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El mundo trans(puesto)

Andrés Parra

No sé mucho de transgéneros, es decir, sé lo que me va llegando un poco al paso. Lo miro con la atención en estado de dejadez, como un niño que se columpia aburrido pero mantiene maquinalmente el movimiento del columpio en el parque vacío de otros niños. En ese estado de suspensión reflexiva el flujo de ideas no se corta, se relaja y su ocurrencia adquiere un cierto matiz automático. Con la atención sedada el cerebro deja de buscar respuestas inmediatas incardinadas  en el pensamiento estructurado y se muestra más predispuesto a encontrar. Se abre el diafragma de la sensibilidad en la medida que se cierra, nunca del todo, el de la crítica y el rechazo. Así que en este estado creativo entre la vigilia y el sueño me he dispuesto a escribir este artículo sobre el cerco más cercano y actual de las cosas que transcurren.

Siempre resulta difícil cuando no imposible acomodar nuestra visión de los objetos más cercanos a nuestro punto de vista. La cercanía y el apego nos dificulta pensar objetivamente, si es que es posible en los humanos pensar así y si es que es recomendable, al menos pensar sólo así. Desligarse del apego sería desligarse de una importante parte de la condición humana, pero pensar sólo desde la emoción más cercana, que es el apego, sería renunciar a la aspiración de aventura. En la estrecha rendija que queda entre la aventura y el apego se encuentra instalada hoy nuestra sociedad española y también la global. Esa rendija, ese intervalo, es transgénero. En el suplemento de un importante periódico se anunciaba el pasado sábado que “El futuro es Trans”. Leí dos veces para asegurarme que el futuro era Trans y no Trump. Era Trans. Sentí como una tregua para respirar por un tiempo. Me duró poco ese sosiego porque enseguida me asaltó ese presente inopinado de “es” ya Trans, está aquí y seguirá así. Mucha pretensión y, seguramente, errónea, porque no hay nada más humano que la provisionalidad. Trans es muchas cosas, pero la primera idea despeinada que surge en mi pensamiento columpiado es transposición. La transposición de valores y la transposición del significado de esos valores. Vivimos en un mundo transpuesto. Y entiendo algo de lo transpuesto, ese estado de conciencia tan parecido al que he adoptado para escribir este artículo. Los valores hoy están transpuestos y todos los predicados que de ellos se hacían en el mundo antiguo –mundo anterior al presente inmediato- no sirven en los términos que se formulaban. Tienen una nueva formulación, claro, el hombre es un animal de formulaciones. Las formulaciones de las cosas de hoy suceden en el tiempo líquido de Bauman, pero en transposición con el antiguo, que era pastoso. Era aquél un tiempo de consistencia suficiente como para aprehender los objetos del pensamiento. Es en este sentido del tiempo acelerado que vivimos que el hombre se ha licuado y, por eso, es un hombre transpuesto. Todo lo transponen los géneros, las naciones, las ideologías desteñidas y hasta las mismas perplejidades.

Desde luego hay transposiciones clamorosas. La bandera arcoíris de Carmena en el Ayuntamiento de Madrid es una de ellas. Es una transposición del partido en la institución, el estandarte de las mujeres violentadas por el machismo rampante, todo el catálogo de lazos, como fueron las manos blancas contra ETA y son las manifestaciones de parte, de parte institucional a favor de la acogida de refugiados y hasta lo que no parece “prima facies”, es transposición. Transposiciones de parte, de partido, del Parlamento a la calle, del localismo al globalismo. En definitiva lo trans es lo exótico. No conozco a penas transposiciones que sean tan poco exóticas como las de ancianos con pensiones miserables, jóvenes au pairs en régimen de semiesclavitud en las islas brexitánicas, de los minusmileuristas o de los jóvenes licenciados y masterizados detrás de la barra de un chiringuito de verano en Lloret de Mar. Estos ciudadanos no son exóticos, no son objeto maleable de transposición. Sin embargo, la democracia sí es transpuesta, es, en realidad, un excelente objeto susceptible de transposición. Es maleable y acondicionable a esa forma volátil del pensamiento columpiado.

El nacionalismo que tanto nos lleva y nos trae estos días, ya demasiado largos, aprovecha muy bien la fuerza inercial del columpio para desfigurar la democracia y volatilizar la mirada de los que, por principios del mundo antiguo, deberían ser los menos adeptos, ni siquiera pasivos observadores, de sus ofertas totalitarias. Es una de las muchas explicaciones inclusivas por las que las izquierdas de Podemos o el rojo redivivo de Pedro Sánchez entran en el espacio inseguro del mundo adepto nacionalista con propuestas tan transpuestas como la nación de naciones. Una pura transposición.

Cuando la transposición se basta a sí misma de forma absoluta surge Podemos. No en el origen sino en el transcurso. En el transcurso está la traición. La traición es un concepto antiguo, no transpuesto. Nadie dirá, ningún político lo dirá, al menos de forma convincente que Puigdemont y sus muchachos secesionistas son traidores, que es lo que son, sediciosos. Tratarán de reconducirlos, transconducirlos, sesgando el Artículo 155, que no es trans. Se trata de una política transpuesta con códigos, incluido el penal y el constitucional, transpuestos. Ya no estamos instalados en una sociedad políticamente correcta, ni existen políticas correctas, sólo políticas fluctuantes de transposición, políticas columpiadas. Los políticos hoy son esos niños aburridos en el columpio mientras la sociedad, sin puntos de vista apoyados, los ve ir y venir con mirada insegura, perspectiva borrosa, atención sedada pero con la emoción quebrantada. Es una trampa.

No es fácil salir de las trampas. Es difícil salir de las trampas del pensamiento. No existe un pensamiento colectivo, no existen emociones puras, pero existen pensamientos individuales que participan por inercia en expresiones colectivas. Una vez más surge el nacionalismo y su tramposo pensamiento aprovechando esa expresión colectiva de los pensamientos individuales transpuestos. Sus líderes saben muy bien los réditos de poder que les reporta la manipulación transpuesta. El nacionalismo, que pertenece al mundo antiguo,  se publicita y vende como de vanguardia llegando, incluso, a recibir las bendiciones de las jóvenes vanguardias es una transposición esencial. Anula la natural y necesaria rebeldía de los jóvenes para desviarla a su propio y rastrero interés. La rebeldía queda extramuros del mundo actual y convierte a los adeptos en rebeldes, pura transposición.

El pasado 39 Congreso Federal del PSOE ha sido el culmen de un partido ya muy predispuesto a la transposición. El propio Pedro Sánchez que a más de ser él mismo ya transpuesto, transpuesto del pasado llega, por eso nada de extrañar que sus propuestas anteriores y recientes estén imbuidas en el caldo primigenio de la pura transposición. La transposición ha de ser creíble. En ese proceso de transformación de la credibilidad su significado sufre mucho por lo que ha de mantenerse un cierto nexo con lo que venía significando, así que se la columpia un poco y resulta que será creíble una propuesta federal de contención al nacionalismo reaccionario y sedicioso a través del reconocimiento de una cierta legitimidad nacionalista. Fuera de los nacionalistas ningún otro operador político presenta una textura más adecuada que la socialdemocracia pervertida del PSOE. Su modelo, al pervertido puro me refiero, es el PSC. El problema es que puro es antiguo, pero el problema se deshace cuando se considera que puro es transpuesto.

Difícil salir de las trampas de las míticas arenas movedizas, si te mueves mucho, más te hundes. Buscamos palancas de apoyo, buscas parar el columpio, lo buscas porque necesitas satisfacer necesidades primarias, no puedes ser sublime sin interrupción. La necesidad no puede ser transpuesta, como no se puede transponer el orden de los latidos del corazón ni se pueden transponer los pensamientos más íntimos ni la búsqueda de certezas ni de la verdad. Se podrán transponer por un tiempo pero no para siempre, porque hasta ahora, hasta el momento en que ustedes leen este artículo, sí que hay una verdad inmutable: el cambio constante del río que fluye y que sigue siendo el mismo río.

El Partido Socialista no será una palanca que nos ayude a salir del pantano de arenas movedizas porque Pedro Sánchez se ha instalado definitivamente en la política transpuesta. Al menos hasta el próximo descalabro electoral o bien porque hasta entonces surja un nuevo operador político no transpuesto, capaz de comprender esta perspectiva del pensamiento columpiado y de saber formular palancas de apoyo que permitan sacar cuanto menos la cabeza del pantano. Sólo a partir de la cabeza fuera podremos normalizar y situar a España en el mundo nuevo que se avecina.

De igual manera que yo necesito ir acabando este artículo y salir del automatismo del columpio pensativo para satisfacer otras necesidades, necesitamos urgentemente salir del mundo Trans(puesto) que vivimos. Existen demasiadas necesidades vitales esperándonos, demasiados misterios en la vida y en el universo por descubrir, en la biología y el conocimiento y la neurología, demasiada vida ahí fuera por vivir.

Por Andrés Parra