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Después del 1-O, la Nada

Pilar Jáuregui

Hubo un tiempo en Europa en el que los periodistas se mostraban seducidos por la épica subversiva. La prensa recogía titulares que exaltaban el valor de la rebeldía de grupos terroristas como Brigadas Rojas y la Banda Baader-Meinhof. Tras el 1 de octubre, una parte de la prensa extranjera ha vuelto a tomar partido por los radicales catalanes que desean imponer su visión secesionista a una mayoría de sus conciudadanos. En esta ocasión, la pasada fascinación por el hecho inconformista ha dado paso al carácter euroescéptico de muchas de sus cabeceras, más interesadas en debilitar la fortaleza del proyecto europeo.

Aquí, en España, los intereses son más simples. Un buen número de reporteros hace tiempo que recogen la alarma social porque saben que proporciona buenos titulares. Permanecen atentos día y noche, listos para salir disparados hacia el lugar de los acontecimientos. Mientras tanto, los protagonistas de eventuales altercados se emocionan con la arrogancia del divo ante tanta expectación. Están convencidos que el desorden público es el preludio de arengas de éxito pronunciadas por cualquier aprendiz de político.

Los agitadores no son novicios. Han creado estilo. Se vienen arriba cuando se arrancan a gritos para abroncar a parlamentarios y vecinos con su mensaje del fin del mundo. “Frente a la violencia del opresor español, solo cabe la violencia del oprimido pueblo catalán”brama el secesionismo dinerario mientras hace cabalgar a los jinetes de la cuadra Pujol sobre enclenques jamelgos mermados por el 3 %. Los oigo desgañitarse: “A galopar, a galopar, hasta arrojarlos en el mar”. ¿A quiénes?  ¿A los terroristas de las Ramblas? No. Se refieren a los españoles-no-separatistas. Da igual el origen y condición de sus conciudadanos. No importa que se trate de víctimas del expolio convergente. Ni de españoles fallecidos en el reciente atentado yihadista. Todos, al mar.

Los revolucionarios llegados al Palacio de la Generalitat no hablan de atentados. Ni de la matanza de Hipercor, ni de las siguientes. Su olvido es selectivo, según convenga. Pregunto por la fecha en las terrazas de Paseo de Gracia. Recuerdan que fue en agosto, pero el día ya no lo pueden precisar. 17, oigan. Un malogrado y mal nacido 17 de agosto. Los sediciosos ponen cara de no recordar. Sepultados están los muertos. Rápido, y mal, se atendió su duelo. Ya no son objeto de titular, ni de una minúscula reseña. Las redes ni les mencionan. Así es la naturaleza de las cosas de “El día después”. Hermetismo, mutismo, sigilo encubierto.

Nada se logra silenciar tan rápido como la desgracia, la derrota o el desastre. Sucedió con Hitler igual que con ETA. En Alemania, tan pronto terminó la guerra, nadie había sido nazi; entre vascos, nada más declararse el alto el fuego, tampoco encontrabas quien se reconociera filoterrorista o votante batasuno. De la misma manera podría suceder tras el fracaso del referéndum del 1 de octubre en Cataluña.

Buques insignia del catalanismo ya han iniciado su marcha a ciudades del resto de España. Primero, la aristocracia financiera catalana, Caixabank y Banc Sabadell; les siguen patricios de larga tradición, como Freixenet y Catalana de Occidente, al encuentro del refugio sólido del estado español. Dejen pasar unos meses. Falta poco para que muchos de los nacionalistas que queden en Cataluña empiecen a renegar de su fe. Los oirán decir sin que se les quiebre la voz: “¿Secesionista yo?”

Lo más triste será comprobar que los contenidos en prensa del simulacro de referéndum habrán cubierto más espacio que el atentado yihadista de las Ramblas de Barcelona. Se soporta mal la levedad, pero morimos a trozos frente a ese vacío de los sucesivos “Día Después”: la nada. El “negacionista” es un ser con una conciencia incompleta, protagonista de una historia cuya existencia fallida no reconoce. Y lo que es peor, se niega a admitir que la ha vivido.

Pilar G Jáuregui, socióloga