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‘San Romero de América’, el cura mártir que desafió al poder en El Salvador

SAN SALVADOR.- El 24 de marzo de 1980, mientras celebraba una misa en San Salvador, monseñor Óscar Arnulfo Romero recibió una certera bala que acabó con su vida. Un día antes, en una homilía, el entonces arzobispo había exigido a los militares que gobernaban el país que, en nombre de Dios, cesaran «la represión».

No era la primera vez que el religioso de 62 años denunciaba las numerosas violaciones a los derechos humanos y manifestaba su solidaridad con las víctimas de la violencia en su país antes del estallido de la guerra civil que dejó unas 75 mil víctimas hasta que acabó en 1992.

En 1977, luego de la muerte de su amigo el sacerdote Rutilio Grande, Romero se volvió una de las voces más tenaces contra los abusos de los militares con un discurso en favor de la paz y la reconciliación que, el domingo, será recordado cuando sea declarado como el primer santo de El Salvador y Centroamérica.

«Las mayorías pobres de nuestro país son oprimidas y reprimidas cotidianamente por las estructuras económicas y políticas de nuestro país», había dicho al recibir un doctorado honoris causa de la universidad belga Lovaina un mes antes de fallecer.

«Existen entre nosotros los que venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias, los que amontonan violencia y despojo en sus palacios, los que aplastan a los pobres, los que hacen que se acerque un reino de violencia, acostados en camas de marfil».

Fuente: Reuters

De cejas pobladas, sonrisa fácil y pesados anteojos, Romero nació en 1917 en Ciudad Barrios, un pequeño poblado cafetalero de El Salvador. Fue el segundo de ocho hermanos.

A los 13 años ingresó a un seminario menor y siete años más tarde viajó a Roma para realizar estudios de teología. En 1943, regresó a El Salvador y fue párroco hasta que el papa Pablo VI lo nombró arzobispo de San Salvador en 1977. Sus homilías, transmitidas en vivo por la radio, sirvieron para criticar por igual al gobierno militar y a los grupos armados de izquierda.

Aquello le valió la animadversión de ambos bandos. El 9 de marzo de 1980, debajo del altar mayor de la iglesia donde iba a celebrar una misa, se encontró un portafolio negro que contenía una bomba presta para atentar contra su vida.

«La persecución es algo necesario en la Iglesia ¿Saben por qué? Porque la verdad siempre es perseguida», dijo entonces. Y dos semanas después, un francotirador contratado por el militar Roberto d’Aubuisson acabó con su vida.

En 1997, tras ser admitido el proceso para su canonización, informaciones que llegaban al Vaticano desde El Salvador que acusaban a Romero de «desequilibrado» y «comunista» torpedearon el procedimiento.

Pero en 2015 el papa Francisco lo declaró «mártir» de la Iglesia Católica asesinado por «odio a la fe» y en marzo pasado autorizó su canonización, que se celebrará el domingo en el Vaticano.

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Fuente: Reuters

Su figura ha traspasado fronteras: fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 1979 y, tras su muerte, su cripta en la catedral de San Salvador se ha convertido en un lugar de peregrinación donde han llegado el expresidente de Estados Unidos, Barack Obama, y los integrantes de la banda Iron Maiden.

El milagro que formalizará su apodo de «San Romero de América» fue salvar la vida de Cecilia Flores, un ama de casa cuyo embarazo se complicó por el síndrome de HELLP. Antes de que naciera su tercer y último hijo, ella tuvo seis embarazos complicados: cuatro terminaron en pérdidas.

En agosto de 2015, Luis Carlos nació sano tras una cesárea de emergencia que deterioró la salud de Flores y la llevó a un coma inducido.

«A mi esposo le dicen los doctores: ‘su esposa de esta noche no pasa y si usted cree en Dios o en algo, pídale porque su mujer sólo con un milagro se salva'», dijo la mujer a Reuters. Tras los rezos a Romero «empezó una recuperación instantánea».

El ejemplo del religioso no sólo ha inspirado a los fieles sino a otros colegas. «Cuando le recé por primera vez me le quedé viendo (a la imagen) y le dije: ‘llegaste al fin'», recordó su amigo y cardenal salvadoreño José Gregorio Rosa.

«Ahora ya es santo, es lo máximo que puede llegar un ser humano, un gozo increíble», agregó.