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‘De amor y monstruos’: llega a Netflix una simpática comedia que demuestra que con romanticismo, el apocalipsis es más llevadero

El fin del mundo se ha convertido en un tópico de la ciencia-ficción de tal envergadura que -como los viajes en el tiempo y las invasiones extraterrestres- ya ha sido reciclado con todos los tonos posibles. De la tragedia reflexiva (‘La carretera’) a la aventura de acción bombástica (‘Mad Max: Fury Road’), pasando por el drama con mensaje (‘Hijos de los hombres’) o, cómo no, la comedia con variadas dosis de romanticismo.

Por ejemplo, en ‘Bienvenidos a Zombieland’, el apocalipsis zombie y todos sus tópicos, robados a ‘The Walking Dead’ y otros clásicos modernos del género, se ven acompañados de la parodia de las convenciones del fin de mundo (asalto de comercios, desconcierto ante la pérdida de valor de lo material). Una leve trama romántica se adueña del argumento en el último tramo, en un curioso contrapunto a ‘Monsters’, una aventura mucho más emocional con kaijus destrozando la civilización en segundo plano, mientras los amantes pasan al primero.

‘De amor y monstruos’, que acaba de aterrizar en Netflix, combina elementos de ambas: pasa lo emocional a primer plano, con monstruos y acción como complemento de la historia, pero nunca olvida la comedia y el tono ligero. En este caso, un chaval perdidamente enamorado de la que era su novia antes del desastre decide hacer un peligroso viaje de una semana a pie por un terreno lleno de monstruos para reencontrarse con ella. Por el camino, cómo no, aprenderá sobre sí mismo y sobre el mundo que le rodea y se convertirá en un auténtico héroe.

Nada nuevo aquí, y esa es su principal virtud: ‘De amor y monstruos’ abraza el tópico, y lo hace con mucha gracia. Un héroe torpe y de buen corazón, pero que gracias a la estupenda interpretación de Dylan O’Brien (que ya plantó frente a una distopía en ‘El corredor del laberinto’) consigue sin dificultad que el espectador empatice con su lamentable epopeya. Esa pieza de la maquinaria es la que consigue que, aunque la mayor parte de la película consista en O’Brien deambulando con un perro por parajes desiertos, la película se sostenga perfectamente.

Risas y desastres

‘De amor y monstruos’ puede ser una chorrada, pero sabe tomarse muy en serio su propia ficción. Los monstruos están espléndidamente diseñados, en una mezcla de fantasía infantil de bicho gigante y pesadilla mutante muy resultona. Y se ven en pantalla como si fueran muppets gigantes, que es como deben ser siempre los monstruos gigantes, pese a estar animados por ordenador. Los encuentros del protagonista con la salamandra de los pantanos, el inevitable jefe final o la sensacional avispa subterránea son de los que quedan en la memoria una vez finaliza la película.

La chicha dramática del film no es muy consistente, pero se sostiene gracias a la tremenda ingenuidad del protagonista, que corre a reencontrarse con su amor de juventud después de siete años sin verla, y con un apocalipsis por medio. Su entusiasmo es contagioso, como lo es su pánico al peligro y su sincero cariño por el amigo de cuatro patas que hace por el camino. Todo gracias a un buen guión de Brian Duffield, a quien le debemos piezas fantásticas recientes de culto como ‘The Babysitter’ o ‘Underwater’.

Aunque los engranajes de la película estén engrasados con tópicos, el espléndido plantel de secundarios funciona a la perfección, y dotan de tridimensionalidad a la aventura. Los mejores son los dos nómadas experimentados interpretados por Michael Rooker y Ariana Greenblatt (curiosamente, los hemos visto recientemente en el Universo Marvel dando vida a Yondu y la Gamora niña), que interaccionan de forma hilarante y emotiva con el protagonista.

‘De amor y monstruos’ es una película a la que es fácil querer: sus personajes enamoran rápidamente, rebosa acción y buenos chistes, y plantea un mensaje optimista y de buen rollo. Porque el post-apocalipsis no tiene que ser siempre mugre, malas pulgas y nubes de polvo. A veces, lo contrario es lo realmente difícil de contar, y vale la pena que haya películas que lo intenten.