Inicio Opinión El amor ya no viene en taxi, por Josep Maria Pou

El amor ya no viene en taxi, por Josep Maria Pou

El teatro se ha ocupado a menudo de la figura del taxista. L’amor venia amb taxi es el título de una comedia que se estrenó en el Teatre Romea en enero de 1959 (hace ahora 60 años) y que, desde entonces, no ha dejado de representarse por aficionados de toda Catalunya. Rafael Anglada, su autor (y genial actor, al mismo tiempo), creó la figura de un taxista entrañable, dueño de un taxi a manivela que no arrancaba casi nunca y que, a modo de Cupido motorizado, solucionaba (si no complicaba) los conflictos amorosos de los otros personajes de la comedia.

Ray Cooney, popular autor inglés, escribió en 1983 (hace ahora 35 años) una farsa titulada Run for your wife, en la que un taxista de vida aparentemente monótona estaba secretamente casado con dos mujeres a la vez y corría, estresado, de una casa a la otra, de una familia a la otra, entre servicio y servicio. Joan Pera (tan genial y entrañable como Rafael Anglada en su momento) protagonizó en el 2009 (hace ahora 10 años) una versión catalana con el título de La doble vida d’en John.

El jueves, en este mismo periódico, Josep Maria Fonalleras les hablaba de otra función, Waiting for lefty, del radical Clifford Odets, estrenada en 1935 (¡hace ahora 83 años!), donde ya se recogía, como tema central, el conflicto de un grupo de taxistas reunidos en asamblea para convocar una huelga y que, en un avanzado experimento teatral, incorporaba a los espectadores como miembros del colectivo.

Entretodos

Por no hablar de ¡Taxi…al Cómico! (1948) y ¡Taxi…al Victoria! (1949) que estrenó Alady en el Paral·lel, o de Taxi Key (taxista, abogado y detective a la vez ) de Radio Barcelona, o de la serie Taxi, con Danny DeVito, productos, todos ellos, en los que las palabras taxi y taxista resultaban queridas, cercanas y familiares.

Claro que eso era en la ficción. La realidad de los últimos días se empeña en imponerse y modificar ese concepto. Lo lamentamos los ciudadanos, reducidos aquí a meros espectadores. Y mucho me temo que tendrán que lamentarlo también, tarde o temprano, los mismos protagonistas.