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Las propuestas

López Obrador, José Meade y Ricardo Anaya apuntan a ser los protagonistas por la silla presidencial el próximo año

Los tiempos de campaña electoral hacen cruzar dos variables fundamentales en la cabeza del posible votante. La primera, relacionada con la figura de los candidatos, y la segunda, con propuestas que puedan ser fácilmente entendibles para el común de las personas. En este sentido, los tres candidatos representan figuras fácilmente distinguibles para el electorado. José Antonio Meade personifica al funcionario obligado a quitarse de encima la carga tecnocrática que lo ha acompañado en su vida pública, para convertirse en un candidato que primero obtenga la garantía del voto duro priista, para después lanzarse a la búsqueda de su reconocimiento por la ciudadanía, a nivel nacional.

Pero si Meade quiere ganar, tiene que generar un tipo de ruptura que le dé legitimidad a una candidatura “ciudadana”, frente a electores incapaces de aceptar, por lo pronto, la separación entre la honestidad y eficiencia de Meade, y la imagen de corrupción e impunidad del PRI.
Promesas de continuidad con las reformas aprobadas y parcialmente instrumentadas, junto con compromisos explícitos de ruptura con los mismos grupos de interés dentro del partido, forman parte de la arriesgada apuesta del candidato tricolor.

Mientras tanto, López Obrador repite la misma estrategia de 2012, de ofrecer apertura y modernidad en textos formulados para especialistas y grupos de poder económico, y simultáneamente presenta un decálogo con el mismo contenido conservador del agotado nacionalismo revolucionario. Construir refinerías, amnistiar criminales para pacificar al país, cancelar la construcción del aeropuerto y revertir la reforma educativa para regresar al viejo sistema de privilegios, son sólo algunas de las propuestas concretas con las que el tabasqueño pretende atraer a la masa ciudadana de votantes, en tanto intenta convencer a ingenuos académicos e intelectuales de su intención de ser diferente al que se presenta en los mítines y en los medios.

Para Ricardo Anaya, su ventaja radica en su capacidad discursiva y habilidad en el debate público.

Las propuestas del Frente, como la de la renta universal, requieren de una explicación económica que la sustente en cifras reales, a menos que quiera jugar a la demagogia con su contrincante de Morena. Los cruces de agenda entre el PRD y el PAN lo obligarán a responder sobre temas como matrimonios entre personas del mismo sexo, aborto y toda temática social donde liberalismo y conservadurismo se contradicen. De la habilidad para conciliar contradicciones ante el electorado, dependerá la capacidad de atracción del mismo.

Tres figuras y tres proyectos fácilmente distinguibles entre sí compiten por la Presidencia de la República, pero son ahora las personalidades las que pesan más ante el electorado. El técnico Meade, frente al joven Anaya y el carismático Andrés Manuel, y en donde expresiones como “amnistiar criminales”, “pirrurris” u otros calificativos despectivos pueden terminar siendo como el “cállate chachalaca”, determinantes en el resultado final de la elección que hoy se prevé a tercios, pero si alguno de los tres se rezaga en los primeros meses del próximo año, sería prácticamente imposible remontar al final de la contienda.

La pregunta aquí es si en realidad cualquiera de los tres candidatos tiene la fuerza para modificar en uno u otro sentido la realidad.

Sabemos que nadie gana todo ni pierde todo, pero el que obtiene la silla grande posee los hilos del poder con la suficiente fuerza como para alterar, para bien o para mal, la calidad de vida cotidiana de millones de seres humanos. La democracia mexicana no es como la norteamericana, que ha logrado contener las aspiraciones dictatoriales del demente republicano. Un loco en la Presidencia de México tiene muchos instrumentos a su alcance para destruir las débiles pero necesarias instituciones que necesitamos para seguir adelante.

Ese es el riesgo. 

Twitter: @ezshabot

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