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Chulería catalana

Coullons, estos fantoches catalanes (los independentistas come mierda, coullons, no los que saben que España es una nación y la respetan), dicen que el «conflicto» está en marcha y no hay quién lo pare.

Eso asegura, al menos, Francécs Homs, un pollo que ha estado poniendo huevos en el Congreso de los Diputados y ciscándose en nosotros, moradores respetuosos mientras los separatistas se mecen-y siguen meciéndose- metiditos entre pajas. Menos mal que el dirigente catalán es bajito y, por lo general, los bajitos no tienen ni media hostia y, en cuanto los amagas, se cagan por las patas abajo.

Francécs está allanando el camino al señor. El señor es ese señor de pelo sucio, grasiento, que viene a Madrid a impartirnos el soberanismo con cuchara. Se llama Puigdemont. Algo así como el ventrílocuo de Javier Sardá en sus horas de la SER a las que el locutor me invitó a un coloquio con Serrat para dilucidar quién iba a ganar un Real Madrid-Barça. El Madrid, naturalmente. Y ahora quien quiere ganar la guerra es la Generalidad (póngase en cristiano), que ya han declarado la contienda al resto del Estado con Pujol al frente, que para eso está forrado y tiene carros de combate en dinero negro.

Pues nada. La señora alcaldesa de Madrid, la abuelita que fue jueza antes que pasante, le puso un despacho al Puigdemont para que se pasara nuestra Constitución por el forro de sus caprichos. Vamos, lo cotidiano de los soberanistas, que queman la bandera española y la efigie del Rey y sustituyen sus plazoletas por rótulos independentistas.

Aunque soy muy pro catalanista, de los buenos, de los de la gente buena (media vida la pasé en la Costa Brava y en Baquería/Beret a cobijo del «Cuaderno en gris» con Josep Pla y la resina de los pinos mediterráneos, yo les daba a estos independentistas una patada en ciertas partes del cuerpo para que supieran que en el norte del Estado español no llueve. Te protege de las inclemencias del tiempo e incluso de los estúpidos.

Por Santiago López Castillo