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Las dos vidas de Ely, la última elefanta de la Ciudad de México

«Ely está muy mal, sola, se mece hacia delante y hacia atrás, se recarga mucho en las paredes y en los barrotes… ¿Ya viste eso? Se está comiendo sus heces, eso es importante, ¿lo grabaste?». Diana Valencia está convencida de que la última elefanta de la Ciudad de México está en una situación «dramática» y de que tiene que alzar la voz. La voluntaria de Proyecto Gran Simio ha ido al Zoológico de San Juan de Aragón, al noreste de la capital, para monitorear su estado de salud cada semana de los últimos tres meses. Tres días después, Ely está radiante, «feliz» y «en un estado inmejorable», en palabras de Claudia Lewy, la directora de Zoológicos y Vida Silvestre del Gobierno capitalino. «Creemos que vivirá muchos años más», agrega. Las versiones son radicalmente distintas y en el medio de la disputa, Ely, que vivió 25 años encadenada y maltratada en un circo, calla su verdad.

La historia de Ely —que ha sido la bandera de grupos animalistas dentro y fuera del país, ha llenado las páginas de (casi) todos los medios mexicanos y ha protagonizado discusiones en el parlamento local— está llena de puntos ciegos. No hay documentos fidedignos de cuándo fue comprada, no se conoce nada sobre sus padres ni se sabe con exactitud su edad. El zoo calcula que ronda los 30 años y su especie tiene una expectativa de 60 a 70 años: Ely es joven, pero padeció el maltrato desde que nació. 

Las autoridades la compraron en 2011 por 3,4 millones de pesos (poco menos de 200.000 dólares) al Circo Hermanos Vázquez. Los antiguos propietarios de la elefanta africana le daban de comer pan para escatimar en gastos, le provocaron una fractura en su pata derecha al mantenerla amarrada y le causaron una herida en su lomo, en el que se colocaba una silla para el entretenimiento de los espectadores, relata Lewy. «Fue una adquisición, pero decimos que fue un rescate por las condiciones en las que se encontraba», afirma la encargada de los zoos capitalinos. México prohibió los circos con animales en 2015, el 80% de los casi 1.300 ejemplares que «trabajaban» en ellos murió un año después.

Elefanta ElyImágenes de la llegada de Ely al Zoo de Aragón en 2012. Sedema

Su pasado traumático le provocó estereotipias, comportamientos anormales y repetitivos causados por angustia y estrés. Ely se balancea y se come su propio excremento, ese punto no está en discusión. Pero las autoridades aseguran que los trastornos se generaron en el circo y los animalistas, por las condiciones del cautiverio.

Las organizaciones achacan a los «malos manejos» y al «pobre enriquecimiento ambiental» de su entorno varios padecimientos físicos como indicios de artritis, dermatitis y daño en las palmas de sus patas por el contacto constante con el piso de concreto del albergue. El retrato de terror que pintan los animalistas se completa con la muerte de Maggie, una elefanta asiática, que compartía su hogar con Ely y a la que se aplicó la eutanasia en abril de 2016 por una osteoartritis que le infligía dolores insoportables. Las críticas a las autoridades se producen poco más de un año después de la muerte de Bantú, el último gorila de la ciudad, que falleció cuando era trasladado a Guadalajara.

«Ely está en el mismo punto determinante en el que estuvo Maggie», asegura Paulina Bermúdez, presidenta de Gran Simio, que ha seguido el caso desde marzo. «Es como si fueran al zoológico a morir», complementa Adam Sugalski, director ejecutivo de la ONG estadounidense One Protest, que lanzó una petición para «rescatar a Ely» en Change.org.

«Son calumnias y nos molesta mucho que gente improvisada venga a atacarnos», reclama Julieta Méndez, que dirige el zoo de San Juan Aragón desde hace dos años. Méndez y Lewy desechan los señalamientos porque ni Bermúdez, ni Valencia ni Sugalski son veterinarios ni biólogos. «Juegan totalmente con los sentimientos de la gente», sentencia Lewy. La doctora cree que «hay mala leche» y que la protesta está motivada por la grilla (politiquería) para sacar «un botín político» de los zoológicos.

EL PAÍS entró en el complejo en el que vive Ely, que mide más de 800 metros cuadrados entre la casa de noche y el albergue. El paquidermo estuvo en una sesión de condicionamiento operante en la que se le revisaba la piel, las patas, las uñas y se le hizo una muestra de sangre, mientras se le premiaba con pedazos de manzanas, plátanos y zanahorias. «Muy bien, Ely. ¡Estás preciosa!». De pronto, el relato de terror era casi un cuento de hadas.

Valencia asegura que Ely solo recibe ese trato cuando las autoridades están bajo el escrutinio público. «Quizá no sea quién para definir estos problemas, no soy bióloga ni soy nada, pero tengo el valor y el derecho ciudadano de decir lo que observo y lo que pienso», revira. La activista interrumpió varias veces la entrevista con este periódico al sentirse «acosada» debido a que el personal de seguridad la fotografió en un par de ocasiones.

Elefanta ElyDocumento que detalla los padecimientos y tratamientos de Ely. Infomex

Cuestionada por el incidente, Lewy se disculpó y explicó que Gran Simio no había recibido una invitación similar porque no tenían «disposición para dialogar ni escuchar» ni «ética» y que se tomaban esas medidas de vigilancia para salvaguardar la seguridad del animal. «Los likes no salvan vidas, si quieren hacer algo por los animales que vayan a las selvas y se ensucien los pies… en el Facebook no los van a salvar», agrega. «Las autoridades han sido deficientes, negligentes y cerradas a la participación de la sociedad civil», contesta Bermúdez.

«No es posible emitir un juicio objetivo y preciso acerca de la situación del ejemplar», asevera un especialista independiente en Fauna Silvestre que no quiso revelar su identidad por temor a represalias al ser un gremio pequeño. «Vídeos breves y fotografías no representan indicadores que nos permitan realizar una evaluación acertada», añade. El veterinario de la Universidad Nacional Autónoma de México sí considera, sin embargo, que «el encierro cuenta con el espacio y el tipo de instalaciones necesarios para albergar a la especie en cuestión». Ningún científico consultado quiso emitir un juicio tajante sin la oportunidad de revisar el caso con la evidencia y el trabajo que se recopilan durante meses.

Sedema‘);»>Elefanta Elyampliar foto Cuidadores toman una placa radiográfica a Ely. Sedema

«No soy un experto, pero cuando vas al zoológico, Ely se ve en pésimas condiciones», comenta Carlos Candelaria, diputado local del Partido Encuentro Social (centroderecha), que ha hecho eco de la protestas y solicitó el pasado 12 de julio un informe a la secretaria de Medio Ambiente de la Ciudad de México, Tania Müller. El plazo para que lo entregue vence a finales de la próxima semana.

Elefanta ElyLa elefanta Ely, en su albergue. La organización One Protest asegura que la elefanta padece dermatitis en el lomo.

La polémica ha abierto una discusión sobre los zoológicos en la capital, si deben existir y bajo qué condiciones. Lewy defiende su función formativa como un centro de conservación y educación ambiental, además de acercar los animales a la gente de escasos recursos. Candelaria aboga por un zoo digital para mantener los empleos de los cuidadores sin que sufran los animales. Valencia rechaza que cierren, pero pide que mejoren las condiciones y que ya no se adquieran más especies. Sugalski cree que el cautiverio nunca emulará el hábitat de los ejemplares en libertad. Sobre Ely hay una verdad que todos aceptan: el que quiera conocer su realidad tiene que ir a verla.