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Pessoa, el yo y la nada

Fernando António Nogueira Pessoa tenía una personalidad recatada, con cierta excentricidad, pero llena de timidez, asegura la actriz y directora escénica Clarissa Malheiros. “Ophelia Queiroz, su amante, casi su única compañera, contaba que la primera vez que lo vio ella iba subiendo unas escaleras y él bajando. Ella fue a buscar empleo a la oficina donde él trabajaba y vio a este hombre de bigote, vestido de negro, con polainas, y le dio un ataque de risa tremendo”.

Ophelia no imaginó que, detrás de aquellas gafas redondas y bajo aquel sombrero que le tapaba el rostro, habitaba más de una persona. Más de un escritor. Más de un sí mismo.

Pessoa, quien firmaba sus textos con una diversidad de nombres, utilizó sus múltiples heterónimos como una exploración del yo, advierte la escritora Sabina Berman. “Decía: si el yo es un cuento que nos contamos a nosotros mismos, ¿por qué no me cuento que tengo tres?”.

Como dramaturga, Berman está próxima a estrenar en México Ejercicios fantásticos del yo, obra que tuvo su premiere mundial hace un año en Buenos Aires. A través de la biografía de Pessoa, Berman reflexiona acerca de lo que ella llama “la supremacía del yo”.

La obra empieza en 1914, el año en el que, según el autor de El libro del desasosiego, comenzó a escribir frenéticamente. La historia termina en 2025, en un futuro luminoso.

A su vez, Clarissa Malheiros prepara el reestreno en la Ciudad de México de Pessoa, la hora del diablo, un montaje de la compañía que dirige La Máquina del Teatro, en el que aborda el ángulo filosófico del escritor luso.

La pieza está basada en un cuento que Pessoa escribió como Alexander Search, el heterónimo traductor de su obra al inglés.

“Pessoa es un poeta y prosador filosófico”, observa la actriz. “La filosofía está presente sobre todo el texto que escogí, La hora del diablo, un pequeño relato que fue encontrado en su estudio y publicado muy tardíamente. Lo escribió cuando regresó de Sudá-frica (donde vivió con su madre y su padrastro) a Lisboa, porque tuvo un gran choque con la religión católica en Portugal”.

El texto plantea un hipotético diálogo sobre el bien y el mal entre el espectador y Satán, un místico que tiene deseos de creer, encarnado por Malheiros.

Ambas propuestas teatrales se asoman al nihilsmo desde el cual el poeta construía y reconstruía su identidad; esa vacuidad cuya potencia creadora expresó en uno de sus versos más conocidos: No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada. / Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo ( del poema Tabaquería, de Álvaro de Campos).

Para Malheiros, la empatía es clave en la obra de quien tuvo un número indeterminado de heterónimos, semi heterónimos y seudónimos. “Nos dice que debemos volver a mirar desde nuestra sensibilidad y nuestra inteligencia el cuerpo, el sufrimiento y la angustia de los demás. Crear vínculos con la naturaleza y con el otro, en un camino donde la coincidencia pueda dar un paso adelante”.

Para Berman, Pessoa es un visionario que se inventó otras formas de existir.

“Los millenials típicamente tienen más de tres cuentas en Twitter y en Facebook con otros yos, y cambian de género y preferencia sexual como de camisa. Bueno, estamos alcanzando a Pessoa. Lo que sucede actualmente, él lo estaba escribiendo y haciendo en su vida cotidiana”, afirma.

Nueva traducción


Fernando Pessoa
murió el 30 de noviembre de 1935 y la mayor parte de su obra permanece inédita. El escritor y editor Mario Bojórquez ha tenido acceso a los 32 mil manuscritos que están resguardados en la Biblioteca Nacional de Portugal, en Lisboa, y ha estudiado su obra durante casi 30 años. Acaba de publicar, en Círculo de Poesía, El andamio, obra completa, de Alberto Caeiro, una de las firmas más conocidas del autor, y el joven maestro de todos los demás heterónimos.

La genialidad de Pessoa, dice Bojórquez, representa a los mejores autores del siglo XX. “No sólo fue un gran poeta, sino al menos seis poetas muy buenos. Cuando uno entra en su obra tiene que saber que entra en la convención, en un corpus cerrado compuesto por nombres, personalidades, personas que nos resultan extrañas en todo sentido. Pessoa decía: ‘yo soy una máscara. La cara que presento es la máscara de formas de existencia que hay dentro de mi corazón’”.

A Álvaro de Campos (el autor de Tabaquería), le divertiría mucho saber que el mundo sigue y seguirá descubriendo a Pessoa, advierte el editor.

“Ese demente que era su amigo, esa mente dispersada, caótica, incomprensible que creó a Rafael Baldaya, autor de las evoluciones matemáticas a partir de la cábala fonética, donde cada letra es un número y cada número es un planeta, o a Carlos Otto, quien escribió un tratado de lucha libre”, comenta.

El poeta no pensaba en la vida, la soñaba, concluye Sabina Berman.

“Fue un adelantado a su época, al manifestar que del relato, de lo que nos contamos a nosotros mismos, depende la felicidad de la vida privada. Yo diría que también la vida política depende de eso, de la imaginación”, reflexiona.

“Lo que nos conmueve no sólo es el retrato precoz que hizo de nuestro mundo, sino su solución. Ante el dilema de Hamlet: ¿ser o no ser?, contestó ser y ser y ser”