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¡Albert Rivera es tonto!

Revientan los actos de tu partido; agreden a los militantes de tu formación; te organizan escraches; se burlan e insultan a simpatizantes de tu grupo, y se mofan de sus propuestas, y aun así, como en el caso del Valle de los Caídos para exhumar el cadáver de Francisco Franco, te unes a tus verdugos como muestra de sumisión y cobardía. Te posicionas junto a los asesores del régimen criminal de Venezuela, a los separatistas antiespañoles de la CUP, y, cómo no, a los que han traído de nuevo el odio, la violencia y el revanchismo, de la mano del siniestro Rodríguez Zapatero.

Eres tonto Albert Rivera; más que tonto, cobarde; y más que cobarde, un pelele sin personalidad ¿Qué ganas tú posicionándote del lado de aquellos que si pudieran te pasarían a cuchillo? ¿Qué rédito político piensas obtener por profanar un camposanto católico? ¿Buscas los votos de los musulmanes, los de los podemitas, los de los separatistas de la CUP, o quizás los votos socialistas?

Eres tonto muchacho, tan tonto, que todavía no te has enterado que pese a lo que se vote en esa zahúrda en la que habéis convertido el Parlamento, una gran mayoría de españoles aunque silente, hace muchos años que pasó página sobre aquella guerra entre hermanos ¡Dejad a los muertos que descansen en paz! Eso es lo que pide el pueblo.

A ver si te enteras Albert. El régimen de Francisco Franco ha sido parte de nuestra historia. Lo mismo que Napoleón lo fue para Francia, y sin embargo, nadie ha visto jamás que los galos vayan profanando la tumba de aquel general francés, por el capricho de cualquier necio resentido o psicópata.

Que bien te vendría Albert, un buen asesor con los pies en la Tierra que te explicase de manera pausada y con total sensatez, que hace unos 78 años, un hombre, al que sus propios enemigos y antiguos aduladores llamaron irrepetible, se hizo cargo de una gran empresa política que se llama España. La recogió en la miseria, en alpargatas, y caminando sobre jumento. Rescató a la Patria. Ganó la guerra contra el comunismo liberal y contra la masonería. Y nos devolvió el legítimo orgullo de ser una gran nación. De saber ser, como decía José Antonio, una de las pocas cosas serias que se pueden ser en el mundo.

Ahí está su cadáver, en la Basílica del Valle de los Caídos, bajo la mirada dulce de Cristo, rey en la Cruz, y de los santos del cielo, y bajo el mismo suelo, que guarda los restos mortales de miles de hermanos que envainaron sus espadas y guardaron sus rencores para que reine el perdón, descansa también el cuerpo de José Antonio Primo de Rivera, aquel joven que con su palabra, y sobre todo con el ejemplo de su vida y de su muerte, levantó el estilo de una juventud dispuesta a trabajar duro para levantar y vertebrar la nación, porque aprendieron a ser y sentirse más españoles que nunca.

José L. Román