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El estado del golpe de Estado

Los menos jóvenes tenemos en la cabeza el modelo Tejero de golpe de Estado: un acto de fuerza súbito, urdido mediante conspiraciones secretas, que trata de tomar el poder y subvertir el orden legal establecido. Si no triunfa, los cabecillas van a la cárcel, son condenados a largas penas o directamente ejecutados. Los golpistas asumen el riesgo, saben lo que se juegan. El otro modelo de golpe de Estado es el catalán, que se lleva a cabo desde las instituciones y que ejemplariza la imagen de Companys en el balcón de la plaza San Jaime proclamando el Estado Catalán en el 34.

Ambos modelos enfatizan el momento decisivo en que se expresa públicamente la voluntad de cambiar el orden legal establecido por otro que está por establecer y que se impondrá por la fuerza de los hechos. La diferencia está en que el modelo Tejero es abiertamente subversivo y no duda en usar la violencia para tomar el poder, mientras que el catalán parte de una toma previa de las instituciones y se presenta luego como la consecuencia natural de la voluntad del pueblo. No usa la violencia física, sino una violencia institucional, verbal, psicológica, de control de la opinión mediante la propaganda, la amenaza, la imposición, la detentación del poder.

El modelo de golpe de Estado de Puigdemont, Junqueras y la CUP

¿A qué modelo responde el golpe de Puigdemont, Junqueras y la CUP? Evidentemente al catalán, pero perfeccionado y adaptado a las condiciones sociales y políticas del momento. Aquí está la clave, que casi nadie ha visto o querido ver. La historia se repite, pero nunca de la misma manera. No basta que dos fenómenos se parezcan para que sean iguales. Las diferencias, aquí, son lo fundamental. Si no se advierte, si sólo se tiene en la cabeza el modelo de golpe de Estado conocido, la respuesta será totalmente equivocada. Es lo que está sucediendo. La incapacidad para ver y analizar lo que está ocurriendo hoy en Cataluña es tal que produce auténtico pánico.

Por ejemplo, asusta comprobar que la mayoría de los responsables políticos y “politicólogos” sigan creyendo que el golpe de Estado va a tener un “momento inaugural” a partir del cual se va a producir la ruptura legal, social y política. Creen que sólo cuando se produzca ese momento drástico se podrá actuar “con todo el peso de la ley” (no hay retórica más vacía en este caso). Induce a esta actitud pusilánime y suicida la palabra “golpe”. No caen en la evidencia de que los propios independentistas han definido muy bien lo que están haciendo: proceso. Un mínimo de prevención nos llevaría a hablar de “proceso golpista”: comprender que el problema no es evitar un momento inicial explosivo, sino paralizar un proceso muy avanzado y en parte irreversible.

 No va a haber un golpe: lo que ya hay es un proceso golpista

Así que no vamos a asistir a ningún golpe de Estado espectacular, ningún estallido social, ninguna toma del Palacio de Invierno, sino al avance decisivo de un proceso iniciado hace cuarenta años. Un proceso que hasta hoy no ha dado un paso atrás y que necesita, eso sí, dar un paso adelante un poco más atrevido, pero calculado, de tal modo que, pase lo que pase, siempre gane el independentismo con la conquista de nuevos espacios, nuevos territorios políticos y mentales, mayor legitimidad.

Hay que aceptar que lo están consiguiendo. Que Pedro Sánchez ya esté dispuesto a reformar el artículo 2 de la Constitución para dar cobijo legal a la independencia es un logro descomunal, porque eso supone la liquidación del PSOE como partido nacional y constitucional, algo inimaginable hace unos años. Que Podemos se una al PSOE para construir un frente antinacional con los secesionistas, y que enfrente tenga a un PP y un Ciudadanos titubeantes, capaces de entregarse al pasteleo, es algo que los independentistas no podían soñar y que les coloca en un lugar inmejorable para alcanzar sus últimos objetivos hasta proclamar la victoria final.

 Pero tranquilos, que Rajoy tiene un plan

Pero Rajoy, tranquilos, tiene un plan. Un plan secreto para poder pillar desprevenido al “adversario político” (nunca enemigo, golpista o antidemócrata) . Un plan tan secreto que no lo conoce ni él. Lo tiene muy al fondo, allá, entre los meandros del hipotálamo. El mismo del 9N, el mismo que lleva ocho años secretamente realizando con palmarios resultados. Incapaz de atenerse a la realidad de los hechos y sacar las conclusiones más elementales, sigue esperando el momento decisivo, cuando Puigdemont salga al balcón acompañado de trompetas apocalípticas. Entonces sí, entonces se va a enterar de lo que vale un peine. Es de necios confundir cobardía con prudencia, atrevimiento con temeridad, y más cuando se requiere decisión y determinación para evitar que una situación se agrave y cause un mal irreparable. Prudencia y atrevimiento, por el contrario, han de ir a la par.

Los negacionistas del golpe (la mayoría de los políticos oficiales, tertulianos, empresarios, jueces y hasta banqueros, sorprendentemente), repiten hasta la náusea que no habrá golpe, y deducen, por tanto, que la independencia no es más que una insensatez, una mascarada, una cacicada, un imposible. Siguen imaginando el golpe como un hecho, un acontecimiento que se produciría tal día a tal hora, y para impedirlo bastará con la labor del CNI, que informaría antes al Gobierno. Y lo argumentan: si no tienen ejército, ni fuerza coactiva, ni siquiera pueden contar con los Mossos, ¿adónde van a ir? Después de proclamar la independencia, ¿qué van a hacer?

 Habrá que recordar qué hizo Hitler y cómo triunfó el nazismo

No han aprendido nada de la historia, que seguramente hasta desconocen. ¿Habrá que recordar, por ejemplo, que Hitler alcanzó el poder democráticamente, por más que usó todo tipo de métodos espurios, el miedo y la violencia de las calles? ¿Y que lo alcanzó después de un largo proceso? El modelo del movimiento nazi (que quiere decir nacionalista) tiene tantos elementos comunes con el proceso separatista que sorprende que casi nadie lo destaque. Incluso aquel proceso, comparado con el catalán, tiene algunos elementos inquietantes: La llamada “Ley Habilitante” (concesión de poderes excepcionales, equivalente a la “ley de transitoriedad catalana”), se aprobó con el apoyo del 84% de los escaños del Parlamento, “cumpliendo los requisitos que la enmienda constitucional requería” (un mínimo de 2/3, conviene recordárselo a los golpistas catalanes). Hitler ni siquiera derogó la Constitución.

 Una penúltima reflexión

Una penúltima reflexión (nunca habrá una última, tendremos que volver una y otra vez a lo mismo): el problema con el independentismo no es sólo el futuro que nos espera, sino toda la carga del pasado que ha construido el presente; no sólo lo que va a ocurrir, sino lo que ya ha ocurrido y está ocurriendo; no la escenificación simbólica de la ruptura, sino la acumulación de actos de ruptura diarios que ya han establecido territorios e instituciones objetiva y prácticamente independientes; no el incumplimiento de una u otra ley o resolución, sino la deslegitimación del orden constitucional; no el desprecio al Estado, a España y a todo lo español, sino la exhibición de ese desprecio; no la propaganda del odio y la manipulación de los sentimientos, sino que todo el aparato educativo sea el instrumento utilizado para llevar esta tarea a cabo, envenenando la mente de varias generaciones desde su primer año de guardería, ya irrecuperables; no que no haya libertad de expresión, sino que casi toda la prensa y los medios de comunicación sean aparatos de propaganda al servicio del régimen separatista que los subvenciona;  etcétera.

El mayor problema es cómo revertir toda esta situación. Porque no se trata de apagar un fuego, sino de que el proceso secesionista controla ya todos los resortes sociales, políticos y económicos esenciales del Cataluña. Que frente a ello no hay nada que pueda equipararse. La responsabilidad de este gobierno y de todos los anteriores es enorme; y la del PP, el PSOE y Ciudadanos; y la de tantos periodistas, escritores, profesionales, jueces, dueños de empresas y ciudadanos acomodados; todos mirando para otro lado, no queriendo oler la podredumbre, insensibles al dolor que produce cada día un proceso venenoso, que penetra en las conciencias, que humilla, que coarta, que chantajea e intimida, que deja indefensos a los demócratas y a quienes no transigen con la instauración de una dictadura maquillada de democracia.

Necesitamos un partido de izquierdas que defienda la España democrática

Urge un partido situado a la izquierda que diga la verdad, la cruda y cegadora verdad de todo lo que está ocurriendo, que denuncie que frente a ello no hay nada serio, ningún plan mínimamente eficaz para evitar la secesión (dure el proceso uno o diez años más); nada enfrente capaz de restituir el orden constitucional, la convivencia, la unión y la igualdad entre todos los españoles. Lejos de aceptar la derrota, un grupo de ciudadanos responsables y conscientes estamos dispuestos a no resignarnos, a intentar, con la determinación y el esfuerzo necesarios, que muchos españoles se unan a nosotros para evitar esa catástrofe anunciada, la que los plurinacionalistas, aliados de los separatistas, quieren para nuestra nación y patria común llamada España, garantía de todos nuestros derechos y libertades democráticas. Ese partido se llama Centro Izquierda Nacional, el centro izquierda de España.

Por Santiago Trancón, impulsor de CINC y exmilitante del PSOE