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Mientras todos pensamos en placas solares y molinos de viento, Alemania se prepara para apostar fuerte por el hidrógeno

Siemens anunció en julio que está construyendo su mayor hub de investigación en hidrógeno en la ciudad Görlitz, al este de la Sajonia alemana. EON ha iniciado un proyecto piloto para aumentar la cantidad de de hidrógeno en el sistema de distribución del gas natural. Las compañías alemanas RWE y Innogy están evaluando la instalación de una enorme fábrica de hidrógeno verde en los Países Bajos. Uniper está desarrollado sistemas para almacenar energía eólica en combustible basado en hidrógeno.

En los últimos meses, una palabra recorre Alemania desde las mesas de los funcionarios a los consejos de administración de las grandes empresas: hidrógeno. Pero ha sido en las últimas tres semanas cuando el Gobierno federal ha impulsado 20 laboratorios sobre este combustible, cuando ha quedado claro que el hidrógeno ha dejado de ser solo una gran promesa para romper con la enorme dependencia alemana del carbón y se ha convertido en una apuesta clave.

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El gran fracaso energético alemán. Tras casi dos décadas de transición energética, la famosa Energiewende, Alemania sigue quemando carbón como si no hubiera un mañana. Aún hoy, las distintas variedades del carbón siguen estando por encima del 40% y, solo ellas, representan casi un tercio de las emisiones del país. Que el país que donde nació el ecologismo político sea, cincuenta años después, uno de los países que más emisiones generan es una losa que ningún gobierno ha sido capaz de quitarse de encima.

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Por eso, mientras las grandes empresas alemanas toman posiciones para conseguir parar el cada vez más inminente apagón nuclear, el Gobierno busca desesperadamente alternativas que permitan «descarbonizar» la economía del país sin entregar la cuestión atómica a un partido verde que, además de ser su principal detractor, está creciendo con una fuerza nunca vista por todo el país.

Y la respuesta está en el hidrógeno. Primero porque libera solo agua cuando se quema y, en este sentido, es muchísimo más limpio que el carbón, el petróleo o el gas; y segundo porque Alemania ya que una infraestructura de distribución gas que puede transportar y almacenar grandes cantidades de combustible. En este sentido, la asociación nacional de distribuidoras lleva años pidiendo que el gas natural lleve una parte obligatoria de gases renovables y limpios hasta alcanzar un 10% en 2030.

En espera de una decisión Y es que, como otros países como Japón, China o Gran Bretaña, Alemania lleva años tonteando con esta tecnología. No sólo tiene instalaciones pioneras, sino que lidera también algunas de las grandes tecnologías aplicadas como el primer tren impulsado por hidrógeno. Pero hubo que esperar hasta julio de este año para que el Ministerio de Economía anunciara oficialmente que su objetivo pasaba por convertir el país en el líder mundial de esta tecnología.

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¿Por qué ahora? Además de como una salida al problema nuclear, lo que ha cambiado es nuestra creciente capacidad para producir y manipular el hidrógeno, un gas caracterizado por su volatilidad y su gusto por el fuego descontrolado. Ahora, el gobierno acaba de anunciar una inversión en I+D de más de 100 millones al año para desarrollar soluciones industriales que aprovechen estas décadas de avances.

Pero por desgracia para Alemania, las tecnologías del hidrógeno van más lento de lo que nos gustaría. La jugada es arriesgada y va en la línea de otros países como Japón (y su apuesta por los coches impulsados con este combustible); sin embargo, tendrá que hacer mucho más si realmente quiere dejar de ser una oveja negra en el corazón de la Unión Europea.

Imagen | Ac Almelor