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Reconstrucción

sismo

Duras pruebas a las que México ha sido sometido por la madre naturaleza. Semanas de zozobra, de inquietud permanente, sea por el embate ciclónico a diestra y siniestra, o el intempestivo sacudimiento que se reproduce a capricho con su estela de destrucción y temor.
Gaia parece haberse enfurecido contra el territorio del águila, el nopal y la serpiente, que por fortuna, tras la embestida que revivió el fatídico septiembre de 1985, torna paulatinamente a la normalidad.

Grande ha sido el efecto devastador, pero grande también la respuesta humana, solidaria y organizada de los mexicanos. Evidentemente, los fenómenos que han azotado nuestro país, han encontrado una respuesta social e institucional mucho más articulada, consciente y oportuna, que ha determinado una sensible mitigación de los efectos.
La calamidad vuelve a motivar la unidad, el altruismo y la solidaridad, no sin excepciones deplorables de astutos y sinvergüenzas, claro está, y mueve también a la reflexión sobre el tiempo y la circunstancia que se presenta propicia para la reconstrucción, no sólo de edificios, sino de conciencias.

Tras la crisis y la desolación del desastre en sí mismo –experiencia de situaciones ya vividas– vendrá el duelo y la catarsis social con reclamos y denuncias. Se dará testimonio de conductas heroicas o de actos vandálicos, de desprendimiento y generosidad o de ambición y abuso, compasión u oportunismo. Lo mejor y lo peor de la condición humana.

La etapa de retorno a la normalidad en situaciones de desastre, no es necesariamente la menos crítica y menos aún ante un evento de las magnitudes actuales, pero otorga grandes oportunidades de recrear la vida colectiva, de reconstituir el tejido social, remendar las techumbres, corregir errores y reorientar los rumbos por los que ha transcurrido, hasta hoy, el devenir nacional.

Un sismo cimbra los cimientos de las construcciones físicas y sociales. Serán las más frágiles y defectuosas las que colapsen. Las sólidas y escrupulosas trascenderán.

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