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Carla Bruni, melodía de seducción

Carla Bruni es una presencia, un susurro, un silbido juguetón, un arte de seducción, un aura que conquista los auditorios aun antes de empezar a entonar la primera estrofa. Esta exmodelo y exprimera dama francesa se vale de un encanto personal, situado por encima de las prestaciones vocales, y de unas aptitudes para crear bonitas composiciones ajustadas a la tradición francófona. Y en sus conciertos, aunque no se registren revelaciones artísticas estridentes, hay señales de distinción y de mimo a la idea de canción, como pudimos comprobar de nuevo este viernes en el Palau, dentro del Festival del Mil·lenni.

Recital en el que Bruni demostró haber ganado en expresividad escénica respecto a su paso por los jardines de Pedralbes en el 2014, al tiempo que su música se benefició de un formato instrumental más rico, con cuatro músicos en lugar de dos, incluida una batería que ayudó a subrayar perfiles. Su nueva obra, ‘French touch’, entregó adaptaciones de canciones ajenas a través de estilos y registros muy cambiantes, del perfume ‘jazzy’ a la suave latinidad, lo cual dio dinamismo a la noche, siempre en torno al hilo conductor de su voz limitada aunque dotada de sugerentes colores. Hay que decir que la manejó con dificultades en las primeras canciones, ‘Le chemin des rivières’ (una pieza con letra suya y música de Julien Clerc que este grabó en su penúltimo disco) y ‘Crazy’, de Willie Nelson.

Seducción envolvente

Pero en sus conciertos, Carla Bruni tiende con delicadeza una red con la que envuelve al público en un estado de sereno embeleso. Caras embobadas ante las coquetas descripciones de cada canción. “Esta se llama ‘Perfect day’, y yo no puedo imaginar una noche más fantástica que estando aquí con ustedes”, dijo logrando casi que Lou Reed pareciera cursi. Presentó ‘Moon river’, de Henry Mancini, como “la canción más maravillosa del mundo”, y le rindió honores con buena caligrafía. Y en ‘Dolce Francia’ sacó a la italiana que lleva dentro, cautivada eso sí, como dice la letra, por Trenet y Ferrat, y jugueteando con el título al final: si la otra noche en Madrid la canción se convirtió en “Dolce Spagna”, en el Palau evitó meterse en jardines y tiró por el camino de en medio cantando a la ‘Dolce Barcellona’. Mujer latina pero pragmática, Bruni no eligió ni el francés ni el italiano para dirigirse a la audiencia, sino el inglés.

Los ‘covers’ la llevaron desde un sentido, aunque algo faltado de carácter, ‘The winner takes it all’, de Abba, hasta el divertimento un poco alocado de ‘Highway to hell’, de AC/DC, a través de una sinuosa y disfrutable ‘Please don’t kiss me’, evocando a Rita Hayworth. Y de un ‘Hallelujah’, de Cohen, con pocos relieves. La Bruni más genuina estuvo en sus propias canciones, como ‘Tout le monde’, ‘Quelq’un m’a dit’ (que recuperó su imagen de cantautora guitarra en mano) o ese otro fruto de su alianza con Clerc, ‘Le garçon triste’, una pieza que ambos crearon para la quebequesa Isabelle Boulay y que cantó recostada sensualmente en el escenario.

Aunque Bruni buscó en numerosas ocasiones la respuesta del público, paseando por la platea en ‘Le plus beau du quartier’ y vistiendo ‘Miss you’, de los Stones, como una cálida “rumba flamenca”, este mantuvo más bien una relación de distante respeto. Como si hubiera venido al Palau tan solo a contemplarla y no para tratar de tomarse confianzas con ella, no fuera que se rompiera el encantamiento de las relaciones secretas.