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Nueva York tiene tantos rascacielos que ahora afronta una crisis existencial: se está hundiendo

Nueva York se hunde. Y no de cualquier forma. La Gran Manzana se hunde en parte bajo el peso del que probablemente sea su mayor motivo de orgullo y seña distintiva: los rascacielos. Quizás resulte una afirmación chocante, pero esa es la conclusión que arroja un nuevo estudio publicado en Earth´s Future tras modelar la geología de la metrópoli estadounidense. Sus autores detallan además el ritmo al que avanza el colapso, y avisan: las torres que los neoyorquinos levantan de forma casi frenética desde el siglo XIX podrían tener un gravoso coste para su futuro.

Sus datos hablan desde luego con claridad.

¿Qué han hecho los investigadores? Responder a varias preguntas tan curiosas como cruciales: ¿Cuánto pesan los edificios de Nueva York? ¿Y cómo afecta ese peso a la propia ciudad? ¿Influye algún otro factor? Lo que han hecho Tom Parsons, del Servicio Geológico de EEUU (USGS), y sus colegas es estudiar la geología de la ciudad y comparar sus datos con los recabados por satélites.

El objetivo: calcular en qué medida el peso de las edificaciones y su presión puede contribuir al «hundimiento» de la ciudad. El análisis es interesante porque —como explican los propios investigadores— el tipo de suelo influye de forma notable en el proceso. Aquellos ricos en arcillas y rellenos artificiales resultan vulnerables; los de naturaleza más elástica se recuperan mejor tras una construcción.

¿Y qué han descubierto? Que Nueva York se hunde. A un ritmo de entre 1 y 2 milímetros por año, para ser precisos. Y eso de media porque en ciertos puntos de la ciudad los científicos concluyeron que la tasa es «significativamente mayor». Lo más interesante en cualquier caso no es el ritmo, sino qué lo provoca: una de las razones con las que asocian esa tendencia son sus enormes construcciones.

«Parte de esa deformación es coherente con la consolidación interna del relleno artificial y otros sedimentos blandos que pueden verse exacerbados por las cargas de construcción recientes, aunque existen muchas casusas posibles», abunda el estudio, que recuerda dos factores: primero, que el fenómeno coincide con un incremento del nivel del mar; segundo, que la ciudad acoge a un importante volumen de población, con más de ocho millones de residentes.

Una cuestión de suelos. El estudio recalca también la importancia de la composición del terreno, que influye a su vez en cómo responde al peso de las edificaciones. Si bien Parsons y sus colegas constatan que «la presión acumulada aplicada al suelo por los grandes edificios contribuye al hundimiento» tanto en un primer momento, tras las obras, como con el paso del tiempo y a medida que la construcción se asienta, las características del terreno influyen de forma notable. «Los resultados dependen de la geología cercana a la superficie, así como del lecho rocoso, que influyen en la gravedad y la longevidad del hundimiento», abundan.

Pero… ¿Cuánto pesan los rascacielos? Mucho. Al margen del ritmo de hundimiento, tal vez el dato más llamativo que arroja el estudio es una estimación de la masa acumulada de más de un millón de edificios repartidos por Nueva York, donde se alzan rascacielos tan emblemáticos como el Empire State o el Crhysler Building. Sus cuentas arrojan un sorprendente valor de 764.000 millones de kilos. En The Guardian han tirado de calculadora para presentar la cifra de una forma manejable y concluyeron que equivale a unos 140 millones de elefantes.

Semejante peso se distribuye a lo largo de un área de alrededor de 778,2 kilómetros cuadrados (km2), superficie que los científicos dividieron luego en cuadrículas de 100×100 m para facilitar el cálculo de la presión superficial. Las estimaciones pueden estar subestimadas porque solo incluyen la masa de los edificios y su contenido, lo que deja fuera infraestructuras relevantes (y pesadas), como las carreteras, aceras, parques, puentes o las vías ferroviarias.

Un toque de atención. El estudio no solo busca resolver incógnitas. Tan o más importante —reconoce Parsons— es azuzar el debate sobre la conveniencia de un modelo más sostenible. «El objetivo es crear conciencia de que cada edificio de gran altura adicional que se construya en entornos costeros, fluviales o lacustres podría contribuir al riesgo de inundaciones en el futuro» reflexiona. El propio informe señala la conveniencia de trazar «estrategias de mitigación».

¿Y cuál es el riesgo? He ahí otra clave. Sobre todo si —incide el informe— se tiene presente que las ciudades costeras se están expandiendo a nivel global. «La combinación de la densificación de la construcción y el aumento del nivel del mar implican un incremento del peligro de inundación», apostilla: «La ciudad afronta a un riesgo de inundación cada vez mayor por la subida del mar, hundimiento y el aumento de la intensidad de las tormentas por causas naturales y antropogénicas».

Tom Parsons y sus colegas son los únicos que han advertido sobre el futuro que podría afrontar Nueva York. En 2017 un estudio respaldado por NOAA ya alertó entre 2054 y 2079 el aumento del nivel del mar podría provocar 165 episodios de inundación, muy por encima de los siete anotados en el período comprendido entre 1979 y 2004 en la Gran Manzana. Su análisis señala además que las inundaciones graves podrían ser tres o cuatro veces más frecuentes.

Imagen de portada: Thomas Habr (Unplash)

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