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Paranoia presidencial

La inseguridad personal del presidente lo ha llevado a ver conspiraciones y complots por todas partes. La paranoia presidencial constituye un grave riesgo para el país.

El metro falla por falta de mantenimiento, él responde militarizándolo, a pesar de que las facultades de la Guardia Nacional no lo permiten.

La Ley de la Guardia Nacional, en el artículo 9 del Capítulo III, señala que la Guardia Nacional debe mantener el orden y la paz social, así como prevenir delitos “con excepción de (…) los medios de transporte que operen en las vías generales de comunicación”.

¿Pero qué importa violar nuevamente la ley con tal de que el presidente pueda dormir tranquilo?

Conspiraciones, complots, golpes de Estado imaginarios. Es un hombre inseguro y receloso. Ve enemigos por todos lados.

Los padres de niños con cáncer en realidad quieren arrebatarle el poder. Las mujeres que se manifiestan frente al Palacio son piezas de una maquinaria que quiere derrocarlo. Por eso cuando se acercan los grupos feministas erige enormes murallas de hierro, que son la expresión de su miedo.

Para el presidente no hay ciudadanos que se organizan para disputarle democráticamente el poder, hay enemigos, adversarios, miembros de una mafia golpista.

López Obrador está convencido de que solamente él representa al país. Él es el pueblo encarnado. Los que conspiran contra él conspiran contra México. Los que contradicen su voluntad son traidores a la patria.

Sus miedos e inseguridades lo han llevado a militarizar el país. A él no le va a pasar lo que le pasó a Madero y Allende, dos de sus figuras tutelares, que murieron traicionados. Él prefiere verse en el tirano Fidel, que murió en su cama como Franco, carcomidos por sus demonios.

El peligro estriba en que sus fieles asumen como propia la paranoia presidencial. Un joven protestando en el metro, una señora a la que se le caen accidentalmente unas aspas de plástico de una lavadora, una lata de cerveza en medio de las vías, para sus seguidores, son peligrosas piezas de un complot que quiere descarrilar la carrera de la heredera del poder.

En 2004 el principal operador político de López Obrador fue exhibido en televisión recibiendo fajos de dinero. Fue un complot, dijo López Obrador. Fue un complot, repitieron a coro sus seguidores. En esa operación estuvieron involucrados, según se conocería más tarde, el expresidente Salinas, Diego Fernández de Cevallos y Carlos Ahumada. ¿Fue un complot? No hicieron algo ilegal. Se organizaron para dar un golpe mediático al entonces Jefe de Gobierno y candidato presidencial. Un golpe rudo sin duda, ¿pero ilícito?

La palabra complot se popularizó. Todo era un complot. Una conspiración de los poderes fácticos para cerrarle el camino hacia el poder. Se perdió de vista que organizarse para oponerse a un político no es un acto conspiratorio sino un acto político. Los ciudadanos tienen derecho a organizarse para oponerse a un poder que consideran injusto para relevarlo dentro de las reglas de la democracia.

Sus adversarios son, desde su punto de vista, unos ladrones que quieren dañar a México. Quieren el poder para robar. Desde esa óptica, ¿qué posibilidades hay de que López Obrador le entregue la banda presidencial a un adversario? ¿Cómo le va a ceder el poder a alguien que según él quiere robar, dañar y destruir a México? Aunque le ganen con todas las de la ley, ¿va a entregar la Presidencia a alguien que él acusa de racismo, clasismo y corrupción?

Hoy domingo un vagón del metro amaneció muy sucio, con mucha basura. Altos miembros del partido oficial denunciaron que esa basura era parte de un sabotaje para dañar al metro, esto es, para dañar a la heredera al poder del presidente, esto es, para dañar al proyecto político del presidente, esto es, para dañar a quien quiere ayudar a los pobres, esto es, para dañar al pueblo, para destruir al país. Alguien arrojó basura en un vagón y lanzó una lata de cerveza a las vías y levantó en los andenes del metro una cartulina con el fin de… destruir al país. La paranoia personal trasladada al ámbito del poder puede constituir un grave riesgo para México.

Si el partido del presidente pierde las elecciones no será por el hartazgo de ciudadanos que se organizaron para votar en contra de Morena, será parte de un complot de la derecha para robar y acabar con la nación. ¿Qué hacer entonces? Todo menos entregarles el poder. Si militarizó el metro ¿cómo no ver el riesgo de que militarice las elecciones por venir? ¿Cómo no advertir el peligro de un golpe militar si pierde las elecciones su partido?

Un demócrata cabal no es, ¿por qué habría de respetar las leyes? Si no le importa que una ministra de la Suprema Corte haya violado la ley, ¿por qué creemos que va a respetar las leyes electorales? Si todo para él es una conspiración y un complot, una organización para destruir a México, ¿qué garantías tenemos de que juegue limpio en las próximas elecciones? La paranoia presidencial constituye sin duda un enorme riesgo para el país.