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Los frenos de los coches son casi tan contaminantes como los motores de combustión. Y no sabemos cómo arreglarlo

La norma Euro 7 definirá los nuevos límites de emisiones permitidos para los futuros vehículos en la Unión Europea. Hasta ahora, todas las miradas se han centrado en los vehículos de combustión pero hay un protagonista inesperado: los frenos de disco.


Euro 7. Con cada normativa europea de emisiones para vehículos, las restricciones a las mismas son más severas. Estas normativas son las mismas que utiliza la DGT para clasificar los vehículos según pegatinas medioambientales y que, también, utilizan (y utilizarán) los ayuntamientos en sus zonas de bajas emisiones (ZBE).

De momento, no se han definido los límites máximos definitivos para los automóviles con motores de combustión pero se espera que, en la práctica, la nueva norma suponga el fin de los vehículos no electrificados. Los márgenes que se manejan, se habla de pasar de los 80 mg/km y 60 mg/km de NOx de los diésel y gasolina, respectivamente, a unos máximos de 30 mg/km y 10 mg/km. Unas cifras inalcanzables para un vehículo movido exclusivamente por un motor de combustión.

No solo el tubo de escape. Cuando se contempla la contaminación por cada vehículo fabricado, no sólo se hace referencia al combustible o energía consumida durante su vida útil. Los vehículos eléctricos, por ejemplo, son más contaminantes durante su fabricación, especialmente lastrados por sus baterías. Y a esto hay que sumar los grandes mazos de cables, los materiales que recubren el habitáculo o los neumáticos.

Invisible. Entre esta contaminación «invisible» y a la que no se le suele prestar mucha atención se encuentra el polvo que sueltan los discos de freno. De hecho, entre los documentos oficiales para impulsar la futura norma Euro 7 se especifica que la Unión Europea busca «limitar la emisiones de PM2.5 y nanopartículas de todo tipo de motores de combustión y de frenos en vehículos convencionales y eléctricos».

Con cada frenada, los automóviles emiten unas pequeñas partículas que hacen referencia a las «emisiones PM2.5». Éstas son las de menor tamaño y pueden alcanzar penetrar profundamente en los pulmones e ingresar al torrente sanguíneo, causando impactos cardiovasculares, cerebrovasculares (derrame cerebral) y respiratorios, además de contaminar tierras y aguas. De hecho, la OMS asegura que el 99% de la población mundial respira aire que excede los límites de calidad recomendados por la organización.

Objetivos. Según el Instituto Nacional de Ciencias Aplicadas de Lyon, las pastillas de freno provocan cada año 20.000 toneladas de polvo en suspensión, de las cuales 9.000 toneladas quedan en suspensión en la atmósfera.

La apuesta de CLOVE (Consorcio para las Emisiones Ultrabajas de los Vehículos, por sus siglas en inglés), que sirve de asesoramiento para la futura norma Euro 7, es que las emisiones contaminantes de los frenos se reduzcan entre un 40 y un 60%. Transport & Environment considera muy insuficiente esta medida y cree que, al menos, es necesario reducir las emisiones contaminantes de los frenos entre un 85 y un 90%.

¿Cómo conseguirlo? El gran reto aquí es conseguir un sistema de frenos menos contaminante y que, al mismo tiempo, obtenga unos resultados igual de buenos que los actuales. La reducción del cobre es clave. De hecho, las marcas llevan años limitando su uso y el objetivo es que desaparezca de los frenos por completo.

Porsche también cuenta con su propio sistema en el que es necesario recubrir el disco de freno con carburo de wolframio. Según sus datos, obtienen frenadas casi tan buenas como con los frenos cerámicos y el desgaste y las emisiones de polvo son un 90% más bajas que los frenos de disco tradicionales. Otra opción, menos imaginativa es, simple y llanamente, colocar un depósito para recoger las partículas desprendidas durante el frenado.

Foto | Benjamin Brunner