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Ómicron y el imperio

Ya está con nosotros la variante “Ómicron” del COVID-19, y parece que el gobierno de México no aprendió absolutamente nada del trágico manejo del virus original. El discurso oficial es encabezado por el charlatán mayor, Hugo López-Gatell, y el presidente Andrés Manuel López Obrador, ya salió a decir que “no hay de qué preocuparse.”

Eso no lo saben ni los científicos de la Organización Mundial de la Salud. Lo que se sabe, es que la variante ómicron tiene gran cantidad de mutaciones; pero NO se sabe si esas mutaciones la hacen más virulenta, ni si las vacunas son igual de efectivas, ni si produce síntomas más o menos graves que las otras variantes, ni si se transmite con más facilidad, ni si los nuevos tratamientos contra COVID son igual de efectivos contra ómicron que contra las otras variantes.

Pero que todo lo anterior no se sepa, no quiere decir que “no hay de qué preocuparse.” Quiere decir que, mientras se realizan los estudios que permitan responder a esas interrogantes, hay que errar del lado de la precaución, y es lo que AMLO no quiere hacer. Para cuando Ud. lea esto, ya se habrá realizado el mítin masivo en el Zócalo para escuchar un discurso propagandístico, que no un informe. ¿Para eso vale la pena poner en riesgo la vida de miles de mexicanos? ¿No les basta con los 400 y pico de mil muertos que tuvimos por su criminal manejo de la pandemia? Y esos son los oficiales. Los otros datos dicen que superamos 600 mil.

No se pueden esperar dos o tres semanas a que haya resultados de estudios científicos para saber el peligro real del nuevo bicho, porque pues, el caudillo tiene hambre de aclamaciones, faltaba más.

Por favor, actúen con cautela. La prioridad sigue siendo la vacunación de todos los mayores de 18 años, y hay que empezar a exigir la famosa tercera dosis, que con el ómicron, ya se convirtió en imprescindible. Cuídense, cubrebocas en lugares públicos, y lavarse las manos con frecuencia.

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El martes pasado, Barbados amaneció con una nueva presidenta. La hasta el lunes Gobernadora General, y representante directa de la Reina Isabel II de Inglaterra, se convirtió en presidenta, completando así la separación de la monarquía británica que comenzó en el siglo XVIII. La independencia de facto comenzó en 1955, cuando Barbados eligió un parlamento, y asumió todas las decisiones de un estado libre.

Hasta el martes, Barbados tenía reina, y era Isabel II. Ahora, ya no. Presente como invitado de honor a la ceremonia, estuvo el príncipe Carlos, heredero de la corona británica, para mostrar que, si bien se cortaba el último lazo colonial, la amistad y la historia común mantienen unidos a ambos países.

También asistió a la ceremonia la cantante Rihanna, quien fue declarada héroe nacional. Lo merece.

La nota me llamó la atención, no tanto por Barbados, sino por todos los países que aún no se deciden a dar el paso.

Aún dejando el imperio, Barbados continúa como parte del Commonwealth británico, que abarca a 53 naciones y territorios con un pasado imperial.

Solo en América, Isabel II sigue siendo reina de Antigua, Bahamas, Belice, Granada, Jamaica, San Cristóbal, Santa Lucía, (cuyo aeropuerto ahí la lleva con su tocayo mexicano) San Vicente y las Granadinas, además de las islas Malvinas, o Falklands, como las llaman ellos, que no les pudieron arrancar los argentinos.

Y claro, están los grandes, Australia y Canadá. En Australia, a finales del siglo XX, hubo un referéndum para eliminar la monarquía, y perdió. En Canadá, también ha habido intentos, pero ninguno con éxito. Para reflexionar lo que fue el imperio británico en el siglo XVIII y XIX, que además, incluía India, parte de China y todo el océano pacífico. Lo que logró una pequeña isla europea.