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Los fracasos (y la única victoria) de la Cumbre de Madrid, explicados: así está la lucha contra el cambio climático en 2019

Más de 20.000 asistentes, 113.000 metros cuadrados de pabellones y salas de conferencias, 50 millones de euros y unas 65.000 toneladas de CO2 después la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático se cerró ayer en Madrid dejando una sensación generalizada de fracaso.

El mismo secretario general de la ONU, António Gutierres, decía ayer que estaba profundamente «decepcionado con los resultados». Y es curioso porque los acuerdos de la cumbre «subraya la urgencia de una mayor ambición para asegurar los mayores esfuerzos» de cara a 2020. ¿Exactamente qué ha ha pasado en Madrid y qué significa para la lucha contra el cambio climático?

La Cumbre de Partes más larga de la historia

Tras reiterados aplazamientos y dos días después de lo previsto, la que ya ha sido la cumbre más larga que hemos tenido conseguía llegar a un acuerdo. Y, aún así se ha alcanzado in extremis, en mitad de un bronco debate con Brasil por los dos últimos párrafos que quedaban por consensuar. Eran dos párrafos sobre los océanos y uso de tierras.

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La presidencia chilena llegó a pedir a Teresa Ribera, la ministra española para la Transición Ecológica, que actuara como facilitadora de un acuerdo que parecía que no iba a llegar nunca. El acuerdo finalmente se alcanzó dejando de lado cosas muy importantes como la regulación de los mercados de carbono y enterrando definitivamente la posibilidad de que la COP hiciera suyas las propuestas del IPCC.

Es decir, la Cumbre llegado al acuerdo que las partes tienen que «ser más ambiciosos» a partir de 2020 y que van a cumplir los acuerdos de París, pero la letra pequeña deja tras de sí un reguero de dudas, incógnitas e incertidumbres que convierten a los textos finales en el equivalente climático a una larguísima «carta a los Reyes Magos». El problema es que, a estas alturas del siglo XIX, los países de la COP25 ya no tienen padres.

El conflicto entre las expectativas y la realidad

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Sin embargo, sería injusto ser tan críticos con los acuerdos sin tener en cuenta el contexto general en el que se ha desarrollado la Cumbre. De hecho, si nos vamos al artículo que publicamos hace unas semanas sobre qué podíamos esperar de la COP, veremos que ha sido casi un guión de lo que nos hemos encontrado.

Antes de que comenzara la Cumbre ya teníamos encima de la mesa la oposición de Brasil, la incomparecencia de Londres que, como organizadora de la COP26, debería de haber «facilitado» el acuerdo, los problemas de la Unión Europea con una Comisión recién llegada y sin capacidad para llegar a una posición común, la ausencia de EEUU, la presencia ambigua de China, las presiones de los grupos ecologistas por un lado y la de los países en vías de desarrollo por el otro.

Y, sobre todo, la sensación generalizada de que en esta cumbre no se estaba jugando nada importante. Es más, la sensación clara de que lo predominante iba a ser la escenificación de todas las partes. El único objetivo realista de las negociaciones era conseguir que «el año que viene los países sean más ambiciosos». Y, como era de esperar, eso es exactamente lo que hemos conseguido: un compromiso; aguado y descafeinado, pero un compromiso.

A estas alturas del partido, los que de verdad tienen un problema son los que vendieron esta reunión como «la cumbre de la ambición». Aún y con todo, hace dos semanas también decíamos que habría que «mirar los documentos más técnicos y los movimientos estratégicos» para medir el éxito o el fracaso de la jugada y ahí sí hay que reconocer que el panorama no es demasiado alentador.

¿Y ahora qué?

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Aunque los acuerdos tienen alguna buena noticia (como el avance de las medidas para ayudar a los países más vulnerables a las consecuencias del cambio climático), lo cierto es que la mayor parte de los temas técnicos se han tenido que dejar de lado por la imposibilidad de llegar a un acuerdo. El más significativo, sin lugar a dudas, es el asunto de los mercados de carbono que ha permitido ver la grieta existente entre los que apuestan por modelos transparentes y los que no quieren oír hablar de regulaciones duras.

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No obstante, entre los pliegues de la COP ha emergido un tema esencial que normalmente se olvida cuando hablamos de reducción de emisiones: la tecnología. Durante las charlas y las negociaciones se ha hecho evidente que incluso los escenarios de reducciones más optimistas se basan en una tecnología de fijación de carbono que sencillamente no tenemos.

En este sentido, queda mucho trabajo de cara a la COP 26 de Glasgow, pero ante un escenario de bloqueo internacional como el que parece presagiar esta cumbre, la verdadera vía de lo países que quieren apostar por combatir el cambio climático parece ser el I+D. Está claro que no podemos esperar que la tecnología soluciones todos nuestros problemas, pero lo que parece claro que sin tecnología esas soluciones (sean las que sean) no van a llegar.

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