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Duro y cruel

Dice Ruud Gullit que Marco Van Basten era un delantero fácil. De esa clase de jugadores que cuando se aburren en el campo fabrican un gol. Era especialmente frío en el remate, un delantero desagradable cuando la portería estaba delante. Dice Gullit que a veces se le quedaba mirando en el campo, porque Van Basten, como todos los animales salvajes, dedicaba muchos minutos a planear un crimen, y pensaba Gullit: “¿Qué estará tramando Bassie ahora?”. También dice Gullit que aquel delantero fino que en el área podía moverse como un bailarín y remataba con una técnica de academia, podía ser un “auténtico cabronazo en el campo, duro y cruel”. Por encima de todo, dice Gullit, que está diciendo muchas cosas porque acaba de publicar un libro (Cómo leer de fútbol, Córner), Van Basten era un egoísta absoluto. Si no marcaba ningún gol, pero algún compañero sí, se ponía a gritarle a todo el mundo que le pasasen el balón a él, a Marco Van Basten, el mejor delantero del mundo.

El tiempo siempre termina arrinconando a las grandes figuras hasta convertirlas en una versión única, normalmente impugnable, pero consolidada en la memoria colectiva. Hace unas semanas parte de la afición del Bernabéu pitó a Cristiano Ronaldo, y cuando El Larguero le puso el micrófono a la calle, la calle contestó generalmente aludiendo no a la baja forma de Cristiano sino a su carácter. La prepotencia, los aspavientos y todo ese argumentario de moral maltrecha que circula entre los adversarios. ¿Qué había ocurrido? Que a esos aficionados les gusta el carácter de Cristiano si se traduce en goles: me caes bien si me das lo que quiero. De esta forma se disocia al delantero como si su forma de jugar no tuviese que ver con su comportamiento. Como si no imantase el fútbol de Cristiano su propio narcisismo, incluso su forma infantil de reaccionar.

Tantos años después de Van Basten, no ha quedado en la memoria el egoísmo, la crueldad, el trato a los compañeros ni la exigencia de pases de gol sino el producto de esas pequeñas miserias: los títulos más grandes, los goles más bellos, la clase y la elegancia de un delantero que hizo época. Gullit lo recuerda con cariño, porque todo caduca salvo lo que se pone a buen recaudo. Dentro de quince años muchos aficionados del Bernabéu se escucharán pitando a Cristiano Ronaldo en su quinta temporada en el Madrid, después de haber ganado dos Copas de Europa y batir todos los promedios goleadores, y se preguntarán por qué lo hacían. No será peor la pregunta que la respuesta.