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El mito de que no se te dan bien las matemáticas: la neurociencia lucha por acabar con una de las ideas más extendidas del mundo

“La idea de que a algunos se nos dan bien las matemáticas y a otros no es un mito que impregna la sociedad occidental”. Así, sin medias tintas lo explica Jo Boaler, especialista en educación matemática de la Universidad de Stanford. Ella y su equipo de investigación llevan años sorprendido sobre cómo es posible que la idea de que hay «gente de ciencias» y «gente de letras» está tan extendida. Sobre todo, porque no es verdad.

La realidad, nos dice Boaler, es que «la neurociencia […] muestra que las matemáticas son un tema como todos los demás: se aprende con trabajo duro y práctica”. No se trata de negar las diferencias individuales, sencillamente se trata de darnos cuenta de que las principales barreras que nos separan de las matemáticas (o del pensamiento abstracto en general) nos las ponemos nosotros mismos.

Odiar las matemáticas sobre todas las cosas

La idea central de Boaler tampoco no es nueva. En su famosa charla TED ya defendía que «lo que creemos sobre nosotros mismos tiene un gran impacto sobre lo que aprendemos y sobre cómo lo aprendemos». Más allá de las polémicas de los últimos años, esto es algo que sobre lo que hay bastante consenso entre psicólogos y educadores. La cuestión ahora era saber qué definía las creencias sobre nosotros mismos.

En general, los seres humanos somos bastante buenos estimando cosas. Por ejemplo, el peso percibido de las personas se corresponde con sorprendente precisión con el peso real de las personas (y eso que podría haber tendencias al autoengaño). También somos buenos estimando el consumo de sal incluso cuando no tenemos información directa sobre la cantidad de sal que tienen los productos que consumimos según una investigación en la que yo mismo estoy colaborando. Visto esto, lo lógico sería pensar que la gente que piensa que «lo suyo no son las matemáticas» tienen buenas razones para pensarlo.

Así es, de hecho. La mayor parte de personas que piensan que son malos en matemáticas, son malos en matemáticas. Sin embargo, Boaler sostiene que eso es producto de una profecía autocumplida. No es que haya muchos adultos que odien las matemáticas porque se les dan mal, es que se les dan mal porque las odian.

Va más allá. Según su teoría, son los padres y los maestros con «ansiedad matemática» los que acaban transmitiendo esos sentimientos a sus hijos y estudiantes. Luego, esa ansiedad y ese mal rollo se encargan del resto. hay investigaciones que analizan el papel de los padres en esto (y descartan el origen genético).

Por decirlo de otra manera, Boaler piensa que las personas acaban convenciéndose de que no pueden con ello, de que las matemáticas son superiores a sus fuerzas y eso las saca del juego. Por eso, en su último estudio, Boaler analiza qué pasa cuando los maestros se enfrentan finalmente a los miedos de los alumnos.

Contra los prejuicios e ideas preconcebidas

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El equipo de Boaler diseñó una intervención educativa que no solo desmontaba la idea de que existen “persona de ciencias” de forma innata, sino que daba instrumentos efectivos a los profesores para enseñar matemáticas y reducir la ansiedad de sus alumnos ante ellas.

Consiguieron que unos cuarenta profesores aplicaran esta metodología en clase y, posteriormente, entrevistaron tanto a maestros como a alumnos y compararon los resultados de los exámenes oficiales. Estos mismos resultados mostraban que el método parecía efectivo.

Según las estimaciones del equipo, los estudiantes que aprendían sin ideas preconcebidas sobre su capacidad adelantaban al resto de estudiantes. Los resultados muestran un adelanto de tres meses y medio con respecto a la media. Y, en el caso de los estudiantes más retrasados y clases de refuerzo, ese adelanto podía llegar a cinco meses.

No hay duda de que el estudio es pequeño y que esta lógica, llevada al extremo, puede acabar generando más problemas de los que soluciona. Pero esto ocurre, normalmente, porque no nos tomamos en serio la educación. Nos parecería una barbaridad que los médicos usaran métodos no avalados científicamente, pero nos parece normal que lo hagan los profesores. De ahí que estemos casi a oscuras en una de las tareas más importantes de una sociedad, la educación.