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El hongo de ‘The Last of Us’ no causaría un holocausto zombie, pero la ciencia tiene claro que no hace falta

«Sí, esa es la reacción habitual. Los hongos parecen inofensivos, pero muchas especies saben que no. Porque hay algunos hongos que lo que buscan no es matar. Más bien controlar. Contésteme: ¿de dónde se saca el LSD? Proviene del ergot, un hongo, como ocurre con la psilocibina. Los virus pueden hacernos enfermar, pero los hongos pueden alterar nuestra mente.

Hay un hongo que infecta a los insectos. Supongamos que infecta a una hormiga. Viaja por su sistema circulatorio hasta su cerebro y lo inunda de alucinógenos doblegando así la voluntad de la hormiga. El hongo empieza a dictar el comportamiento del insecto. Le dice a donde ir y qué hacer, como un titiritero con su marioneta. Y aún hay más: el hongo necesita alimentarse para sobrevivir, así que empieza a devorar al huésped desde dentro reemplazando la carne de la hormiga por la suya. Pero no deja morir a su víctima, no. Se preocupa por mantenerla con vida». Al menos, si a eso podemos llamarlo vida. Bienvenidos a la ciencia de ‘The Last of Us‘.

Las palabras no son nuestras. Así es cómo empieza la adaptación a serie de uno de los videojuegos más icónicos de los últimos años, ‘The Last of Us’. Una serie que, además, lleva semanas en boca de todos. Y no es para menos porque el planteamiento (esa vuelta de tuerca del fenómeno zombi) es muy interesante. Aunque sea tan solo por «estar inspirado en hechos reales».

¿Hechos reales? ¿Los hongos pueden hacer esas cosas?

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Imagen | David P. Hughes

No en humanos, evidentemente: pero sí podríamos decir que está inspirada en la naturaleza. A priori, las premisas de la serie y el videojuego no son idénticas (por cuestiones tanto científicas como argumentales), pero sí que se parecen mucho. A principios de los años 2000, la BBC emitió un documental llamado ‘Planet Earth’ en el que se hablaba justamente de hormigas zombies. Fue uno de los elementos que ayudaron a popularizar en el imaginario público los ophiocordyceps.

Y es que sí, el hongo que origina la epidemia de ‘The Last of Usestá inspirado en una familia de 400 ó 500 especies distintas de hongos parasitarios. En concreto, el Ophiocordyceps unilateralis. Un hongo que, cuando entra en las hormigas, va creciendo hasta alcanzar el cerebro y tomar el control de la hormiga. Estos hongos se las apañan para «conducir» a las víctimas hacia ciertas plantas donde cerrarán sus mandíbulas contra el tallo y morirán. En ese momento, el hongo crece a su alrededor y se convierten en propagadores de esporas. Hasta el punto que pueden acabar fácilmente con colonias enteras.

No es un caso aislado. Los caracoles que son invadidos por el Leucocloridium paradoxum sufren una horrible transformación física que les modifica los ojos y que tiene como resultado que los parásitos toman el control del cuerpo para exponerlo al sol y ser una presa fácil para los pájaros. Es gracias a eso, al crecer dentro del pájaro y al ser expulsado por el ave, que puede repetir su ciclo de vida.

Como digo, hay más; pero seguramente esos son los más conocidos. Y los que más se usan para hablar de la ‘ciencia’ de los zombies. Afortunadamente, cuando hablamos de seres humanos la cosa se vuelve más compleja y eso que llevamos siglos pensando que podían hacer con nosotros lo que quisieran.

Epidemias de baile, risa o desmayos

‘Baile de casamiento’ (1568), de Pieter Brueghel el Viejo

A mediados de julio de 1518, una señora llamada Troffea se paró en mitad de una calle de Estrasburgo y comenzó a bailar. Sin atender a razones, sin explicar nada: bailó, bailó y bailó sin parar. Y lo que es peor, no solo fue ella. Al final de la semana, otras 34 personas se le habían unido y, al final del mes, había 400 personas bailando en la ciudad.

La epidemia de baile de Estrasburgo mató a unas 15 personas por infartos, ataques o simple extenuación. A 15 personas al día. «Hay decenas de anotaciones médicas, sermones dominicales, crónicas regionales y actas municipales sobre el asunto», pero durante siglos nadie supo exactamente qué había pasado. Ni allí, ni en Cölbigk (Sajonia) en 1021 donde 18 personas comenzaron a bailar el día de Nochebuena; ni en Erfurt en 1247, ni en Maastricht poco después. Todo el siglo XVI, está lleno de casos en Suiza, Francia, Países Bajos y el Sacro Imperio Romano.

Las teorías más racionales siempre han tenido en el punto de vista a un hongo: el cornezuelo. En aquella época, este hongo contaminaba el centeno con mucha facilidad y provocaba el conocido «ergotismo» (o ‘Fuego de San Antonio‘). Como explicábamos hace unos años, dado que a partir del Cornezuelo se sintetiza el LSD, parece lógico que un brote de ergotismo (una partida de pan en mal estado) pudiera originar este tipo de epidemias.

El problema es que las sustancias químicas del cornezuelo podrían causar convulsiones y alucinaciones, pero no parece probable que puedan hacer que cientos de personas bailen durante días hasta llevarlos a la muerte. Además, ese tipo de «epidemias de conductas raras» no es exclusivo de la Edad Media. El 30 de enero de 1962, tres niñas empezaron a reír en un pueblecito del lago Tanganica y, en poco tiempo, 95 chavales de la misma escuela reían a carcajadas. Lo hicieron durante 16 días y originaron una epidemia que causó más de mil casos y catorce escuelas cerradas. En Cisjordania en 1983 hubo una epidemia de desmayos que acabó con 943 hospitalizaciones sin motivo alguno. O mejor dicho, sin que encontráramos un motivo claro.

¿Es posible una ‘epidemia zombie’?

Está claro que no, no hay ningún hongo capaz de destruir el mundo y convertir nuestras vidas en un escenario de ‘The Last of Us’. Pero si lo pensamos un momento, la pregunta está encima de la mesa: en la medida en que no entendemos muy bien qué pasó en esos sucesos… ¿y si, en vez de bailar, reír o desmayarse, a la gente le da por matar a otras personas? ¿Y si les da por comerse sus sesos? ¿Estaríamos ante una verdadera epidemia ‘zombie’?

Parece que nos estamos alejando de la ciencia de ‘The last of Us’, pero en realidad no. Nos estamos acercando a la verdadera posibilidad de un evento extraño. Sobre todo, porque incide en uno de los temas más desconocidos de la medicina y la psicología contemporáneas: lo que en palabras de John Waller, profesor de Historia de la Universidad Estatal de Michigan, podríamos denominar «histerias colectivas»: cómo, haya o no haya una epidemia de por medio, los seres humanos tenemos mecanismos más que suficientes para volvernos locos, hacer cosas extrañísimas y seguir adelante como si nada hubiera pasado. Vamos, lo realmente central de ‘The Last of Us’: cómo nos enfrentamos a lo que realmente somos.