aguilera es un reptil que se adapta a cualquier ecosistema sonoro. Sus canas sugieren que se está frente a un patriarca del rock nacional. Y en cierta medida lo es. Pocas bandas mexicanas pueden preciarse de grabar 11 discos en casi un cuarto de siglo. Pero ni la edad ni la experiencia limitan su creatividad y apertura a nuevas propuestas. En un mundo globalizado y más tecnológico que nunca, La Barranca es una máquina sin fecha de caducidad. Y si algo tiene claro su fundador, es que el grupo jamás vivirá de la nostalgia. En una industria caracterizada por los reencuentros, las giras de despedida y los festivales con los carteles de siempre, son pocas las bandas de rock en español que se mantienen vivas y activas al mismo tiempo.

La Barranca, asegura Aguilera, nació en 1994 bajo la premisa de jamás repetirse. “Siempre supimos que éramos una banda sui géneris”, afirma. Y eso sólo puede lograrse, dice, mediante la exploración y experimentación de la materia prima que ha sostenido al grupo desde su fundación: el lenguaje. El músico sostiene que La Barranca es un almanaque de cosmogonías, sonidos e historias que encuentran su base no en el rock —etiqueta que nunca le ha gustado a Aguilera—, sino en la música popular mexicana.

“A la hora de escribir mis letras, la verdad es que yo me inscribo más en la tradición de José Alfredo Jiménez, Agustín Lara o Toña La Negra que en la de Bob Dylan o Mick Jagger. Para mí, José Alfredo es un pilar de nuestra cultura porque supo expresar, mediante la poesía, el alma y la existencia tormentosa del mexicano”, comparte este guitarrista de 58 años que ha sido testigo de las transformaciones que ha sufrido el rock mexicano en las últimas décadas.

Hoy, que los artistas de grandes masas lucen como dinosaurios en peligro de extinción, La Barranca se siente cómoda en su nicho de independencia y libertad. El nuevo y undécimo álbum de la banda se titula Lo eterno y en él José Manuel Aguilera habla de los problemas de una civilización en la que las identidades —individuales y colectivas— son cada vez más difíciles de reconocer.

“La globalización ha disuelto las identidades de las personas y las naciones. Pese a todo, creo que los nacionalismos y las ideologías van de salida. Los países cada vez se parecen más entre sí, tanto en identidad como en fisionomía”, observa.

Aguilera tampoco deja de lado los efectos del capitalismo en las vidas de los hombres: la individualización, el narcisismo de las redes sociales, la apatía hacia los desprotegidos, la destrucción planetaria, la riqueza como único camino a la felicidad. En Brecha —la primera de las once canciones que conforman el álbum— canta: No dejo de percibir cómo nada te conmueve / Ni el vuelo del colibrí ni el animal que se muere / Y cómo te sientes cuando ves desprotegida / la fragilidad en los ojos de una niña.

Pero su análisis del mundo contemporáneo también alcanza la manufactura propia del disco y la fisionomía de la banda. De entrada, La Barranca ya es un quinteto. El nuevo integrante del grupo es un joven músico llamado Yann Zaragoza, quien está a cargo del piano y los sintetizadores.

Desde un inicio, Aguilera quiso imprimir un sonido diferente a Lo eterno, el álbum más electrónico de La Barranca. Hubo canciones —como Ceiba— que fueron compuestos desde un programa digital, algo raro para un músico acostumbrado a componer en instrumentos acústicos.

“Han cambiado las fórmulas y los formatos, pero todavía estamos en una industria muy confusa en la que no acabamos por entender por qué sigue conviviendo lo nuevo con lo viejo. En plena era tecnológica vivimos el auge de los vinilos. En tiempos tan revueltos, el grupo debe estar atento a estos cambios y tratar de cubrir todas las posibilidades de hacer música. Sin embargo, creo que las transformaciones profundas de La Barranca no se han dado por términos de mercado, sino por convicciones estéticas y personales”, asegura.

Aguilera es un artista nato. Como Da Vinci u Octavio Paz, confiesa que el momento que más le gusta de su proceso creativo es la revelación: “el instante en el que descubres, casi siempre en absoluta soledad, que ahí hay una canción”.

Para él, la canción es el vehículo de ideas más eficaz que ha creado el hombre. Admite que los primeros trabajos del grupo remiten a atmósferas rulfianas, pero también se declara admirador de autores como Yukio Mishima, Yasunari Kawabata y Akira Kurosawa. Parte de estas lecturas japonesas, dice, fueron reflejadas en otro tema del álbum: Konichiwa, en la que recuerda “las bombas que nos arrastraron a la edad de las tinieblas”, en alusión a Hiroshima y Nagasaki.

Aguilera es el arquitecto de paisajes sonoros que, dice, no se inscriben a ningún género. Es un incansable buscador de caminos estéticos y por eso ha optado por rodearse de gente joven. La Barranca hoy está compuesta por músicos que son 10 años más chicos que él. Sus convicciones estéticas se mantienen en el México vernáculo, oral y rural con el que —curiosamente— ha convivido muy poco, pues él mismo se declara una especie endémica de la Ciudad de México. Y no, no ve cerca el final de La Barranca. Ahora trabaja en un disco de boleros: «la educación sentimental de muchos mexicanos».