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‘Come True (Se hacen realidad)’: la ciencia del sueño -y las pesadillas- sostiene uno de los thrillers más bellos y aterradores del año

‘Come True’ forma parte de esa estirpe de películas que no quieren darle nada hecho al espectador. Enigma tras enigma tras enigma, lanzan imágenes y giros argumentales a veces sin demasiado sentido aparente, para dejar una sensación final de «¿han estado toreándome o he visto una propuesta realmente sólida?». ‘Come True’ (que puedes ver en Filmin y Movistar+) juega a eso, pero con la ventaja de que, aisladas, sus imágenes son arrebatadoramente siniestras y sostienen por sí solas el espectáculo.

‘Come True’ basa su temática en el dúctil mundo de los sueños, cogiendo ideas de aquí y allí para plantear una atmósfera opresiva e intangible, y donde se dan cita elementos extirpados de lo que sabemos sobre temas en los que la ciencia aún se adentra con precaución, como los sueños lúcidos o la parálisis del sueño. Y luego lo arroja a una batidora en la que entran guiños a temas tan diversos como los arquetipos jungianos, George A. Romero o ‘El resplandor’, entre muchas otras cuestiones.

El resultado es un batiburrillo de impactos sensoriales adornado con imágenes pesadillescas que parecen salidas de una versión suavizada de los parajes del pintor polaco Zdzislaw Beksinski (que ya inspiró recientemente y de forma mucho más directa los tenebrosos entornos del videojuego ‘The Medium‘). Estas escenas de pesadilla, solemnes travellings por entornos inmensos, vacíos y poblados por criaturas oscuras y expectantes marcan el ritmo del film, que se construye en torno a estos sueños misteriosos.

La justificación argumental para estas visiones infernales pasa por una chica, Sarah (Julia Sarah Stone, auténtico descubrimiento juvenil del film), que se ha escapado de casa y duerme donde puede, en la calle o en casa de una amiga. Para asegurarse un lugar donde pasar las noches, acepta someterse a unos estudios sobre el sueño, donde gracias a una tecnología insólitam, los científicos que dirigen el tratamiento pueden visualizar en pantallas las pesadillas de sus pacientes. Pero poco a poco, las terribles formas que Sarah ve en sueños comienzan a adquirir una presencia corpórea.

El fragor de los sueños

Lo que hace especial a ‘Come True’, una película cuyo punto de partida no es especialmente original (desde clásicos del terror onírico como ‘Pesadilla en Elm Street’ o ‘Phantasm’ a visiones más recientes del género como ‘It Follows’), es su atmósfera eternamente somnolienta. Sarah tiene dificultades para dormir, y eso hace que todo lo veamos sumergido en una luz de amanecer, que las reacciones sean lentas y las conversaciones se queden colgadas entre puntos suspensivos. La sensación de que Sarah está continuamente dormida o a punto de dejarse vencer por el sueño otorga a sus días y sus noches una sensación de indefensión muy particular.

Porque ‘Come True’ es una película de atmósferas: la de Sarah deambulando por zonas residenciales semiabandonadas, durmiéndose en clase o colándose en su casa para ducharse y robar algo de comida cuando su madre se va a trabajar; y también la de esas pesadillas horrendas, llenas de simbología de entrada al Hades, que cuajan en monitores monocromo, llenos de interferencias, donde toman forma los sueños ajenos a base de puntos que se agrupan de modo aparentemente arbitrario.

Esos monitores, como el resto de la tecnología de la película, son por una parte la clave para desentrañar un secreto argumental que no conoceremos hasta literalmente la última secuencia -y aún así todo quedará en un terreno bastante críptico-. Y por otra, mera estética de videoclip de synthwave, pero que hace mucho por la atmósfera del relato: pantallas de vigilancia y ordenadores con sistemas operativos retro, salas de control imposibles, filosofía de VHS, iluminación fosforescente… la nostalgia por un cine de terror y de ciencia-ficción que en realidad nunca existió cuaja de forma estupenda en una película que es, ante todo, un auténtico disfrute sensorial.

A la altura de su tramo final la película ha levantado tantos enigmas que los soluciona con cierta dificultad, y el requiebro final posiblemente no dejará satisfechos a todos los espectadores. Es una huída hacia adelante algo tramposa, pero que desde luego justifica buena parte de las elecciones estéticas que hemos visto en el metraje. Bajo mi punto de vista, el descenso de rigor argumental en su conclusión es lo de menos: hasta llegar ahí la inmersión en zonas brutalmente tenebrosas del subconsciente es de tal intensidad que el viaje vale la pena. Aunque sea solo para dejarse llevar por la surreal textura de las pesadillas…