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Una planta que convierte residuos en energía, la joya ecológica de Dinamarca

Una planta que convierte los residuos en energía es la joya de la corona en la iniciativa de Copenhague, Dinamarca, para convertirse en la primera ciudad del mundo en registrar carbono neutral para el 2025.

En lo alto del edificio Amager Bakke -o «Copenhill» como lo llaman los habitantes locales- se encontrará esta planta que será una de las más avanzadas tecnológicamente del mundo.

Y aunque se espera que miles de visitantes lleguen a este edificio, es poco probable que conozcan las entrañas de esta unidad, ya que ahí también estará la primera pista de esquí de la ciudad, la cual, se espera que abra en otoño.

Pero Copenhill es más que una pista de esquí. Tiene un muro de escalada artificial de 278 pies de altura (poco menos de 85 metros), un restaurante y un bar para después de esquiar rodeado de senderos arbolados.

Y aún hay más: el grueso y geométrico encaje de paneles plateados de aluminio y vidrio tienen también la función de convertir los residuos en energía.

Esta planta podría redefinir la sustentabilidad urbana a nivel mundial.

Es un «objetivo muy ambicioso… pero uno que ya está bien encaminado», comenta a Bloomberg el alcalde Frank Jensen. «Nuestras emisiones de CO2 han disminuido en un 33 por ciento desde el 2005». Cuando esté activa, la nueva planta podrá quemar 35 toneladas de desechos por hora, una cantidad enorme, todo mientras reduce las emisiones en un 99.5 por ciento.

Sin embargo, es solo uno de los muchos proyectos ecológicos de Copenhague. La compañía de servicios públicos más grande de la ciudad, Hofor, está descarbonizando actualmente su central eléctrica Amagerværket, que suministra el 98 por ciento de la calefacción de la capital.

Un próspero programa de ciclismo ha logrado que el 41 por ciento de los habitantes de Copenhague opte por el transporte en dos ruedas, frente al 36 por ciento de 2015. Una prohibición de los automóviles a diésel en toda la ciudad podría ser el siguiente paso.

Aunque la ciudad ya es demasiado ecológica para su propio bien. Gracias a modernos programas de reciclaje, no hay suficiente basura en toda Dinamarca para llenar sus 28 plantas, incluida Copenhill.

«Tenemos un exceso de capacidad para incineración y las regulaciones de la UE dificultan la importación de más residuos de otras ciudades», dice Jensen. Lo que plantea la pregunta: ¿por qué molestarse en lo absoluto en construir Copenhill?

Según Jorgen Abildgaard, director ejecutivo de proyectos climáticos de Copenhague, alcanzar los logros necesarios en eficiencia requería una estructura sobredimensionada.

Para alcanzar su objetivo de 2025, Copenhague debe eliminar 928 mil toneladas de dióxido de carbono de la atmósfera; Amager Bakke espera que la planta elimine 33 mil toneladas.

Gracias a la filtración catalítica de vanguardia que nunca antes se ha usado en Dinamarca, la incineración es casi libre de contaminación. En otras plantas, el humo de la misma cantidad de basura sería tóxico. Pero toda esa tecnología requiere espacio y ese espacio vino con un precio igualmente grande: 660 millones de dólares.

De modo que la ciudad se está volcando hacia el turismo, que aporta más de 6 mil 500 millones de dólares al año, para que la planta sea económicamente viable.

Fuente: Bloomberg

Esa es una de las razones de su ubicación central, dentro de los límites de la ciudad. Si su línea de pescar fuera suficientemente fuerte, la podría colgar del puerto de Copenhill y llegar al teatro de la ópera. Además está a solo 13 minutos del aeropuerto, por lo que es imperdible, incluso para los visitantes primerizos.

Viena logró una hazaña similar con su planta Spittelau, creada en 1992 por el «arquitecto ecológico» Friedensreich Hundertwasser como un colorido, extraño e imaginativo punto de referencia. Atrae a más de 100 mil visitantes cada año a su centro educativo «mundo de la energía».

Pero Copenhill aspira a más. Desde lo alto de la ladera, con sus amplias vistas de la ciudad y el mar, la usualmente adormilada práctica de la conciencia ambiental adquiere una sutil emoción, que tal vez sea un reflejo del propio reconocido arquitecto Bjarke Ingels: es tan apasionado por la sustentabilidad como por el snowboard. Aquí, el aire es limpio y vivificante a medida que un enorme laberinto de tubos de metal plateado brillante, compresores, ventiladores y válvulas hacen lo que hacen, convirtiendo oleadas de vapor blanco en energía limpia más abajo.

La mayoría de los visitantes nunca verán las entrañas del complejo. Serán bienvenidos en un lobby minimalista y prístinamente limpio, donde se instalarán un muro de escalada y dos ascensores al aire libre para llevar a los visitantes a la pista -por alrededor de 20 dólares por hora- donde recorrer una pendiente de 590 pies antes de reabastecerse en el bar interior con una cerveza fría de Carlsberg y «tapas danesas».

Christian Ingels, el primo de Bjarke, dirigirá Copenhill con un espíritu similar. Su objetivo es atraer a 300 mil visitantes por año al lugar, incluidos aproximadamente 65 mil esquiadores cortejados por la novedad de una montaña en un país que por lo demás es plano.