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¿Por quién votar?

Hay muchas posibles reglas de decisión para contestar esta pregunta. A continuación, se presentan un par de ejemplos junto con sus implicaciones.

Votaré por la administración pública en turno si tuvo un buen desempeño. De lo contrario, votaré por aquella que considere más apta para resolver el problema que más me importa. Bien, ¿cómo evaluaré el desempeño de la administración pública en turno? Sencillo. Veré si cumplió con la mayoría de sus promesas de campaña. Desafortunadamente, solo recuerdo un par de ellas. Además, la mayoría son lo suficientemente ambiguas para escapar el rigor de este juicio. No se me hace un criterio justo. Veré entonces si mejoró la economía. ¡Espera! Es imposible saber si la economía mejoró por las acciones del gobierno. Hay mil factores que pueden afectar este desenlace. A lo mejor la economía mejoró por un cambio en las preferencias de los consumidores que compran lo fabricado en mi país.

De acuerdo. Simplifiquemos la decisión. Si la administración pública en turno cometió un sólo acto de corrupción está reprobada. ¿Y si existe la prueba de que implementó una política que benefició a miles de compatriotas? Cierto. Tampoco es un criterio justo. Al diablo con la primera evaluación de mi regla de decisión. Me enfocaré en la segunda solamente. ¿Cómo evaluar la aptitud de las administraciones públicas para solucionar el problema que más me importa? Basarme en la elocuencia y carisma de su líder es un criterio superficial. Tomar en cuenta las licencias de sus integrantes no me garantiza nada. Hay personas muy preparadas que terminan haciendo cosas terribles.

¿Analizando su propuesta para solucionar el problema que más me importa? Imposible, no tengo tiempo para eso. Además, ni siquiera tengo los conocimientos y la capacidad necesaria para hacer una buena crítica. De hecho, ni los expertos se pueden poner de acuerdo en la sensatez de una propuesta. ¡Qué decisión tan difícil! Tranquilo. Cambiemos de estrategia. Deleguemos la decisión. Votaré por quién vote la persona que considere más inteligente.

—¿Por quién vas a votar?

—No voy a votar—contesta la persona que considero más inteligente.

—¿Qué?, ¡no vas a votar!, ¿por qué?

—Porque es inútil votar—responde la persona que considero más inteligente. Millones de personas acudirán a las urnas el día de la votación. ¿Crees que tu voto hará la diferencia? Además, trasladarte a esa ubicación te costará. Esa mañana la podrías utilizar para hacerle el amor a tu mujer. Y no olvides que al ir a votar corres el riesgo de ser hostigado en el camino. Hay personas capaces de hacer cualquier cosa con tal de conseguir tu voto o llevarse tu cartera.

—¡Pero está mal no ir a votar!

—¿Por qué está mal no ir a votar? —pregunta la persona que considero más inteligente.

—Porque eso es lo que dice la gente.

—¿Te importa lo que piense la gente de ti? —cuestiona la persona que considero más inteligente.

—¡Sí! De hecho, mis amigos me preguntarán por quién voté. ¡Eureka! Votaré por quien voten ellos. Con tal de pertenecer al grupo. Y ahora que recuerdo, si en mi distrito no gana tal administración, dejaré de recibir apoyo gubernamental. ¡Ahora tengo dos razones para votar por tal administración! Sin embargo, escuche que si gana esa administración la economía se colapsará. ¡Qué horror! Al diablo con mis amigos y la ayuda gubernamental. Votaré por quien vaya en segundo lugar en las encuestas con tal de evitar que gane esa administración. No me importa quien sea. Cualquier desenlace es mejor que ese. ¿Y si son mentiras? ¿Qué pasará si la otra administración es peor? Estoy confundido. Medir el desempeño de una administración pública es muy difícil. Estimar su actuación futura también. Votar por pertenecer a un grupo no es más que un reflejo de mi inseguridad. Votar por dinero es cinismo. No ir a votar también. Si no voto y se colapsa la economía me arrepentiré. Si voto y no se colapsa la economía también me arrepentiré. ¿Habrá una mejor regla de decisión?

Si decides votar, ¿por quién votarás y por qué?

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El autor es profesor del Departamento de Economía y especialista en economía conductual.

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