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‘Aniara’: Filmin estrena una epopeya de ciencia-ficción con elementos de ‘Solaris’ y mensaje devastador

No es la primera vez que una película se centra en la tripulación de una nave como un microcosmos que contempla, en todo o en parte, a distintas capas de la sociedad. Por ejemplo, los tripulantes del Nostromo en ‘Alien‘ no solo tenían que vérselas con un alienígena, sino con sus propios conflictos de clase. La tripulación de la Enterprise en ‘Star Trek‘ siempre ha sido diversa y de distintas razas porque Gene Roddenberry quería reflejar la riqueza y variedad de la humanidad. Y en ‘Aniara’, la gente a bordo de una nave a la deriva simboliza los vicios y las carencias de nuestra especie.

Esta coproducción entre Noruega y Dinamarca que estrena Filmin usa, en una tradición muy literaria de la ciencia-ficción, un largo viaje espacial como metáfora de los problemas emocionales y físicos de los seres humanos, esta forma de vida nuestra, muy aventurera y con más arrojo que sentido común. Un microcosmos absolutamente sobrepasado por las circunstancias y por el avasallador peso de la naturaleza (en términos cósmicos), en una peripecia que no deja demasiado espacio para la esperanza.

Donde nadie antes ha llegado… y más allá

Nos encontramos a bordo de la Aniara, una nave espacial de lujo que lleva a pasajeros desde la Tierra, planeta sumido en el caos debido a la catástrofe climática, a Marte, donde están las colonias. Una mujer (Emelie Garbers) a la que conoceremos solo por su función a bordo, se encarga de gestionar a Mima, una inteligencia artificial que evoca experiencias terrestres en sus usuarios, sumiéndoles en una especie de trance donde no distinguen la realidad de las visiones.

En su primera semana de viaje, la nave sufre un accidente que obliga al capitán a desprenderse de todo el combustible que la mueve, para evitar que el inmenso navío estalle. A la deriva, el capitán asegura que podrán aprovecha la fuerza gravitatoria de un planeta cercano para poder recuperar su curso, una maniobra que les llevará dos años efectuar. Comienza un encierro cuyos límites no están del todo claros.

Aniara

Es una historia de tintes ciertamente literarios: resulta inevitable pensar en ‘Solaris’, el clásico de Stanislaw Lem, si bien no por ningún elemento argumental claro, pero sí por el tema de las visiones como vía de escape de la asfixiante nave. Esta vez no hay ningún planeta sentiente que las genere, sino una IA que literalmente se ve afectada por la sobreexposición a la perturbadora psique humana. En cualquier caso, hay una raíz literaria en ‘Aniara’: un épico poema de ciencia-ficción escrito en 1956 por Harry Martinson, autor sueco ganador del premio Nobel en 1974, venciendo a favoritos de la talla de Graham Greene, Saul Bellow y Vladimir Nabokov.

Martinson, de convicciones políticas fuertemente proletarias, rubricó con ‘Aniara’ su obra más sofisticada y conocida fuera de sus fronteras, aunque no fue un autor especializado en ciencia-ficción. El largo poema cuenta a través de 103 cantos la tragedia de esta nave expulsada del sistema solar y eternamente a la deriva, y usa abundantes neologismos para encontrar aliento poético en conceptos de física avanzada como la Teoría de la Relatividad de Einstein. Si te interesa, fue traducido al castellano recientemente por la editorial Gallo Nero.

El espacio está muy frío porque nunca hace calor

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Pella Kågerman y Hugo Lilja son los guionistas y directores debutantes que en 2018 se atrevieron con esta ambiciosa adaptación, que moderniza con gusto y sentido de la perspectiva parte de la obra original. Entre los cambios, la nave pasa a ser una especie de gran centro comercial lleno de ofertas de entretenimiento -inicialmente la IA de las visiones es una de ellas-. Aunque la película no entra nunca en la sátira específica (y hace bien, para no perder cierto elemento de abstracción y el tono deprimente), es fácil relacionarla con la segunda mitad de ‘Wall-E‘, donde los humanos han renunciado al planeta a cambio de entretenimiento y molicie.

Ese es quizás el gran valor de la película: gracias a la empatía que despierta la protagonista, que es una pieza más del inhumano engranaje de la máquina, pero a la vez capaz de sentir y emocionarse, fallar a veces a quienes tiene cerca y seguir adelante sin desfallecer, la película no es una sucesión de ideas abstractas, sino una odisea más cercana. A través de esta protagonista veremos cómo la situación, más y más desesperada (aunque evoluciona a una velocidad tan lenta que nadie es capaz de darse cuenta), modifica el comportamiento y la ética de los tripulantes.

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Veremos brotar cultos extraños en la nave, cuando el equilibrio entre lo físico y lo espiritual sea un abismo insalvable, veremos cómo se caen las máscaras y los poderosos abusan de su poder para mantener el orden y el control, y veremos cómo nacen y crecen niños en la nave. Y a diferencia de una película de ciencia-ficción al uso, que apostaría todas sus cartas a la esperanza en el futuro, aquí el tono es constantemente amargo y desolador. Es como si el espíritu pesimista que exhibe desde el primer momento la astrónoma de la nave, perpetuamente en estado de embriaguez porque tampoco es que haya muchas más salidas que ahogar las penas, empapara cada fotograma del film.

‘Aniara’ es una película de lenta digestión pero que deja un poso incómodo y demoledor en el espectador. Los momentos en los que parece apuntar cierta esperanza en el futuro, en encontrar amor y compañía de otros semejantes, son instantes desintegrados por las circunstancias. Y el mejor momento de humor de la película es el que convierte a la especie humana en su totalidad en un chiste. Una película no precisamente adecuada para todos los estados de ánimo, pero que construye un retrato afilado y sin piedad de las limitaciones con las que nosotros mismos nos cortamos las alas. Y en el frío espacio exterior, aún más.